Ignacio Gracia Noriega
Yihad: fanatismo y resentimiento
Un movimiento de envoltorio moderno pero con reminiscencias medievales
El brutal atentado de Túnez ha vuelto a poner en circulación la palabra terrible: yihad. No se trata de un modernismo pedantesco y circunstancial que todavía ahora se dice cada vez que se mueven un poco las aguas como "tsunami", cuando en español tenemos la palabra "maremoto", sino de algo que corresponde a una amenaza sin límites que afecta a prácticamente todo el mundo. Yihad es la guerra santa islámica y ese nombre fue adoptado en 1983 por un grupo armado chiíta que aspiraba a establecer la república islámica en el Líbano. En los últimos años los occidentales tuvimos la oportunidad de escuchar muchas más veces la palabra "yihad".
"Yihad" no se limita a una guerra convencional, ni siquiera a una guerra con motivaciones religiosas como pudieron serlo las Cruzadas en los siglos XI y XIII. En realidad, las Cruzadas fueron una "devolución de visita" a quienes tuvieron que ser detenidos en Covadonga y Poitiers, y su objetivo era tan piadoso como militar y comercial se trataba de abrir nuevos caminos a un floreciente comercio con Oriente, por lo que se consideró oportuno mostrarles a los musulmanes las razones (principalmente, armadas) por las que no debían estorbarlo e interceptarlo. A partir de entonces, los pueblos del Occidente cristiano evolucionaron, y los islámicos se obstinaron en continuar en la época en la que estaban entonces, por lo que retrocedieron. Los oficiantes actuales del "yihad" son medievales que no conocieron la Reforma ni la Ilustración, y que emplean armas de destrucción modernas, empezando por el fusil soviético Kalashnikoff, del que estaban tan orgullosos los "progres" irredentos que la "Guía del progre carpetovetónico" llegó a considerarlo como uno de los inventos señeros del siglo XX y del que tanta propaganda hacía el difunto Bin Laden, que nunca se fotografiaba sin él.
Porque la actual "yihad" es una reminiscencia medieval con envoltura moderna e incluso sazonada con cierta terminología socialista. El socialismo sin ir precedido de la Ilustración es peligrosísimo. En realidad, el "yihad" es una guerra sin cuartel contra las democracias occidentales, fundamentada en el fanatismo religioso y en el resentimiento social. Los exaltados capaces de volar un autobús volándose ellos mismos envidian nuestro nivel de vida y desprecian nuestra ausencia total de valores. El terrorista que sale de su casa decidido a morir es incontrolable porque no tiene nada que perder, todo lo contrario que los terroristas de esta parte del planeta, que al ser cercados por la Policía, se rinden inmediatamente y exigen que se les respeten sus derechos.
El integrismo musulmán es un fenómeno moderno. Michael Asher, en su libro sobre "Jartum", señala que fue El Mahdi quien impuso la fanática observancia de la ley coránica a finar del siglo XIX:
El consumo de alcohol, algo tradicional en Sudán incluso entre los propios musulmanes, era castigado con ochenta latigazos. Fumar tabaco se consideraba aún más abyecto y era merecedor de una condena a cien azotes. Tradicionalmente, las mujeres baggara solían vestir ropas ligeras y, a veces, solo se cubrían con una tela para doblegar su "espíntu licencioso", El Mahdi decretó que a partir de ese momento, todas las mujeres debían llevar sus cabellos cubiertos y cualquier padre o madre que permitiera a una hija mayor de cinco años circular con la cabeza descubierta, sería castigado con el látigo.
Algunos europeos, como Jules Roy en su libro sobre el año mil, pusieron sobreaviso a sus contemporáneos acerca del peligro que representaba aquel brote de integrismo en un remoto rincón de África:
Los cristianos no piensan hoy ya en el último día de la humanidad; pero los musulmanes no han perdido las ilusiones de su juventud y, en este momento, un nuevo Mahdi ha aparecido en tierras de Egipto, que un falso Mahdi había conquistado ya en el siglo X. Como aquél, arrastra en pos de sí a una multitud de sectarios y no piensa nada menos que establecerse en Alejandría. Deseamos para la civilización que el quimérico temor de una próxima destrucción de la humanidad no obligue a las miríadas de ignorantes que pueblan el Sudán a llevar en triunfo un nuevo y hábil impostor, de las orillas del Nilo a la costas del Mediterráneo.
Jules Roy, en los años 80 del pasado siglo, veía a El Mahdi como una amenaza, aunque no tenía la más remota posibilidad de alcanzar el Mediterráneo. Hoy, ahí tenemos a su descendencia, mismamente en Túnez: en la otra orilla de Europa.
Los hermanos Reclus, autores de una deliciosa "Geografía universal" en cinco tomos (uno por continente), muy antiinglesa, como las novelas de Julio Veme, anotan la arbitrariedad del Mahdi, quien "ordenó, bajo pena de muerte, abandonar las casas de ladrillo y habitar bajo la tienda o en chozas de ramas, a fin de que ningún indicio exterior demostrara desigualdad entre los musulmanes, 'hijos todos del mismo padre'". No faltará quien ahora, que no se puede decir que un mal estudiante ha sido suspendido, considere las iniciativas del Mahdi como "progresistas".
En cualquier caso, el "yihad" es algo más complejo que lo que recibe ese nombre en la actualidad, aunque uno de sus fundamentos se basa en uno de los versículos de Corán. "Combatid hasta que no exista disidencia y sea toda religión la de Dios". Si ese día llega van a estar aviados los que defienden simultáneamente el aborto a todo pasto y el fundamentalismo islámico como una guerra de liberación nacional" o cosa por el estilo.
Averroes dedicó el capítulo diez de su vasto tratado jurídico "Bidaya", por el que se regula la vida del creyente, al "yihad', del que se tienen en cuenta todos los aspectos posibles, desde los elementos integrantes de una guerra a la parte del botín que corresponde a cada soldado. Este capítulo, que en algunos de sus planteamientos asusta y, por lo general, inquieta, ha sido publicado por la Fundación Gustavo Bueno en su Biblioteca Filosofía en Español, Oviedo, 2009. Es, pues, una buena oportunidad para hojear u ojear este libro, para saber de qué se habla cuando se pronuncia la palabra "yihad". También para recordar a un asturiano ilustre y olvidado, a don Carlos Quirós su traductor natural de Pola de Siero, donde nació e1 27 de octubre de 1881, cuando todavía la sombra de los derviches se extendía por Sudán, y donde también falleció en 1970, después de haberse ordenado sacerdote y licenciarse en Filología Semítica por la Universidad de Granada, ser coadjutor de la parroquia de Ceceda e ingresar en el Cuerpo de Capellanes Castrenses, del que se jubiló con el grado de coronel del Ejército del Aire.
Don Carlos fue uno de los más competentes arabistas de su tiempo, miembro corresponsal de la Academia de la Historia. y autor, entre otras monografías, de "Dinastías bereberes: Los Almorávides", "El pode en el Islam", "Instituciones de religión musulmana", etcétera, y traducciones de Averroes y del poeta Almotavid de Sevilla. Una polémica con Emilio García Gómez a propósito de la traducción de "El collar de la paloma" de Ibn Hamz le cerró, según él, las puertas de la Universidad de Madrid. Pero su obra permanece, aunque poco conocida. Su posa de traductor es buena y clara. Ahora un luctuoso atentado en Túnez que se ha cobrado una veintena de víctimas, nos permite recordar a don Carlos Flórez, gracias a cuya traducción se aclararán, sin duda, muchas cuestiones sobre el "yihad".
La Nueva España · 28 marzo 2015