Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Escritos sobre política

Ignacio Gracia Noriega

La transición

Tanto se está hablando estos días de la transición que yo creo que los que tienen ahora quince años van a acabar creyendo que fue un acontecimiento de la envergadura del paso de la Edad Media a la Edad Moderna, del descubrimiento de América o de la Revolución Francesa. En mi opinión, no es para tanto. La famosa transición se limitó a ser el cambio de un sistema autoritario a otro más o menos democrático; o sea, que no fue una revolución, que según José Pla es la mudanza violenta de los gerifaltes que ocupan los cargos directivos de un país. A algunas per sonas todavía les extraña que las Cortes franquistas, guiadas por Torcuato Fernández-Miranda, se hubieran defenestrado ellas solas, sin que nadie las empujara; pero tampoco tiene fácil explicación por qué los comunistas indonesios fueron aplastados cuando tenían el poder, con Sukarno incluido, al alcance de la mano. Cosas de la historia, se dirá. O bien que la historia no la configuran los pueblos, como dicen los demagogos, sino cuatro individuos cambalacheando apaciblemente, como quien se dispone a vender sacos de patatas, tal vez a miles de kilómetros del lugar acerca del cual negocian. Según Juan Cueto, las libertades en España estaban pactadas desde 1965. Esa era la sospecha que yo tenía en los días ajetreados de la transición, aun que no conocía, claro es, la fecha exacta del pacto. Poco tiempo después de producirse, Aquilino Duque dictaminó en su libro «La idiotez de la inteligencia», de 1982, lo que iba a pasar o ya estaba pasando: «El socialismo moderado no oculta que su razón de ser estriba en utilizar la democracia parlamentaria como vía para llegar a la sociedad socialista, a la sociedad igualitaria. Los capitalistas confían en que el poder corruptor del dinero remita este proyecto ad calendas graecas, pero los comunistas saben que los capitalistas, con tal de hacer dinero, son capaces de venderles a ellos la cuerda con la que éstos acabarán ahorcándolos». Fue esto lo que ocurrió, y no mucho más. Dentro del «socialismo democrático», no era lo mismo lo que decía Guerra que González, ni éste decía lo mismo en Madrid que en la cuenca del Nalón. Y la derecha cerril, ¿qué fue de ella? Es inimaginable que aquellos individuos e instituciones que producían espanto se hayan vuelto demócratas de la noche a la mañana, pero así sucedió. Un país mayoritariamente franquista en 1974 era mayoritariamente socialista en 1982. ¿Hay quien dé más?

El otro día decía Juan Vega que la transición es un «camelo». No llegaré yo a decir tanto, pero sí estoy de acuerdo en que fue caldo de cultivo de mucho vividor. No me parece que la transición sea motivo para que todo el mundo se muestre tan orgulloso sin dar la menor oportunidad a la crítica o a la duda. Pero, en primer lugar, la transi ción se distinguió por ser el período en el que hubo más cambios de chaqueta de toda la historia de España, la cual nunca se distinguió por la fidelidad a sus ideas de quienes la protagoniza ron. Los comunistas se salían del PC porque había abandonado la etiqueta de «leninista» para entrar en tropel en la más vergonzante socialdemocracia filipina; los fascistas irredentos se convertían en demócratas de toda la vida, como si hubieran caído del caballo, o de la burra, camino de Damasco. Por ese rumbo, ¿adónde íbamos a llegar? A donde llegamos: a una situación de corrupción generalizada; a la ruina económica; a una política exterior cipaya y claudicante. Nunca hubo tantos tránsfugas de la extrema izquierda en el PSOE, hasta el punto de que hubieran alarmado a Indalecio Prieto, y nunca hubo un socialismo tan compadre del capitalismo salvaje. Eso fue la transición. Aparte de que, en mi opinión, resultó mucho más ejemplar y pacífica la portuguesa que la española, ya que, quienes elogian que se haya desarrollado en paz parecen olvidar a ETA, GRAPO, GAL y otros hechos sangrientos. Finalmente: no hubo transición hasta que murió Franco, lo que demuestra que un solo hombre nos tuvo en jaque a todos durante cuarenta años.

Asturias, como siempre, iba a la cola, aunque de aquella el PSOE asturiano tenía prestigio en toda Europa. Coordinación Democrática discutía lo que se había discutido en Madrid un mes antes. Eso sí: se hicieron varias manifestaciones y Oviedo estaba más animado.

La Nueva España · 25 de noviembre de 1995