Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El primer Richard Ford que visitó Asturias

En el siglo XIX vino a la región un viajero inglés que se llamaba como el escritor galardonado con el premio "Princesa de Asturias"

El narrador norteamericano Richard Ford le confió a María José Iglesias, en una entrevista muy distendida, que estaba deseando "venir a Asturias, conocer Oviedo y saludar al Rey de España, a quien preferiría como presidente de los Estados Unidos antes que a Trump.

Se nota que Ford no debía tener una idea muy precisa de lo que es Asturias a lo que podría respondérsele que está a la altura de Montana, para que se sitúe en el mapa, aunque se nota que dedicó las dos horas anteriores a la entrevista a informarse sobre el lugar, al otro lado del Atlántico, al que debe acudir para recibir el premio "Princesa de Asturias" que le fue concedido por su obra narrativa, notable pero sórdida.

Parece este Richard Ford hombre de ley, aunque no sabemos si conocerá la obra de otro Richard Ford, éste británico, que recorrió meticulosamente España para escribir la guía del viajero de la época romántica más completa: "Hand Book for Travellers in Spain and Readers at Home", en dos volúmenes, además de "Las cosas de España", libro extraordinariamente ilustrativo, aunque no se ocupa en él de los viajes, sino de las costumbres. Uno de sus primeros artículos es sobre las corridas de toros, publicado en 1837 en la "Quaterly Rewiew".

El tema de los toros atrajo a los viajeros extranjeros por España; algunos lo abordaron con conocimiento de causa, como Prosper Merimée, y otras como simple pintoresquismo brutal, como una de las notas más coloristas del "color local". Debemos señalar, en cualquier caso, que la primera crónica taurina escrita por un extranjero fue la reseña de la corrida que le dieron en Llanes al futuro Carlos V, descrita con mucho detalle por el cronista Laurent Vital, a quien no se le perdía detalle de lo que le interesaba.

Richard Ford fue de los primeros viajeros ingleses que se acercaron a Asturias. Antes que él lo habían hecho muy pocos: Edward Clarke, Samuel Edward Cook, más conocido por Widdrington, y, de manera más completa, Joseph Townsend, a finales del siglo XVIII. Ana Clara Guerrero explica esta ausencia de viajeros por las tierras asomadas al Cantábrico en su libro "Viajeros británicos en la España del siglo XVIII", alegando que "sus recorridos por el norte de España llevan en ocasiones a los viajeros a Cantabria y Asturias, que por su similitud natural con su país de origen merece menos comentarios".

En realidad, estos viajeros no podían encontrar en Asturias un mundo tan pintoresco como el de Sevilla o Extremadura; ven un paisaje verde, de ríos claros y montañas más agrestes que las de Inglaterra y reparan en la existencia de cultivos comunes. Towsend dedica su atención a la sidra, a la que da por pasable, porque la inglesa es mejor y está elaborada con más higiene. Un siglo más tarde Fermín Canella contraataca, elogiando la calidad y la higiene de la sidra asturiana.

Richard Ford nació en el barrio londinense de Chelsea en 1696. Estudió leyes en el Triníty College, aunque nunca ejerció como abogado. Su visita a España obedece a motivos prácticos: en 1833 los médicos aconsejan a la señora Ford que busque un clima menos húmedo que el de Inglaterra por lo que se establecen en Sevilla.

Es de notar la influencia de las esposas en algunos viajeros ingleses: Joseph Townsend lo hace para remediar la melancolía producida por la muerte de su esposa y Ford en busca de su salud. Pero la continuada estancia en Sevilla debió resultarle tediosa, por lo que sale al camino, en una época en la que los caminos en España eran tremendos y no había aún servicio de ferrocarriles, que Ford suponía que no llegaría a establecerse nunca, debido a la fuerte obstinación de los arrieros, que veían en aquel medio de transporte más rápido y más aséptico una seria amenaza para sus intereses, por lo que suponía que iniciarían una guerra de guerrillas al paso de las locomotoras como los indios Sioux al paso de las compañías ferroviarias por los temtorios sagrados. En Asturias, como es natural, no solo había tren, sino que no se soñaba con él.

José Antonio Mases evoca la Asturias que vio Ford: "Montañas escarpadas, valles fáciles y umbríos, ganadería, bosques frondosos, caballos autóctonos y preponderancia del cultivo del maíz como alimento básico de un campesino pobre".

Supongo que este paisaje no le produzca al autor de "Rock Springs" la menor sorpresa, aunque en Montana las cosas son mayores, tanto las montañas como las llanuras. Allí empieza la Gran Llanura, según le pregunta Woody al muchacho de Great Falls con cuya madre va a marcharse en la noche.

Desde luego, en Montana hace más frío, pero esta primavera parecería los días del crudo otoño de noviembre si no fuera porque los días son más largos. Por lo que Ford no estará fuera de su ambiente, al menos en el aspecto atmosférico. Lo que no creo es que le eche un vistazo a "La Regenta", ya que esa novela es completamente ajena a su mundo.

El sentido del humor de "Clarín" es muy corrosivo, mientras que no lo noto en Richard Ford, cuyo mundo a medio camino entre la ruralidad y el urbanismo, es sórdido, mucho más sórdido que el campo asturiano visto por escritores del siglo XIX.

Como más tarde entrará en Asturias Borrow, Ford lo hace por el Oeste, por Ribadeo. Continúa por Avilés hasta Oviedo, intercalando un ensayo sobre "El Principado. El carácter del país y los nativos. Los montañeses. Historia antigua". Repara en la Catedral, que podrá visitar próximamente su homónimo y señala que "aunque no muy grande ni muy antigua, cuenta con una elegante estructura cruciforme en un estilo gótico tardío".

Describe el Arca Santa como hecha de roble, cubierta por un fino baño de plata, con bajorrelieves de personajes sagrados y una inscripción que rodea todo el borde y que recuerda, más bien, al contenido y gusto cordobeses". También visita las otras iglesias ovetenses, la de San Miguel de Litio, la de Santa María del Naranco, la de la Vega y la de Santullano. Los monumentos eclesiásticos descritos por Ford se conservan en la actualidad, por lo que el narrador noneamericano puede servirse perfectamente de la guía de su homónimo para recorrer la parte monumental de la ciudad; no creo que le dejen tiempo para desplazarse a otras localidades como Gijón y la iglesia de Amandi en Villaviciosa. Tiene la ventaja el itinerario de Ford de establecer las distancias entre poblaciones en leguas y señalar que "hay un coche diario de Oviedo a Gijón", por ejemplo, que, según él, su nombre es sirio y significa "Valle de la Gracia".

Visita Valdediós, Covadonga, Santa Cristina de Lena, saliendo de Asturias por Pajares, donde Richard Ford puede descubrir que las escarpadas montañas de los Picos de Europa no son menos que las Montañas Rocosas.

Aprovechando su estancia en Asturias, propongo que se le regale un ejemplar de la parte de la obra del otro Ford publicada con el título de "Viaje por Galicia y Asturias", con prólogo de Mases. Le será de gran utilidad, ya que es una obra erudita y bien informada, y en lo sustancial, el país descrito por Richard Ford no se diferencia demasiado del actual. Es un libro claro y bien escrito, muy bien impreso, con ilustraciones de la época, y seguramente, a Ford le gustará leer un libro sobre Asturias escrito por otro Ford.

La Nueva España · 25 junio 2016