Ignacio Gracia Noriega
Las rejas de papel
El «¿Dónde estaba yo en mayo de 1968?», lleva camino de convertirse en un género literario, a medio camino entre el memorialismo y la desfachatez –del mismo modo que «así que pasen veinte años- todos los próceres de la nación habrán estado defendiendo la Democracia aquel infausto 23 de febrero, sin que se recuerde que Sus Señorías (excepto tres: Adolfo. Suárez, Carrillo y el general Gutiérrez Mellado), rodaban por los suelos bajo la amenaza del pistolón del cuartelario Tejero: pues si algo le falta a este país, salvo en lo que se refiere a árbitros de fútbol, es «memoria histórica».
La TV del Gobierno recuerda ahora aquellos fastos, que tienen para algunos de nosotros algo de entrañable y de sentimental: cuando menos, éramos veinte años más jóvenes. Sin embargo, se le da un contenido político que no hubo a aquellos sucesos. Fundamentalmente, fue un movimiento de rebeldía estudiantil que surgió en algunas universidades francesas (La Sorbona, Nanterre, Grenoble, etc.), y que no puede ser interpretado desde los puntos de vista de los partidos políticos y de los sindicatos tradicionales: de hecho Marchais, que tenía más olfato político de aquella que los funcionarios de la TV de ahora, desautorizó el movimiento, y los obreros de la «Renault» rechazaron abiertamente los contactos con los estudiantes. Este rechazo no obedecía sólo a la desconfianza que pudieran inspirar los estudiantes, a fin de cuentas de procedencia burguesa, entre el proletariado, sino a que los partidos obreros clásicos veían con claridad que aquel movimiento de protesta multitudinaria se les iba de las manos. El estallido de mayo de 1968 era como la hégira de los árabes: inexplicable e incontenible, y, por lo tanto, estaba destinado a ser de corta duración. Aquel movimiento universitario duró lo que dura la juventud, que desgraciadamente es una enfermedad que se cura pronto. Quien no es revolucionario a los veinte años no tiene corazón, pero quien no es conservador a los cuarenta, no tiene cabeza. Desposeídos del manto protector que la Universidad otorgaba, lanzados a la lucha por la vida, los viejos revolucionarios acabaron ingresando, diez años más tarde, en algo equivalente al PSOE o en el propio PSOE, lo que significó más o menos lo mismo que el encuentro de los árabes con Charles Martel en los campos de Poitiers. Al final, sólo quedó del mes de mayo de 1968 en las Universidades francesas y alemanas la melancólica mención de tales hechos por Helmut B. el filme «las errantes de la Osa», de Luchino Visconti. Naturalmente, el movimiento estudiantil en España no tenía nada que ver con el que dio lugar a los sucesos de mayo de 1968.: Aquí era un movimiento político de tipo tradicional, ya que tenía un carácter de oposición al régimen franquista y estaba controlado en buena parte por el Partido Comunista (en aquel tiempo, quién lo diría, era el «partido» por antonomasia; ¿es que se podía hablar de otro?),. Y por grupos cristianos del tipo de la JEC La dispersión del «Felipe» da idea de esta curiosa relación, en la que estudiantes de ideología cristiana, después de su paso por la oposición universitaria, entraron a militar en la izquierda radical, y algunos siguen, en la brecha aunque les lluevan chuzos, sin esperanza pero con convencimiento.
La Universidad de Oviedo ofreció algunas peculiaridades durante este período. De ser una Universidad absolutamente apolítica, pasó a ser la pri era que se separó del SEU en España, en cortísimo espacio de tiempo. La oposición, aún así, era muy reducida, y la parte más dura y peligrosa de la lucha la llevaba a cabo el PC, a través de algunos militantes que cursaban estudios en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Escuela de Comercio. Por este motivo, los estudiantes más represaliados fueron los comunistas: Gabriel Santullano, José Selgas, Miguel Angel del Hoyo, Alfredo Mourenza, etc., pasaron un año de cárcel en Jerez (años después serían encarcelados Matilde Rodríguez Castellano, Alberto Alonso, y otros), y José Feito, como era súbdito cubano, fue puesto en la frontera francesa con una mano atrás; otra delante, y un par de calcetines en el bolsillo. Feito sí debe estar enterado del mayo francés, que aquí llegó a equipararse a la Revolución Francesa. Pero había muy poca información en la Universidad de Oviedo sobre aquellos sucesos; no hay que olvidar que en aquel tiempo era imprescindible leer «Le Monde» para saber si había huelga en Mieres.
El recuerdo del mayo de 1968 llega como un aroma de la juventud ida. Algún alto cargo periodístico evocará desde su poltrona aquellos acontecimientos; nosotros, con este motivo, recordamos a Francois Villon:
Oú sont-lis, Vierge souvrai ne?
Mais ou sont les neiges d'antan?
La Nueva España · 16 de mayo de 1988