Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Bousoño no ejercía de asturiano

El escaso aprecio por el localismo expresado por el poeta boalés, fallecido en octubre, marcó su obra y su relación con la región

Con motivo del fallecimiento de Carlos Bousoño se ha producido cierto malestar en Boal por motivo de que el poeta, aunque nacido en esa localidad del occidente asturiano, en el curso de su vida, le había prestado poca atención. Tal vez sea cierto. Bousoño abandonó Boal pronto y es posible que no haya ido mucho por allí a partir de entonces. En realidad, nada más lejos de la poesía y de la forma de ser de Bousoño que el localismo.

Hubo una época muy reciente en la que se presentía asimilar como asturianos a quienes no lo eran sino por el nacimiento, como José García Nieto, nacido en Oviedo. En su caso puede decirse que el nacimiento es un accidente, mientras que las raíces de Bousoño eran asturianas. Juan Molla y Víctor Alperi, en su animoso libro "Carlos Bousoño en la poesía de nuestro tiempo", intentan demostrar la asturianía de Bousoño citando algunos de sus poemas, en los que hay nostalgia de la infancia, sin citar donde ocurrió.

Hubiera dejado a los boaleses muy contentos añadir que aquella infancia transcurrió en Boal, pero los poemas tienen su estructura y en los de Bousoño, por lo general, no entran nombres propios. Por otra parte, no era un asturiano profesional, especie bastante lamentable de la que era ejemplo aquel tipo siniestro a quien llamaban don Cosme.

Bousoño nació en Boal el 9 de mayo de 1923. Su madre ejercía como maestra y allí se casó con Luis Bousoño, el cual, cuando el futuro poeta tenía un año, se estableció en Oviedo, poniendo una tienda de tejidos en la calle Pelayo. Muerta la madre y el padre en Méjico, como empleado de Fundiciones Monterrey, la gran factoría del empresario asturiano (de Bueño) Carlos Prieto, Carlos y su hermano Luis vivieron con su tía abuela Manuela Fernández de la Llana, casada con el erudito Bernardo Acevedo y Huelves, autor de un notable libro sobre los vaqueiros de alzada. Ni la Revolución del 34, ni el cerco de la ciudad repercutieron en él. Sus textos autobiográficos no mencionan aquellos sucesos.

En 1937 regresa a Boal para estudiar el tercer curso del bachillerato como alumno libre del Colegio del Ave María. Y en 1943 marcha a Madrid para hacer el tercer curso de Filosofía y Letras. Su pariente el canónigo Cesáreo Rodríguez, autor de varias joyas de literatura piadosa-surrealista, le despide con una recomendación en una nota a pie de página de su obra magna "El esfuerzo medular del krausismo contra la obra gigante de Menéndez y Pelayo": "Que aunque joven y perdido en la vorágine madrileña, Carlos sepa resistir a las tentaciones orteguianas".

Bousoño y Ángel González fueron los dos poetas asturianos de mayor proyección nacional después de Ramón de Campoamor. Son muy distintos por sus actitudes y entonación. González es un poeta bastante popular mientras que Bousoño permanece en una especie de mundo aparte y lejano. No diremos que Bousoño es el poeta que vive en su anacrónica "torre de marfil" mientras que González es el poeta que "baja a la calle".

El caso es que, de hecho, Bousoño no parece haber mantenido posiciones discordantes, ni, que yo sepa, estampó su firma en alguno de los innumerables manifiestos contra el franquismo en el tramo final del régimen claudicante, ni, como no venía por Oviedo, se le veía a altas horas de la noche tomando copas con la "crème" de la intelectualidad, como a Ángel González.

De González todo el mundo sabía que, en la "clandestinidad", había tenido escondido en su casa a Julián Grimau; de Bousoño, poco se sabía de su amistad con Vicente Aleixandre, a quien dedicó su primer libro importante de crítica literaria: "La poesía de Vicente Aleixandre" (1956). Y no solo no era Bousoño poeta y ni ciudadano vocinglero, sino que en algunos de sus poemas más intensos habla de Dios y habla de España, dos temas poco estimados por la tendencia actual, inclinada a la negación desesperanzada, al mundo vacío y gris, al prosaismo de González.

Por fortuna para Bousoño, por pocos años no perteneció a aquella generación de poetas que sufrían y bebían juntos, y es una figura solitaria de la poesía española de la postguerra, como lo es José Hierro, poeta del resentimiento. Bousoño buscaba algún tipo de serenidad en medio de la angustia.

Otro aspecto importantísimo de Bousoño es el de crítico y, sobre todo, teórico de poesía. "Teoría de la expresión poética" es un tratado de poética realizado en España, donde, en su tiempo, había poca afición a ese tipo de estudios, de carácter más bien germánico, a lo que parece. Bousoño hace en esa obra un estudio riguroso de la poesía como comunicación, de los procedimientos poéticos.

No son pues, su poesía ni su crítica, terreno abonado para localismos más o menos complacientes. Bousoño no era localista pero era asturiano: tal vez por su falta de entusiasmo localista, su asturianidad era más profunda, no era de los de tambor y gaita ni de los que confunden su patria chica con folclore.

Pero su ironía, su comportamiento caballeresco y un poco tímido cuando se encontraba entre personas a las que no conocía demasiado, su captación de la realidad como irrealidad, eran propios del asturiano cabal.

La Nueva España · 13 febrero 2016