Ignacio Gracia Noriega
El Oviedo de Pepe Avello
De cuando la capital dejaba de ser una ciudad dormida
La inesperada muerte del novelista Avello Flórez y posteriores conversaciones telefónicas con Juan Cueto y Mariano Antolín a propósito de Pepe y de su (nuestro) mundo, me trae al recuerdo una época irrepetible, muy viva, en la que Oviedo dejaba ser una ciudad que hacía la digestión y la siesta y despertaba. A este respecto recuerdo un chiste publicado en “La Nueva España”, no sé si obra de Alfonso y Niembro, pero de la época en la que “Nosotros los Rivero”, la novela de Dolores Medio que había sido galardonada con el premio Nadal y que se abre con la frase “Oviedo es una ciudad dormida”, en la que aparece dibujado un ovetense que se propone dormir y afuera estallan los voladores de San Mateo mientras él masculla: "¡Y luego dirán que Oviedo es una ciudad dormida!".
No era una ciudad dormida del todo y tampoco era la Vetusta de “La Regenta”. aunque las ovetenses tenían a gala suponer que podían encontrar a Ana Ozores, a don Álvaro Mejía y al Magistral a la nadie de la esquina y don Pedro Caravia, catedrático de filosofía en el Instituto Alfonso II ("un catedrático de nuestra ciudad, que no es de Universidad, que sigue la "cara vía" de Ortega", había escrito sobre él el malévolo canónigo Don Cesáreo, el autor de "El esfuerzo medular del la krausismo contra la obra gigante de Menéndez y Pelayo" y de "Franco rey") se ufanaba de haberle contestado al canónigo don Eliseo Gallo (un elemento "progresista" en la Catedral, contra quien don Cesáreo escribió un tratado teológico en más de mil páginas, demostrando que era hereje), que le preguntó si el Cabildo de entonces era como el de "La Regenta", a lo que respondió don Pedro: “El cabildo de ahora hace bueno al de "La Regenta".
Por aquellos años, los canónigos eran personas conocidas que hacían vida social, como eran personajes importantes el rector de la Universidad, el presidente de la Audiencia y el coronel del regimiento. En cambio, al gobernador civil no le conocía casi nadie. Por lo general, era un oscuro funcionario que llegaba y se iba como ave de paso. Si el nombre de Mateu de Ros trascendía fue porque le tocó enfrentarse con la gran huelga minera. A sus órdenes estaba el famoso comisario Claudio Ramos, jefe de la policía político-social, de quien todo el mundo hablaba pero pocos habían estado cerca de él. Tenía una mirada fría que helaba. Pero los demás gobernadores civiles eran anodinos y anónimos. Por eso, cuando se instauró el sistema democrático y entró en funcionamiento el prodigioso invento del Estado de las autonomías (según mandato constitucional) yo, cuando menos, no lo pude tomar en serio porque las altos cargos, incluidos presidentes, habían sido compañeros de bachillerato y de universidad, y uno sabía ya de antemano lo que valía aquel percal. Por lo que cada vez estoy más convencido de que los servidores del poder, cuanto más alejados estén de los administradores, mucho mejor para los administradores y para ellos mismos, porque es muy triste andar con guardaespaldas por la calle y a los tres días ser un ciudadano como cualquier otro, pues los gobernantes autonómicos continuaban viviendo en la ciudad y provincia que habían gobernado, y eso debe ser muy duro para las plumas de pavo real que todos llevamos dentro.
Oviedo no era una dudad dormida, sino de marcha lenta y retardada. Según Pérez de Ayala, cambiaba de manera perceptible de sesenta en sesenta años. El último cambio, en su época, fue que los catedráticos de la Universidad sustituyeron las madreñas por los chanclos boston. Tendría que transcurrir más de medio siglo para que arribara a las costas de la universidad la gran conmoción de Gustavo Bueno con fama de rojo, ateo y de “hueso”, cosa esta última evidente: el primer año se puso a suspender como quien toca el tambor, por lo que el primer curso cuando yo empecé la carrera, estaba lleno de repetidores de la asignatura filosofía. Es cierto que en el intermedio se produjeron la toma de la ciudad por los revolucionarios y el cerco durante guerra civil, pero fueron anomalías en una población pacifica y conservadora, y restañadas las heridas de la guerra y reconstruida la torre de la Catedral, Oviedo volvió a recuperar su ritmo, poco a poco. Como decía José Alberto Cepeda: “Era una ciudad en la que se conocía todo el mundo”. Ahora sólo se encuentra a conocidos en un centro. Bien es verdad que Oviedo creció, aunque no exageradamente. Continúa siendo una ciudad a la medida del comportamiento humano, a pesar de todos los controles electrónicos con que el poder municipal aflige a los ciudadanos por afán recaudatorio. Hoy por poner o no poner el intermitente, el ciudadano puede ser reprimido con tanto rigor como por ser comunista en tiempos de Franco.
Y la ciudad cambiaba, en el cine Arango pusieron cinemascope (la primera película fue "El diablo de las aguas turbias"; la siguiente “Coraza negra” y años más tarde llegó el tod-ao y la pantallas gigante de 70 mm (me parece que fue en el cine Principado). “Marchica” fue el primer restaurante moderno en el centro de la dudad y el California un bar americano con taburetes y cubiletes de cuero para jugar a los dados en la barra. Después vinieron el “Kopa” y el “Kopin”. Y vino Bardem a hacer la presentación de su película "Los inocentes". Ricardo Vázquez Prada, que la tenía tomada con él, y a la primera oportunidad escribía en "Gotas de tinta", refiriéndose, por ejemplo, a “El tercer hombre”: "Esto es cine y lo demás Bardem", le dejó decir y pasar, discretamente. Por entonces, en la calle San Bernabé se bebía vino, en 'La Paloma' vermut, y en el "Astoria" y el "Paredes', compuestas. El coñac recta su posición privilegiada de “bebida racial” al americanizado whisky. Y las señoritas empezaban a entrar en las cafeterías, aunque todavía no lo podían hacer en los cafés y los bares. Esa fue una conquista de mi generación, cuando salimos del colegio.
En el colegio, Pepe Avello escribía poemas muy "sociales", como el de "obrero, te levantas", que salía de la fábrica a beber el vaso de vino elemental". Por aquel entonces los de Cangas de Narcea estaban pesadísimos con Alejandro Casona. Pepe Avello era el único de aquel lugar a quien no le interesaba Casona, sino que pretendía leer a Bretch. También había mucha pesadez con Juan Ramón Jiménez y la "Segunda antología poética", hasta que un día el padre Basilio Cosmen puso las cosas en orden afirmando: "Lo mejor de Juan Ramón es "Animal de fondo"; y tenía razón.
Pepe estuvo poco tiempo en Oviedo. Era la época de FUDE, del Felipe, de " Fenestra Universitaria". La transición, un pulso de régimen y en Munich se producía aquel famoso "contubernio" que tanto indignó al franquismo. Pepe estudiaba derecho y asistía a las clases de Gustavo Bueno. Entonces, aunque no fuéramos conscientes de ello, había algunos alumnos con pretensiones literarias: unos tiraban hacia la “novela de la berza”, y los que estaban en la órbita de Gustavo Bueno acabaron en Faulkner. Pepe Avello marchó a Madrid y luego a África, lo mismo que Juan Cueto, que se fue a Argelia en pleno frenesí revolucionario. La mayoría iba a París y volvía a casa con las publicaciones de “El ruedo ibérico”. Muchos años más tarde Pepe Avello soñó un Oviedo que nunca existió en su mejor novela: “Jugadores de billar”.
La Nueva España · 28 febrero 2015