Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Carnes nocivas y la nueva lista de pecados capitales

El nuevo informe de la OMS va en consonancia con una sociedad que busca lo políticamente conecto y pone en riesgo a la industria

Los truculentos avisos emitidos por la OMS, en los que se denuncia la condición cancerígena de la carne, recuerdan los tiempos aquéllos de los primeros ataques guerrilleros contra el tabaco, cuando se decía que fumar en pipa entrañaba menores peligros y la venta de pipas, escobillas y desatascadores, se disparaba. Al cabo de unas semanas, la gente se olvidaba de aquellos peligros anunciados oficialmente y volvía a los cigarrillos hasta que el Estado protector y bienhechor, que todo lo hace por nuestro bien, convirtió lo del fumar en cuestión de Estado y prohibió el tabaco en los sitios públicos. Como la iniciativa procedía de babor, en el que se apiñan gentes de condición adusta y asténica, una ministra de ZP, Elena Salgado si mal no recuerdo, se propuso prohibir también el vino. Pero ahí los vinateros se opusieron valientemente, recordándole a la señora, muy preocupada por la salud y muy mal informada, la importancia que el vino tiene para la economía española. Mas para los fundamentalistas, lo sean del Islam o de la salud, las consideraciones ajenas a la cuadrícula de su mente les traen al fresco, y aunque los socialistas prosperados ya entienden de vinos como si fueran burgueses, el vino terminará cayendo en el pozo de los alimentos peligrosos y cancerígenos. Si en este tiempo se descubre un poderoso antídoto contra el cáncer, ¿cómo se va a seguir asustando al personal con lo que come y lo que bebe?

De lo que no cabe duda es de que todas las arremetidas de la sociedad laica y "políticamente correcta" están conectadas entre sí y poseen una fuerte coherencia interna. La legislación y prohibición de alimentos es lo que le faltaba al laicismo para ser una religión con todos los sacramentos (ya llegará el día en que impongan la confesión espontánea; lo de comulgar con ruedas de molino es normal desde hace muchísimo tiempo). El "Levítico" y el "Corán" laicos ya han condenado numerosos alimentos y costumbres en el "Nuevo Levítico" figuran en primer lugar el tabaco y las carnes en sus múltiples variedades.

Decía Chesterton que creía en Dios porque creía en el diablo, pero el hombre moderno "políticamente correcto" a ultranza, cree solo en el diablo. Como decía Gómez Dávila, los enemigos del hombre son el diablo, el estado y la ciencia. El diablo se crea en el estado y éste se sirve de la ciencia. La cadena es irrompible. El estado ha establecido un nuevo orden de pecados capitales, de mejor a peor: el mejor es la lujuria, de manera especial en sus aspectos más turbios, y el peor la gula en todos los aspectos. La avaricia mueve el mundo en el que todos bailan por dinero. Es otro pecado positivo, lo mismo que la Pereza, que permite al demócrata celebrar todas las fiestas del santoral cristiano, cuando ellos tienen un santoral tan bonito en el que figuran el día de la mujer trabajadora, de los niños desvalidos, del sida, del ictus. En cuanto al orgullo y la envidia, Alfred de Vigny decía que las dos formas políticas vigentes procedían de dos pecados gravísimos: la aristocracia del orgullo y la democracia de la envidia. En consecuencia, la envidia pasa a formar parte de los grandes pecados virtuosos, junto con la avaricia, la envidia y la pereza, y el orgullo desciende al fondo y los infiernos para hacerle compañía a la gula. Queda la ira un poco descolocada: pues la "corrección política" rechaza violentamente la ira como principio programático. Eso sí, la hipocresía de este sistema mental permite justificarla cuando la ira la ejercen los amiguetes del Tercer Mundo o cuando el Estado bondadosísimo juzga conveniente recurrir a ella. Ahí tenemos los siete pecados capitales, que se reducen a dos, la gula y el orgullo.

En las arremetidas contra la gula intervienen numerosos auxiliares: los amigos de los animales (que entienden que en los toros no solo se sacrifica un animal, sino que se fuma y después se comen buenos chuletones); los vegetarianos por motivos obvios y las feministas Porque prefieren guardar la línea y estar un poco demacradas, así que ¡fuera carnes!

La gente del común, que es la que padece las arbitrariedades del Estado y paga los platos rotos, se ha tomado estas alarmas anticárnicas con perplejidad y buen humor, descubriendo que el primer enemigo de las carnes rojas fue Franco, ya que sabía que siendo rojas, no podían ser buenas. Mas, es posible que la cosa no acabe ahí. Ya ha salido a la palestra un incomprensible personaje emblemático, doctor honoris causa que no sabe hablar y cocinero que no sabe comer, diciendo que él solo come seis o siete "cosas pequeñitas" y nunca un plato de algo. En fin, como para ir a comer a su casa, donde comes una de esas "cosas pequeñitas" y te la cobran como si fuera un elefante. Respecto a la alerta de la OMS sobre el consumo de carne ha salido por la tangente, contando vaguedades que se refieren al ongen de la agricultura. Ha hecho una descripción soberbia de lo natural: es lo que está en la naturaleza: los peces en el mar, la fruta en el bosque... En cambio, lo que comemos no es natural, ha sido domesticado por el hombre por medio de la agricultura. Pero me gustaría que nos dijera ese talento qué sería de la humanidad sin agricultura.

Habría que comer "cosas pequeñitas" y no darían para todos. Lo de "cocinero a tus pucheros" le va muy bien a las estrellas de la cocina escasa y prestigiosa (llamarla "nueva cocina" es como decir que Concha Velasco es una nueva actriz), que aunque no cocinen lengua ponen a funcionar la suya en retóricas vanas, de una pedantería insufrible, mientras los pucheros deben funcionar sanos. Si no fuera porque el laicismo impera, hasta es posible que San José Cupertino bajara de los cielos a echarle una mano a los cocineros estrellas y locuaces. Pero como estos cocineros deben ser también laicos, allá se las apañen, solos, haciendo "cosas pequeñitas" para clientes de carteras muy abultadas.

Las alarmas contra las carnes ponen en peligro una industria poderosa como ya se puso contra las cuerdas la industria tabaquera. Al Estado, por lo demás, el cáncer de sus administrados le importa poco, sino el coste de la carne, según explica Vicente Montes. Para un kilo de carne de vacuno son necesarios unos 15.000 litros de agua y el agotamiento de los pastos exige la deforestación de enormes extensiones naturales. O sea, que o nos hacemos vegetarianos todos o a comer pastillas. Pero en Noreña, por ejemplo, las cosas se ven de manera diferente. Si se prohiben las carnes "por nuestro bien", numerosas localidades se van a la ruina.

De momento, solo se trata de un aviso que gobiernos cipayos como el nuestro puede que se tomen en serio. No son capaces de atajar la corrupción que tienen en casa, pero ya han conseguido que nadie ose fumar si no es en su casa o en la calle. No tardará en llegar el día en que habremos de comer chuletones clandestinos, como los lectores empedernidos se veían obligados a leer los libros en aquella novela y aquella película premonitorias tituladas "Fahrenheit 451".

El Estado vela y es capaz de controlar hasta el más mínimo de nuestros movimientos. Algo que hasta no hace mucho solo era facultad de Dios. Pero hoy entre Hacienda, las instituciones sanitarias, la Policía y la electrónica, no hay quien se mueva.

La Nueva España · 14 noviembre 2015