Ignacio Gracia Noriega
Las andanzas del diablo
Reflexiones sobre la naturaleza del mal y sobre su interpretación en los mitos locales
No está de más recordar al diablo que, como es sabido, está en todas partes, como su poderosísimo antagonista. De todos modos, temo que no se le trata con el debido respeto. No ahora, que no se cree en nada. Acabo de recibir un libro de un epítome de "progre" en el que afirma varias veces y en la contraportada, mas otras tantas veces en la carta personal que lo acompaña, que él no cree en nada, aunque estos ateos laicos merecen muy poca confianza.
Naturalmente, el verdadero ateo es el ateo religioso, como demuestra Gustavo Bueno en "La fe del ateo". El incrédulo frívolo se limita a no creer en lo que le explicaron los curas siendo niño; pero cree en Zapatero (lo que ya es estar desfasado), en la “tolerancia”, en la causa palestina y en Niu Yor, porque de lo contrario no se sacaría la fotografía de la portada con rascacielos al fondo. Y cree, cómo no, en el diablo, que es precisamente, los que hicieron posible Niu Yor y lo habitan. Dado que el Diablo es el Señor de las Tinieblas y reina en el infierno. ¿por qué esa perreta de los "progres" en ir a Niu Yor y en enviar a sus hijos a estudiar a los Estados Unidos y no a La Habana o a Corea del Norte, o a la Universidad "Patricio Lumumba" de Moscú, que no sé si continuará en activo? Sin duda porque, aunque no creen en la propiedad privada, aspiran a que sus hijos sean ricos.
Por otra parte, detecto aquí un "complejo de Orfeo", que aunque no haya sido estudiado por Freud, se da mucho entre esa especie zoológica a la que he aludido. Los "progres" bien situados económicamente (la inmensa mayoría: de no ser así no serían "progres"), están fascinados pote el infierno, y como Orfeo bajó al Hades echando una última mirada a lo que dejaba atrás, no para ver a Eurídice, sino para no dejar de ver el infierno, los del grupo zoológico referido van al infierno, esto es a Niu Yor, de compras.
Lo malo del diablo es que no se limita al infierno, sino que anda suelto por el mundo, lo mismo que el capitalismo no se limita a Niu Yor, sino que se ha extendido por el planeta. Pero olvidémonos de estos diablos cosmopolitas y echando una mirada sobre la tierra, miremos al diablo más próximo, al que anda por las caleyas y ronda los caseríos. Aunque como los caseríos ahora son "segundas viviendas reformadas y urbanizadas" de profesionales urbanícolas, ¡adiós al diaño, adiós!
Don Constantino Cabal, en "Los dioses de la muerte" y "El Sacerdocio del Diablo, describe el infierno, pero apenas ve al diablo. Las representaciones del diablo son los "seres mitológicos" del siglo XIX (en consecuencia, de origen erudito, nada mitológico) que pueblan nuestras fuentes, bosques y ríos (los que quedan). Pero estos diablos son de poca consistencia, y llamar diablo al "diañu burlón" es tan exagerado corno comparar al "cuélebre" con el dragón. El diablo, al menos en sus planteamientos, es una cosa seria; es la personificación del mal, y según uno de sus especialistas, Jeffrey R. Russell, "el Mal se siente frecuentemente y en muchas sociedades, como una fuerza consciente, y se lo percibe personificado. Por simplicidad y claridad denominamos esa personificación como el Diablo. El Mal nunca es abstracto". No obstante, la personificación no puede ser más teatral, y en consecuencia, inverosímil.
En la Edad Media era un ser poderoso, con cuernos y rabo, señor de las tinieblas y de la noche, adorado por las brujas en sus aquelarres y tentador: el famoso "milagro de Teófilo", del que Gonzalo de Berceo ofrece una versión, revela que puede ser burlado, tanto en las leyendas medievales como en los cuentos de Gogol. En su "atrezzo" el tridente es tan indispensable como las orejas picudas, el rabo, los cuernos y la indumentaria roja. Tal vez se trata de un recuerdo de Neptuno. Julio Caro Baraja, que se suma a los que lo tratan con poco respeto, denomina tenedor al tridente.
Incluso las Sagradas Escrituras son poco respetuosas con él: el Libro de Job le presenta corno un tahúr y el Evangelio de Lucas le describe con una ironía demoledora: pretendiendo tentar con el Mundo al creador del Mundo.
El paso del diablo por la literatura es brillante pero humorístico. Tenemos al diablo teológico de Calderón de la Barca, el diablo enamorado de Cazotte, el Mefistófeles mundano y fino de Goethe, el demonio cazurro de cuento folclórico de Gogol, los diablos modernos de "Los hermanos Karamazov" de Dostoievski, "Doctor Faustus" de Thomas Mann, que no se libra de sus aspectos teatrales y medievales, el diablo como metáfora en "El villorrio" de William Faulkner, el ángel sabio y bello de las "Letanías" de Baudelaire, y el diablo como encarnación del progreso, de la ciencia y de la libertad del espíritu humano, tal como lo concibieron Michelet, el historiador más tonto del siglo XIX y tan "progre" que de vivir ahora hubiera votado a Z., y de Carducci. El único diablo con convincente es el de "El visitante en la tierra", de Julien Green: ese ser "muy poderoso" al que se menciona en una página de la novela produce un estremecimiento. Se debe, sin duda, a que Green era católico.
Al diablo, en la Asturias rural, se le citaba mucho, a veces como maldición ("mal añu pa´l diañu"), otras como refrán ("Dios y el diañu en un costal, non pueden estar"), y otras como un fenómeno meteorológico, lo que se explica por la mucha lluvia que cae en esta tierra: "Cuando llueve y hace sol, está el diablo en el comedor". Unas veces puede parecer el "nuberu", otras al "busgosu", a quien, según parece, nadie vio nunca; aunque su personificación más admitida es la del "diañu burlón", que según Luciano Castañón, muchas veces hace sus travesuras para demostrar que existe. Es un diablo jovial al que se engaña fácilmente, sin que por ello tome represalias (o no puede tomarlas). "Son numerosos los sucedidos en Asturias en los que participa el diablo -escribe Castañón-, casi siempre para bromear o causar un efecto sorpresivo y no perjudicial". Es un bromista alegre y desvergonzado, un diablo católico, a diferencia de los sombríos y atormentados (y atormentadores) diablos protestantes.
En Asturias son abundantísimos los cuentos sobre el diablo, y carecen por lo general del dramatismo y de los aspectos terroríficos de las historias sobre la hueste o la procesión de las almas en pena (otros las suponen almas en situación más atenuada: son las ánimas del purgatorio), relacionadas con una creencia tal vez más antigua: la de que a las 12 de la noche sale a la calle todo lo malo.
Estas almas en pena castigan por cuestiones de poca monta, a los trasnochadores y a los curiosos que las contemplan a su paso por la aldea, por lo que el castigo no puede ser de mucha envergadura. Entre los cuentos recogidos sobre diablos, los de Aurelio de Llano son más amables que los de Constantino Cabal, En algunos, el diablo traslada al personaje humano a otro lugar, en otros alguien monta un mulo que crece de manera desmesurada, etcétera. El propio Cabal reconoce que uno de los cuentos por él recogidos es contaminación de una leyenda culta, la del Convidado de Piedra. Fernández Pajares recoge en Pajares un cuento sobre el viejo terna del alma vendida al diablo con el consiguiente fracaso del comprador. Es de notar que Pajares separa estos cuentos de ventas diabólicos de los del "diañu burlón".
Resumamos: el diablo no es maléfico, sino un aldeano con pretensiones a quien le pierde estar demasiado seguro de sí mismo. Hasta le podemos invitar a turrón, que le gusta.
La Nueva España · 17 enero 2015