Ignacio Gracia Noriega
El fundamental problema de la “faba”
Una reflexión sobre los conflictos político-lingüísticos producidos por la sobreabundancia de normas
Asegura un refrán muy verdadero, como la mayor parte de los refranes, que "cuando el Demonio no tiene que hacer, con el rabo espanta las moscas". En España, el número de funcionarios es sobreabundante, portentoso; con el "Estado de las autonomías (según mandato constitucional)", su número se multiplicó de manera desmesurada. Todos esos funcionarios que forman legión tendrán horas de oficina reglamentadas en la que estarán bien provistos de internet, informática y toda la pesca, por lo que probablemente tienen más horas de oficina que verdadero trabajo, y como una mañana sin hacer nada es muy aburrida, a veces se les ocurren gracietas que, casualmente, siempre acaban significando un incordio para los ciudadanos y afectando aspectos privados de la vida diaria. Un día de ventolera a un funcionario se le ocurre que no se puede pasar de setenta kilómetros por hora en una recta: pues bien, como diría Faraón, "así se escriba y así se cumpla", y quien sobrepase la velocidad establecida desde una mesa de despacho por alguien que con toda seguridad nunca pasó por esa recta, es sancionado con la correspondiente multa de tráfico para cebar la insaciable voracidad recaudatoria del sistema. Otro día prohíben coger moras en el monte; día llegará en que prohíban subir al monte. Todo es prohibir y coaccionar y eso que estamos en una democracia homologada; por lo menos, el régimen anterior no se ocupaba de nimiedades y las cosas estaban Mas claras que ahora: cada ciudadano sabía hasta dónde podía llegar. Si se pasaba de la raya, el problema era suyo, y a veces se trataba de un serio problema. Pero en la actualidad, no se sabe dónde puede estar el problema. He leído en “La Nueva España” del 15 de julio pasado que "técnicos de la Consejería de Agroganadería (portavoces de la Consejería de Salud Pública y Consumo negaron tener relación alguna con la campaña informativa que ha dado pie a esta polémica) advirtieron a tenderos avilesinos que no podían usar la palabra 'faba' para vender judías secas salvo que las mismas provinieran de un productor adscrito al consejo regulador de la IGP (Indicación Geográfica Protegida) 'Faba Asturiana'. ¿Es que esos técnicos no tienen cosa mejor en qué ocupar su tiempo que andar asustando a los comerciantes avilesinos, los cuales, para evitar posibles multas, se apresuraron a cumplir el "ordeno y mando", y donde antes habían puesto "fabes" en los carteles, ahora ponen "alubias" o "habas"? La cuestión sería grotesca, si no fuera por la cantidad de organismos implicados: la Consejería de Agroganadería, las consejerías de Medio Rural, Salud Pública y Cultura, el consejo regulador de la Indicación Geográfica Protegida (IGP), y, por si fuera poco, interviene también el Partíu Asturianista (PAS), soli-citando a las consejerías pertinentes que intervengan "en defensa del sentido común, del interés de los comerciantes, por el bien de la lengua asturiana y por la dignidad del pueblo asturiano". Verdaderamente, yo no soy menos asturiano que todos los militantes del PAS juntos, pero mi dignidad no está afectada porque se diga "faba" o "alubia". En cambio, sí me afecta que unos funcionarios a los que pagamos los asturianos con nuestro dinero pierdan el tiempo en tales tonterías, que en última instancia afectan al libre comercio, y por este camino llegaremos a una situación semejante a la de Cataluña, donde los comerciantes son multados si los rótulos de sus comercios no se atienen a las reglas impuestas por las leyes de "normalización lingüística". No obstante, hemos de darle la razón a los del Partíu Asturianista en un punto: que la expropiación de la palabra "faba" se está haciendo "en beneficio del os productores adscritos a la IGP". Me permito añadir que los "consejos reguladores" son, por lo general, nefastos. Según tengo entendido, son individuos que habitan en las alturas, que casi nunca se dignan a descender a la tierra y que, a pesar de la lejanía, los comerciantes y productores les tienen más miedo que si fueran la Gestapo.
El problema de las "fabas" o de la "faba" es que ese término se emplea indistintamente en Asturias para referirse al “haba” y a la “alubia” según el habla común y según lo recogen Jesús Neira y Mª Rosario Piñeiro en su "Diccionario de los bables de Asturias". Pero no son exactamente lo mismo. En cierta ocasión, José Pla vino a Asturias a comer una "fabada" a casa modesta, y encontró las "fabes" muy pequeñas, en relación con las "habas" de Cataluña. No se trataba de "chauvinismo", sino de que pensaba en "fabes de mayo", que en Asturias también se dan y el difunto Alfonso de La Pérgola, de Sevares, preparaba como los mismos ángeles. Les "fabes" de la "fabada" en realidad son alubias, y en alguna villa oriental que santanderiza oigo decir: "Vamos a comer un plato de alubias blancas". Recurriendo a viejos recetados encontramos, sin ninguna sorpresa, que las "fabas" no constan. En "La cocina tradicional de Asturias", recetario gijonés de mediados del siglo XIX, prologado por Evaristo Arce, hay recetas de "habas verdes", "habas verdes de mayo" y "judías con jugo", pero en aquella época todavía no se había inventado la "fabada", según José Caso. El recetario de las hermanas Bertrand incluye "habas con vinagre", "habas a la francesa" y "judías verdes rehogadas". No parece que hubiera mucha afición a las legumbres en la cocina burguesa asturiana del pasado. No obstante, su enaltecimiento en la "fabada" convierte a la alubia en el producto más popular de Asturias fuera de la región. Contra lo que opinen espíritus populistas, se trata de un plato burgués y urbano, de gente rica, ya que, como lo describía Antón Rubín, son unas fabes (alubias) a las que se les ha echado un "gochu" encima.
Debe tenerse en cuenta que las “alubias” no son las “habas” por lo que, si los funcionarios de la Consejería de Agroganadería confunden "habas" con "alubias" están montando una polémica sin bases firmes. Lo que en Asturias se llaman "fabes", a no ser que se trate de un neologismo, son las alubias. Las judías, por su parte, tienen un sentido bastante preciso. Neira las da como sinónimo de fréjol, y adquiere el nombre de judía de manera inevitable la variedad negra, tan deliciosa mezclada con arroz blanco. Este plato recibe el nombre de "moros y cristianos", lo que no sé yo si no tendrá connotaciones racistas, ya que las "judías" van acompañadas de "jalufo". La Consejería Agroganadera, siempre vigilante, debería someter a estudio este plato por si no entrara dentro de los cánones de la "corrección política" más exquisita. Pues supongo que cada consejería contará con un servicio de "familiares de la corrección política".
En tanto, habida cuenta la confusión existente entre alubia, habichuela, haba y judía, ¿a qué carta nos quedamos en lo que a las "fabes" se refiere? Yo creo que lo más sensato es llamarlas "fabes" si van en "fabada", y si no, lo que la Consejería y la IGP digan. Ya que todo se ha burocratizado, ¿por qué no también las legumbres? Es ridículo que los controles sanitarios sobre los alimentos produzcan problemas politicolingüísticos. Hace cuarenta años, si a alguien se le hubiera ocurrido escribir una historia sobre esto se habría alabado su imaginación surrealista. Ni a Jardiel Poncela ni a Mihura se les hubiera ocurrido una barbaridad así. Hoy esa ridiculez forma parte del mundo real y lo peor del caso es que los funcionarios que la organizaron no poseen el más mínimo sentido del humor.
La Nueva España · 25 julio 2015