Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Escritos sobre política

Ignacio Gracia Noriega

Homenaje a Llaneza

El domingo 25 de enero de 1976 se celebró en el cementerio civil de Mieres, bajo una fuerte nevada, el primer homenaje autorizado, tras muchos años de autocracia, a la memoria de Manuel Llaneza Zapico. En vida del dictador, este homenaje se limitaba a unas rosas rojas furtivamente colocadas sobre su tumba. Aquel domingo, numerosas personas de la oposición (sin la menor duda, toda la oposición que había en Asturias en aquellos momentos) se habían reunido en Mieres en torno a la tumba de un gran luchador, sin que, como se temía, otro acto en Gijón a la misma hora en torno a Hevia Carriles restara parroquia a éste.

Incluso Herrero Merediz, un auténtico liberal dentro del PC, que por aquellos días aún creía en la unidad de la izquierda, y Antonio Masip, que posteriormente formaría candidatura con Hevia Carriles, se hallaban presentes. La nieve proporcionaba solemnidad a la ceremonia. Estaban blancos los montes de la carretera de Sama y las tumbas alineadas en aquel espacio estrecho del cementerio. La Policía Armada regulaba el tráfico y no acostumbrados todavía a que los agentes del orden fuesen servidores de todos los españoles, nos resultaba muy extraño verlos colaborando en un acto socialista. Frente al cementerio habla una casa en construcción, desde la cual varios policías tomaban fotografías con cámaras provistas de teleobjetivos.

En aquel acto hablaron varios oradores. Tomaron la palabra Kullakowski, secretario general de la Confederación Europea de Sindicatos, a quien acompañaba O. Jan, secretario general de la Federación Internacional de Mineros de la C. G. T., y el catedrático Bustelo, que más tarde sería diputado, senador, sector crítico, improvisado teórico marxista («lean a Politzer, pero con discernimiento»), y de momento, rector de la Universidad de Madrid, que aquella mañana se emocionó, se le atragantaron las palabras y lloró. Pretendió también hablar Juanín Muñiz Zapico, recién salido de la cárcel y en camino hacia la leyenda. qua truncaría un desdichado accidente de automóvil sobre el río Huerna, mas afloraron entonces las viejas rencillas entre socialistas y comunistas y alguien le arrebató el micrófono. Pudo, al fin, hablar pero no dio un mitin como se temía sino que se limitó a pedir unidad. Era un gran tipo Juanín. Incluso es posible que de conocerse, él y Llaneza compaginaran.

El auditorio lo componían, en su mayor parte, viejos mineros, algunos de los cuates acaso hubieran escuchado la palabra de Llaneza. Eran viejos y correctos trabajadores que todavía, pese a todo, pese a cárdeles, pelotones de fusilamiento, represión y tristeza, conservaban la esperanza que terminarían perdiendo en los años siguientes. Bustelo, profesoral, entre hipidos, recordó la figura de Llaneza: minero, fundador del Sindicato Minero, concejal y alcalde de Mieres, diputado socialista, representante de la UGT en diversos congresos internacionales ...

Una mujer de unos cincuenta y pico años colocaba dos rosas rojas sobre una tumba muy humilde, cubierta por la nieve. La lápida de esta tumba daba un apellido; Vigil; una edad, 32 años; una fecha de muerte, 1942. Aquel Vigil que reposaba bajo la nieve habría muerto sin sospechar que un día, treinta años más tarde, los compañeros volverían a reunirse ante una tumba muy cerca de la suya, en torno a Llaneza. Aquella mujer, con lágrimas y rosas, pretendía comunicarle que Llaneza estaba vivo, que había muerto Franco, que aún era posible la esperanza. Seguramente deseaba que Vigil estuviera allí, a su lado, recordando a Llaneza.

Al año siguiente, el mismo día, no había nieve en los montas ni en el llano. Se notaba que la balbuciente democracia española se asentaba, porque asistían muchas más personas al homenaje a Llaneza. Los mítines se dieron en el patio de las escuelas. Nicolás Redondo medio leía un papel con desgana, se acaloró Saavedra y Garracho, con voz meliflua, se puso a decir bobadas. Aquel día conocí a alguien que se me presentó como falangista en un bar de la plaza de Requejo y que me dijo que iba todos los años a rezar un padrenuestro sobre la tumba de Llaneza, porque había sido amigo de su padre. Al salir de las escuelas vimos a la Policía llenando las calles. Luego nos enteramos de que un grupo de asesinos había masacrado a varios abogados en un despacho de abogados laboralistas de Madrid, en la calle Atocha.

De aquella, el Partido Socialista era una posibilidad no desdeñable para este país. Por él habían luchado pocos, pero los que lo hicieron (Emilio Barbón y Manolita, Emilio Llaneza Prieto, Pepe Llagas, Leonardo Velasco, Marcelo y Encarna, Cayo, Jesús Zapico, Paulino el da Barrados, etcétera), eran de verdad. Luego entraron en el partido petimetres, socialistas in pautare que regresaban de unas largas vacaciones, rústicas de ciudad dispuestos a dar gato por liebre (!y cómo lo consiguieron!), ex verticalistas y algún logrero. Personas que anteriormente habían acusado al PSOE de derechista y vendido al marco alemán y a la UGT de «sindicatu amarillo», sin que el partido o la unión cambiaran en lo más mínimo su línea política, pasaron a ser sus dirigentes.

El notario Rosales, a la sazón secretario político de la Agrupación Socialista de Oviedo y cuya acción política más destacada había sido recordar al general Riego con tiza sobre una pipa de sidra, recibió a la Media docena de cómplices de Tierno Galván que se incorporaban al PSOE con una campechana cita: «Llegaron. los sarracenos /Y los molieron a palos,/que Dios protege a los malos/ cuando son más que los buenos». Ignoraba la evidencia señalada por Blanqui de que minorías voluntariatas y radicalizadas pueden hacerse con el Poder. Y el PSOE pasó a ser de «alternativa de Gobierno» a patio de Monipodio regido por Alfonso Guerra y Carmen García Bloise, a la manera de los viejos caciques muñidores de los tiempos de Romero Robledo. Lejos ya de los pasados triunfalismos, con una evidente pérdida de clientela electoral, el líder carismático Felipe González acabaría reconociendo recientemente que el «PSOE sería lo menos malo a la hora de gobernar. ¿Merece la pena recordar estas cosas, si estamos recordando a Manuel Llaneza? Seguramente, no. Seguramente Llaneza no reconocería en este partido, donde los concejales cobran, a algunos parlamentarios que sólo pisan Asturias en período electoral, y la improvisación y la irresponsabilidad lleva a los socialistas de ahora a intervenir en autonomías de opereta y a apoyar «bable nes escueles» y otras mentecatadas a «su» partido socialista. Llaneza, que no hubiera concebido el sindicalismo vertical, tampoco habría comprendido cómo los socialistas pueden participar tan satisfechos, en la carnavalada autonómica, que al menos en un punto coincide plenamente con el sindicalismo franquista.

Todos los años se recordaba a Llaneza y continúan recordándolo, aunque ahora, tal como están las cosas, no sé si como coartada. Yo, que he decidido no volver a asistir a mítines ni a actos políticos, lo recuerdo con estas líneas. Al viejo dirigente de los mineros y a su hijo, Arístides Llaneza, hombre justo y cabal, futbolista y guerrillero en las sierras de Asturias, que abandonó su patria por mar junto con el comandante Mata y treinta de los suyos, que vivió un digno exilio en Méjico y que, a partir de ahora, reposará en su tierra de Mieres junto a su padre.

Asturias laboral · 25 enero 1981