Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

"Rufo", mobiliario urbano

Elogio de un perro justamente homenajeado por su irreprochabilidad ciudadana y su humanismo

“Rufo", el entrañable perro amigo de todos los ovetenses, forma ya parte del mobiliario urbano de la ciudad, al lado de Mafalda y Woody Allen. Pero la cursi y sabionda niña "progre" argentina y el no menos "progre" cineasta neoyorkino, autor de películas insufribles, no me caen bien: preferiría que se mencionara a propósito de "Rufo" al "Gochín" de Noreña, que es "tan guapu", que el día de la inauguración de la estatua, el escultor Luelmo lo mataba a besos. Por lo demás, "Rufo" está mucho más vinculado a Oviedo que Mafalda, que es un producto afrancesado, y que Woody Allen, que si bien es el único de los galardonados con un premio "Príncesa" (en sus tiempos era "Príncipe", aviso para feministas) de Asturias, que sabe hacia qué rumbo cae Oviedo, cuando viene por aquí es para que le paguen una película, como si fuera el mendicante Gonzalo Suárez.

Que se le haga una estatua a "Rufo" es un acto de justicia. No soy de los que creen en esas recompensas a toda una especie personificada en uno de sus miembros relevantes. No; yo no creo que cuando gana la selección nacional española un partido (a la que llaman "la roja" como si se tratara de la Pasionaria por no decir "española": el colmo de la imbecilidad) yo gane algo, ni que la estatua a "Rufo" represente a todos los perros buenos (porque los hay también que son de la piel del diablo), sino a "Rufo".

Además, tal vez solucione un problema político, ahora que nos aproximamos a pasos agigantados a una era jacobina, ya que, dado que "Rufo" era apolítico, no será necesario retirar su estatua, como se están retirando del callejero de Madrid los rótulos de aquellos personajes del siglo XIX o XX que se supone que no serían partidarios de los radicalismos del siglo XXI, y así se ha abolido el nombre de Enrique Jardiel Poncela porque ha dicho que la segunda república no era una democracia sino una "memocracia" o el de Vázquez de Mella por haber sido carlista, ideología de otra época que ya sólo existe en los tratados de historia. En su lugar podrían figurar nombres de ríos, de pájaros, de perros buenos, de Rin-Tin-Tin y de Bambi, junto a los de Carlos Marx, Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri y otros personajes intocables: porque si vuelve a gobernar la derecha alguna vez, seguro que los deja en su sitio, de la misma manera que Rajoy, al cabo de cuatro años de gobierno con mayoría absoluta, fue incapaz de tocar las leyes subversivas de Z.

Aunque tal vez me haya precipitado al suponer a "Rufo" apolítico. Hay una famosa fotografía publicada en LA NUEVA ESPAÑA en la que el Gobierno asturiano se hace la fotografía de rigor en la escalinata en la antigua diputación provincial, y "Rufo", tendido a su lado, mira con displicencia hacia otra parte: lo que demuestra que el "Estado de las autonomías (según mandato constitucional)", pilar y cáncer de la "democracia que los españoles se dieron a sí mismos" (y que ahora aparecen dispuestos a cambiar), le traía al fresco.

"Rufo" se presentó en Oviedo hace casi treinta años sin que nadie supiera de dónde procedía. Era un Gaspar Hauser perruno, que tuvo la suerte de arribar a una buena ciudad que le resultó muy confortable. Para él y para "Buenón", el otro gran perro, contemporáneo suyo y a veces su compañero, del que parece que nos hemos olvidado. Los asturianos siempre demostraron una gran sensibilidad hacia los animales, con las excepciones de rigor, como el tipo de Tineo que arrastró a su perro atado a su automóvil. Seremos muy europeos, pero la brutalidad hacia los animales persiste, aunque sea residual. Es el caso del estúpido salvajismo del martirizado toro de la Vega.

Ahora bien: que no se utilicen, como hace los demagogos, clase en aumento, la barbarie y la brutalidad de algunas costumbres, por muy tradicionales que sean, como argumento contra las corridas de toros. La tauromaquia es otra cosa, y aunque el toro muere en la plaza, gracias a ello se preserva su especie zoológica, que de no ser por la fiesta ya habría desaparecido. Supongo que los antitaurinos no admitirán éste ni otros argumentos, porque en su "amor a los animales" se interfieren motivaciones políticas muy definidas y tal vez más poderosas que su defensa franciscana de todos las especies vivas que pueblan la tierra excepto de los no nacidos. Además, estamos hablando de "Rufo", no de toros.

Los asturianos mostraron una gran sensibilidad hacia los animales, y la muestra la tenemos en su literatura, en la literatura escrita por asturianos, y así tenemos a "Pichón", el potro del señor cura, y al perro abandonado de sendos relatos de Palacio Valdés, al "Cojo", a los jilgueros e incluso a una mosca de cuentos de Juan Ochoa, a la famosísima "Cordera" y al formidable gato de "Doña Berta", listo donde los hubiera y "gran botánico" de "Clarín", a Nerón, el valeroso perro de "Los Lobos", de Constantino Cabal, al "paxarín cantor" del P. Galo, a las abejas de Pepín de Pría:

¿Habrá un animalín como l'abeya que buscas pe les flores y entre fuella la miel p'al so caxellu...?

"Rufo" sentía una extraña fascinación por las aglomeraciones humanas: la salida del campo de fútbol, la calle Uría... Según Germán Noriega, el veterinario favorito de mi gato Pelle, los perros consideran que su amo es un perro y los gatos que su amo es tonto. "Rufo" decidió no tener amo, y para conseguirlo se fue a vivir entre los hombres, amigo de todos y propiedad de ninguno. Inevitablemente, debía encontrar muy extrañas las cosas que hacen los congéneres de la raza humana cuando están en grupo, pero "Rufo", lo mismo que "Buenón" (nos estamos olvidando de "Buenón"), se limitaba a observar, no a juzgar. Aceptaba con la misma flema perruna que un niño le diera una golosina que le sacara una fotografía: las crónicas no registran que ninguno le haya arrojado una piedra o lanzado una patada, pero de haberlo hecho algún incivil, "Rufo" lo habría aceptado como si fuera una caricia o un alimento: como una prueba de lo imprevisible que es la gente perruna que camina a dos patas. A veces le dedicaban artículos en los periódicos (yo le escribí uno), siempre elogiosos: de esos artículos en los periódicos (yo le escribí uno), siempre elogiosos: de esos artículos de "contenido humano" que los políticos aspirarían a que se escribieran sobre ellos. Seguramente estos artículos y las fotografías le dieron ánimos: no porque fuera vanidoso ni supiera leer, pero al menos certificaban que era alguien en la ciudad. El amigo de los ovetenses no lo era tanto de los perros de cuatro patas, porque en sus comienzos, siendo casi un cachorro, tuvo un encontronazo con otro perro en el Campo San Francisco, y ahí se dio a conocer. A veces uno se preguntaba cómo se las arreglaría "Rufo" en una ciudad con tanto coche: no tanto por temor a que fuera atropellado como a que le pusieran una multa. Pues, como decía Napoleón, hay tantas leyes que es un milagro que no nos hayan ahorcado a todos.

"Rufo" sobrevivió en libertad mientras se lo permitió su salud. Murió en el albergue para perros precisamente el día de San Mateo: una cruel ironía que el perro de la ciudad muriera el día de la fiesta de la ciudad. Ahora, el Ayuntamiento tripartito de Oviedo premia a "Rufo" por dos grandes valores morales y cívicos, los mismos por los que se dispone a cerrar la Fundación Gustavo Bueno: por su independencia y por su libertad. Es, por su irreprochabilidad ciudadana y por su humanismo, el animal emblemático de Oviedo, como en tiempos lo fueron Petra y Perico, los entrañables osos del Campo San Francisco que hicieron las delicias de los niños y de los mayores asturianos durante años, muchas generaciones atrás.

La Nueva España · 3 octubre 2015