Ignacio Gracia Noriega
Cervantes contra asturianos
Sobre las novedades que rodean al autor del Quijote y su relación con el Principado
El tronitonante hidalgo astur don Jesús Evaristo Casariego bramaba, con razones muy suyas, pero expuestas de manera vigorosa, porque don Miguel de Cervantes Saavedra, príncipe de los Ingenios (como persona de derechas que era, Casariego consideraba indispensable mencionar los títulos y enumerar los apellidos) figurara en el callejero de Oviedo, dando nombre a calle muy principal, en la que reside lo más granado de la burguesía carbayona Las ideas sobre escritores y obras literarias de don Jesús Evaristo eran peculiares: según él, Vetusta no era Oviedo y respecto a la ideología de Ramón Pérez de Ayala, anima el ascua a su sardina: de que Pérez de Ayala era muy de derechas no puede haber dudas, pero lo era de manera diferente que Casariego. En cuanto a Cervantes, le reprocha el personaje de Maritornes, moza de mesón asturiana, por no mentar lo de "¡Daca la cola, Asturiano! ¡Asturiano, daca la cola!". Lo que juzgaba razones suficientes para reclamar al Ayuntamiento de Oviedo para que tachara el nombre de Cervantes de la calle en la que todavía hoy figura.
Estamos en un año de efemérides cervantinas, vísperas del año de la gran efemérides. Éste tiene lugar el cuatrocientos aniversario de la publicación de la segunda parte del Quijote, el que viene lo será de su muerte, ocurrida el 23 de abril de 1616. Se iniciaron las efemérides cervantinas con una bufonada de tamaño catedralicio, a cargo del erario público, naturalmente: la búsqueda de los restos mortales del ilustre autor. ¿Por qué ese frenesí que movilizó a un regimiento de forenses y otros especialistas con bata blanca? La verdad, no me lo explico, pues todo el mundo sabía que Cervantes se encontraba enterrado en el Monasterio de las trinitarias de Madrid, por su propia disposición. Pero de lo que se trataba, sospecho, no era buscar dónde estaba enterrado, que se sabía, sino de hacer una especie de macabro rompecabezas con huesos secos y desgastados por casi medio milenio de sepultura, tal vez para demostrar que algo tan moderno corno el ADN puede ser aplicado a la ciencia literaria y no solo para descubrir los deslices juveniles de algunos caballeros. Más, ¡oh decepción!, el ADN no puede ser aplicado en el caso de Cervantes porque no tuvo descendencia directa. Todos estos inventos de la modernidad tienen sus limitaciones y a veces hasta fallan, las carreteras son interrumpidas por un "argayo" (como el tramo a partir de Soto de Dueñas, que interrumpió la comunicación en el valle del río Piloña) y los aviones se caen. Después del luctuoso y trágico accidente aéreo en los Alpes, lo más sorprendente es el estupor generalizado porque un avión haya caído en pleno vuelo: como si, porque hay internet y demás invenciones ya no hubiera chalados y los accidentes no fueran posibles. Pero de la misma manera que el ADN no se le pudo aplicar a los supuestos restos de Cervantes, los aviones caen. Yo supongo que de haber tenido Cervantes conocimientos de estas manipulaciones con sus huesos, las consideraría sacrílegas. Dejemos en paz los huesos de Cervantes, y leamos en cambio sus libros, teniendo en cuenta que El Quijote no es el único que escribió, y que buena parte de sus otros libros no son inferiores, como daba a entender Unamuno cuando se ponía en plan energúmeno, afirmando que para él, El Quijote lo era todo y Cervantes, nada: como si El Quijote se hubiera escrito solo.
Sobre Cervantes se han dicho cosas muy pintorescas desde que El Quijote se convirtió en pasto de ensayistas que aspiraban a interpretar a partir de las figuras cervantinas la esencia nacional. Algunos mostraron cierta agudeza, otros no llegaron a tanto porque eran rematadamente tontos y solemnes, como Américo Castro. Y no falta quien considera a Cervantes como el responsable de la decadencia nacional. Sin embargo, como escribe Morel-Fatio, "sería en vano pedir a Cervantes una interpretación de la decadencia de su país 'puesto que él no había podido preveerla'". Es sabido que entre 1598 y 1620 se produce la gran crisis del poderío español y, según Pierre Villar, "la primera gran crisis de duda de los españoles", que alcanza hasta nuestros días, por lo que "ha llegado el tiempo en que España va a confrontar sus realidades con sus mitos, para reír y para llorar". En efecto, las dos partes del Quijote se publican en medio de esa crisis, la primera en 1605 y la segunda en 1615 Pero ¿qué otra cosa se le puede achacar a Cervantes que contar lo que había, y que, desde luego, no era peor que lo descrito en novelas picarescas anteriores?
Desde responsable de la crisis espiritual de los españoles ("enemigo de toda idea noble" le llama el Marqués de Tamarón) a antiasturiano, contra Cervantes se ha dicho de todo. Tanto que el Ayuntamiento de Oviedo debía estar fuera de bolos el día 22 de abril de 1916, víspera del tercer centenario de su muerte, cuando acuerda hasta entonces conocida como la calle Tolivar Faes que los Pilares se estaban construyendo al mismo tiempo que Cervantes escribía el Quijote. Supongo que el Ayuntamiento no habrá tenido esta coincidencia en cuenta, sino la gran talla literaria de Cervantes.
Los que acusan a Cervantes de antiasturiano evidentemente no leyeron a Cervantes. Cierto que Maritornes era asturiana: pero los personajes de ficción han de proceder de alguna parte. ¿Hubiera sido Cervantes más favorable a los asturianos de haber sido la moza de mesón andaluza, gallega, vizcaína o francesa? Yo creo que estas cosas tienen muy poca importancia y lo que es seguro es que alguna moza asturiana habrá servido en aquellos tremendo mesones de los siglos XVI y XVII. Por otra parte, parece como si Maritornes fuera la única asturiana en Cervantes, con olvido de la dueña doña Rodríguez, también sirvienta aunque en otro ambiente y con rasgos menos acusados que la Maritornes. En cuanto al Lope Asturiano de "La ilustre fregona", se reconoce al final de la novela que "era muy gentil después que había mudado vestido y dejado el mulo y las aguaderas"; es decir, que en este caso, el hábito no hace al monje. En fin, los que le afean haber hecho asturiana a Maritornes y lo de "daca la cola, asturiano", no le agradecen, mayormente por ignorancia, supongo, el fabuloso personaje de doña Catalina de Oviedo, la protagonista de "La gran sultana", que, a fuerza de carácter, tenacidad y firmes convicciones, llega a sultana sin renunciar al cristianismo y negándose a vestir como mora. Esta mujer fuerte y magnífica está orgullosa de su tierra natal: "Soy cristiana y no admito el sobrenombre, porque es el mío de Oviedo, hidalgo, ilustre y cristiano".
¿No compensa doña Catalina por cien Maritornes? A fin de cuentas, ¿qué tiene de malo Maritornes? Es fea pero generosa. Y es un personaje inolvidable: de hecho, su nombre ha llegado hasta a convenirse en sinónimo de un cieno tipo de profesional, y si hiciéramos un recuento entre los españoles de hoy sobre cuántos personajes del Quijote recuerdan, citarían, inevitablemente, al caballero y al escudero, a Don Quijote y Sancho Panza. Pero ¿citarían a Sansón Carrasco antes que a Maritornes? Lo dudo. En consecuencia, una asturiana es uno de los personajes característicos del libro inmortal.
La Nueva España · 18 abril 2015