Ignacio Gracia Noriega
La procesión de los muertos
Relatos de miedo para las noches de otoño
Una joven novelista de paso por Asturias, recordando sus estancias en Peñamellera Alta, dice "haber visto el terror en rostros de hombres fornidos mientras le contaban historias de la güestia, una comparsa de almas en pena que ronda a los moribundos". Lo que me trae a la memoria aquellos veraneantes que entraron en un bar, precisamente de Alíes, y que, por entablar conversación con los lugareños, y darse, de paso, un poco de importancia, empezaron a hablar del tráfico de Madrid. "¡Pero cuánto tráfico hay en Madrid! -decían- ¡Cuánto coche!" a lo que un aldeano con boina asentía moviendo la cabeza, hasta que uno de los veraneantes, campechanón él, le preguntó: "¡Eh! ¿Qué le parece, paisano?".Y el paisano contestó: "No me diga usted nada, joven, que yo fui taxista en Nueva York". En fin, no creo que haya nadie en Asturias cuyo rostro se desencaje de tenor contando historias de difuntos si no es por tomarle el pelo al veraneante con pretensiones de antropólogo de turno. Incluso es posible que la mayoría de las historias sobre las procesiones de difuntos ya no las recuerde nadie. Ahora se habla de otras cosas en los bares de pueblo, que todos parecen cafeterías de ciudad, ciertamente no menos terroríficas: de si va a entrar en la cárcel la Pantoja, de si el de la coleta va a quitar un piso al que tenga dos o de la vida y milagros del pequeño Nicolás (aunque tratándose de este país, y tal como va, las hazañas de este joven que sabía colocarse delante de la cámara siempre en el momento oportuno y mejor que Antonio Masip) cada vez parecen menos milagrosas. El "mundo mágico" en Asturias ha desaparecido hace tiempo y recuperarlo es empresa inútil (aunque se intenta por motivos oscuramente políticos), entre otras cosas porque ya nadie cree en esas historias y las historias cotidianas meten mucho más miedo que los cuentos de fantasmas. Cuando yo era niño, una "muchacha" (se las llamaba "muchachas" aunque tuvieran cincuenta años) cabraliega, que servía en casa de mi primo 'Paro, contaba que cuando ella era muy niña vieron una luz que se movía en el monte, encima de la aldea, y los vecinos salían de sus casas y lamentaban si anunciaría guerras, o hambrunas o la muerte del rey. Porque todo lo que se sale de lo normal nunca es de buen presagio. La "muchacha", gruesa y con cara redonda, muy blanca, sabía contar, y cuando mi primo y yo nos preguntábamos que sería aquella luz, ella dejaba que transcurrieran unos instantes, con excelente sentido del "suspense", y al fin decía: "Era una linterna sorda y unas madreñas con clavos", añadiendo al cabo de otro estratégico silencio: "Era la tía Felisa que buscaba a una vaca perdida".
Esta es de las pocas historias "de miedo" que conservo de mi infancia. No obstante, estamos en lo profundo del otoño, los días son cortos, la "lima amarilla" del vizconde de Chateaubriand ya se ha ocultado, la niebla y la oscuridad ocupan los caminos (por lo demás, más o menos asfaltados): es la estación y el momento adecuado para recordar historias de difuntos, de aparecidos y de misteriosos movimientos nocturnos.
Muchas cosas se mueven en la noche que pueden ser la "hueste" o la "güestia", también llamada en Galicia y en algunas partes de Asturias, la Santa Compaña, o no serlo. La "güestia" se considera dueña y señora de la noche: su estribillo, cuando camina por las caleyas, alumbrándose con tibias encendidas a modo de antorchas, es "Andad de día, que la noche es mía", y quien topa con ella se arriesga a ser incorporado a la tétrica procesión hasta que llegue el alba o a morir aquel año, por lo que existen algunos procedimientos para conjurarla y protegerse de ella: el más efectivo es trazar un círculo mágico en el sueño y meterse dentro de él. De no hacerlo, las consecuencias pueden ser muy malas. No obstante, en Bretaña, los espíritus de la noche avisan y quien avisa, no es traidor. Claude Seignolle relata el caso de un abuelo que fue a segar un prado de noche y mientras estaba a la faena oyó una voz que le decía: “Hay que dejar la noche a quien le pertenece". El abuelo no hizo caso, volvió a la noche siguiente y escuchó de nuevo la advertencia, seguramente porque a la tercera va a la vencida, no volvió a salir de noche, ni a segar ni a ninguna otra cosa.
Sin embargo, en algunos casos, la "güestia es benéfica y hasta servicial. Un tratante de ganado que volvía de la feria va de noche. bien comido y bebido y con la cartera hinchada, era esperado por unos bandoleros en el camino de su casa, que huye-ron aterrorizados al ver que le acompañaban gentes que portaban luces y entonaban cánticos. O bien, un caminante perdido en la noche, fue acompañado por gentes con hachones hasta un lugar habitado. ¿Eran integrantes de la "güestia"? Para no desanimar a nuestra amiga la novelista, pongamos que sí. Lo normal es que los "difuntos" modernos fueran bromistas, que desistieron de las salidas nocturnas al comprobar que no asustaban a nadie.
Carlos García Mauriño escribió el relato (inédito) del traslado nocturno de los restos de un hidalgo, pariente suyo, desde el cementerio de Lugás hasta la iglesia de Bedriñana. El traslado se hizo de noche y acudieron los muchos arrendatarios y deudos del difunto con antorchas encendidas para recorrer aquellos caminos. Vistas las luces y la multitud, los vecinos de las aldeas que rodeaban pensaban que se trataba de cosas más misteriosas que del entierro de don Carlos González-Cutre y ésta fue la última vez que se habló de la "santa compaña" en Villaviciosa, según anota humorísticamente García Mauriño.
Cabal deriva la palabra "Jurestia", "hueste"; del patín "hostis", con significado de "ejército" y "enemigo" y cita la descripción romántica hecha por Manuel Llorente Vázquez en 1892: "Si en la oscura noche encuentra un labrador alguna de estas fantásticas figuras, pálidas como la muerte, que llevan un cirio en la mano, no contéis más con él". Otra palabra referida a ella es "estantigua", que Alejo de Venegas separa en dos latinas: "est" y "antigua". A don Constantino enseguida le viene a la memoria la "serpiente antigua" del Apocalipsis, que es el diablo en forma de la serpiente que sedujo a Eva. Pero es claro que la "hueste" no es el diablo, sino una procesión de almas en pena, según algunos procedentes del purgatorio que purgan sus penas recorriendo la noche y, según otros, auténticos condenados a las penas eternas. Mas el campesino prefiere ver ánimas del purgatorio por considerarlas más benévolas, aunque no exentas de peligro, como queda dicho. Según Cabal, la Hueste descrita en "La pícara Justina", es asturiana, y "fue algún tiempo común a toda España". A toda España y a buena parte de la Europa atlántica. Los cruceros de piedra de Bretaña y Normandía, idénticos a los pocos nuestros que quedan, son constancias de un culto nocturno a los difuntos. La Hueste no es un buen encuentro, pero los campesinos de los Abruzos que querían verla debían colocarse bajo la pila bautismal con la barbilla apoyada en un horcado de dos dientes y un gato en la mano.
Las leyendas de la "güestia" en Asturias son innumerables, aunque se trata más o menos de la misma, con variantes. La más extendida por toda la región, según Aurelio de Llano, es la de quien confunde la "güestia" con el viático, según le pasó a una costurera de Colunga, que oyendo una campanilla en la noche se unió a ella por creer que era el viático, pero no le dieron una vela, sino un hueso encendido.
La Nueva España · 22 noviembre 2014