Ignacio Gracia Noriega
La conversión de Rodrigo
Los coqueteos con el budismo del expresidente del FMI y Bankia, y exministro
Hace algunos años "La Nueva España" publicó un triunfal reportaje de dos primos de Gijón en plena gloria y en plena juventud que tenían el inocente aspecto de no haber roto un plato en su vida. Ambos jóvenes y guapos (el clérigo más guapo que el seglar); ambos limpios como tocados por alguna gracia y resplandecientes dentro de sus vestiduras blancas, caminaban entre las rocas sobre un mar muy azul situado muy lejos de Gijón. Parecían dos personajes de la novela "Helena o el mar del verano" de Julián Ayesta, buscando quisquillas y "llámparas" para el arroz de las personas humildes por las que evidentemente se sacrificaban.
Como en la novela de Ayesta, en la que predominaba el ambiente endogámico de Somió, aquellos dos, tan angelicalmente vestidos de blanco que saltaban de roca en roca al otro lado del planeta, eran dos primitos que rememoraban días juveniles de aquellos veranos demasiado cortos en la playa de San Lorenzo y que ahora, gracias a su mucho estudio y a su mucha virtud, ocupaban cargos importantes en la Iglesia, el Estado y las Finanzas. Kike Figaredo era vicario apostólico y su primo Rodrigo Rato había sido ministro de Hacienda, vicepresidente de Gobierno de España y presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Toda una personalidad, podría decirse de él en aquellos días.
La labor misionera de Figaredo era muy importante en aquel apartado lugar del globo, y aunque las autoridades eclesiásticas no suelen llamarse Kike, como si fuera un jovencito de retozón pelo rubio que sale a pasear en bicicleta con dos primitas también irreprochablemente vestidas de blanco, su labor evangélica y caritativa había sido tan considerable que estuvo a punto de ser reconocido "profeta en su tierra", cosa que no consiguió ni el propio Jesús en Nazaret. Kike era candidato a uno de los premios Príncipe de Asturias. Uno de sus principales patrocinadores era el doctor Barthe Aza, que daba por seguro que Kike Figaredo ganaría. Menos mal que no se le ocurrió a nadie presentar a Rodrigo Rato al premio de Economía. Lo hubiera obtenido sin dificultad, dado que entonces retenía mucho del poder que había tenido. Mas se acumularon nubes negras en el horizonte occidental y aquella nube negra que indicaba que algo marchaba mal se llamaba la señora Betancourt, preeminente mujer política que había sido raptada por al guerrilla marxista de su país, e, inesperadamente liberada. Salió diciendo que los guerrilleros tenían toda la razón del mundo para empuñar las armas y a ella la habían tratado como si estuviera en el Ritz. De esta gente un poco desnortada se dice que padecen el "síndrome de Estocolmo" y nadie repara, tal vez porque no conviene, en que algo rarillo debe haber en esas personas que hacen los más encendidos elogios de quienes les hicieron la vida a cuadros en un "zulo". Shakespeare suelta una andanada contra quienes suben al cadalso dando vivas al rey que ordenó su decapitación, y, en realidad, es bien ridículo, pero no deja de ser políticamente correcto, razón por la cual, y puestos en la balanza los trabajos evangélicos del vicario Figaredo y el aliento reconciliador de la Betancourt, no hubo duda por parte del jurado a la hora de votar por la segunda en perjuicio del primero.
El doctor Barthe se llevó una gran desilusión pero así son las cosas en el palacio encantado de la corrección política. La liberada de unos guerrilleros era más meritoria que una larga labor misionera.
Perdimos de vista al vicario Figaredo. Su primo Rodrigo continuó en el candelero, quién sabe si para la perdición de su alma, pues ya hemos comprobado los disgustos que le ocasionaron la vuelta a las actividades financieras. No dejó el traje blanco en la India. Recuerdo haberle visto una tarde de toros en Gijón en la que actuaba José Tomás. Esperanza Aguirre, parecía con su tronío y mirando a lo alto, una reina de la baraja. Cascos sudoroso, con nariz de boxeador sonado y un jersey rojo a la espalda y el mucho más circunspecto Rato con su traje blanco que no dejó en Bengala para que pudiera aprovecharlo un nativo.
Los tres se reunían en el mismo palco. Esperanza Aguirre parecía una folclórica a punto de lanzar un clavel a la plaza. Rato, silencioso y solemne, tenía aspecto de mayordomo en día de asueto y Cascos era el toro enfurecido a punto de salir de toriles. Al fin salió José Tomás y aquellas tres figuras de estampa decimonónica, dejaron de figurar. En una plaza de toros, como debe ser, el primer plano corresponde al toro, y después de él al matador. Los demás, aunque sean ministros, valen poco y pintan menos.
En una plaza se pueden ver cosas muy raras. Me hicieron una foto en la plaza de Santander y descubrí, al contemplarla con cierto detenimiento, que a pocas gradas a mi izquierda se encontraba, repeinado con toda la gomina que sobró del tanto y sacándole la lengua al toro, Mario Conde en carne mortal. ¡Demonios, me dije, lo bien relacionado que está uno en una corrida!
Pero aunque a Conde y a Rato sólo los vi de lejos, se advierte la gran diferencia existente entre uno y otro. Rato tiene aspecto apocadito, mientras que Conde parece capaz de saltar al ruedo y comerse al toro a mordiscos. A fin de cuentas, no olvidemos que Rato había estado en Extremo Oriente como si fuera un personaje de Somerset Maugham, visitando a su primo.
Pero su primo no debió trazarle el buen camino. Ahora resulta que el exministro se anda aproximando al budismo lo mismo que a Alcalá Meco, tan lejos como se encuentra de la India. En fin, a cada uno le llegan los ecos de las trompetas de la salvación donde menos lo espera.
En realidad, el budismo es una filosofía de la realidad del ser. En el budismo, la realidad del ser se manifiesta en un instante único. Nada permanece igual por dos instantes consecutivos. ¿Cuál es la realidad de Rato? ¿Entrando en un coche con un policía empujándole por la cabeza o buscando "llámparas" entre las peñas del Oriente lejano?
No dudamos que se quedará con aquel instante irrepetible, fotografiado en "La Nueva España", por cierto, mientras recorría las rocas vestido de blanco, como si estuviera en Somió. En consecuencia, no es extraño que acabe en el budismo, ya que la realidad de su mundo político y financiero le resulta en la actualidad poco estimulante.
La Nueva España · 30 abril 2016