Ignacio Gracia Noriega
Rafael
Hace ya algunos años -Arturo Cortina y Faustino F. Álvarez lo recordarán- le dimos una comida a Rafael Fernández en Casa Fermín, que, naturalmente, no era de despedida; pero, de todos modos, él se apresuró a proclamar que no estaba jubilado, ni mucho menos, y quienes lo supusieran ya podían sentarse y esperar. Habrán transcurrido quince años desde entonces, y, al cabo de ellos, en otro restaurante de los buenos, en Casa Conrado, que, corno dice Tini Areces, «es un clásico», Rafael Fernández celebra sus 85 años rodeado de sus amigos y de Belén. De Rafael puede decirse que no pasan los años por él, aunque él dice que la procesión va por dentro; pero, como diría Arturo Cortina, que también se sentaba en esta ocasión a la mesa, Rafael va bien. Si España va bien, no puede ir mal Rafael. Rafael está como siempre. Y, como siempre, le gustan la buena mesa y la sosegada conversación. Al final, un puro, que llevó Quintana, en nombre de Pepe Cosmen.
Rafael Fernández es una referencia inevitable en los últimos veinte años de la historia asturiana (que fue en los que se produjeron cambios en Asturias como no se habían visto desde don Pelayo acá). Representa la concordia, representa la mesura, representa una concepción universal de Asturias por encima de partidismos. Su tradición es sólida y es de los pocos políticos con tradición de estos tiempos. De un lado, el socialismo de Belarmino Tomás; de otro, el liberalismo de Indalecio Prieto, que decía que era socialista «a fuerza de ser liberal». Al regresar Rafael a España, cuando todavía estaba la pelota de la transición en el tejado del veremos, propuso organizar una paella, que él mismo prepararía (pues del mismo modo que Julián Cañedo era un «aficionado práctico", es decir, que toreaba, Rafael Fernández es un gastrónomo completo, que sabe cocinar) y a la que pensaba invitar a las fuerzas vivas de siempre, representadas por el arzobispo y el gobernador militar en primer lugar. La paella no llegó a comerse, pero sirvió el gesto. Hace veinte años, los socialistas, para algunas personas, todavía tenían cuernos y rabo; curiosamente, esas mismas personas, a estas alturas, son grandes partidarios de ciertas modalidades del socialismo de las que más vale no hablar, señaladamente en Llanes.
Rafael Fernández otorgó dignidad a la institución de presidente del Principado, cargo que no siempre estuvo en las mejores manos, unas veces porque no se buscó a la persona más adecuada, otras porque se la dio, como de saldo, a un auténtico advenedizo, otras porque el partido se interfiere en cuestiones que no son de partido, sino de gobierno. Por eso me extraña que cuando se habla de presidentes de Asturias se mencione a Pedro de Silva o a Vigil (que según tengo entendido abandona los emiratos árabes para trasladarse al África oriental, donde se dispone a ser la versión asturiana de Cecil Rhodes), o a otro que pasaba por allí, y cuyo nombre no recuerdo. Rafael es tan buen ex presidente como fue buen presidente. Nunca se mete donde nadie le llama, nunca hace declaraciones intempestivas, nunca desciende a intervenir en polémicas, jamás le hemos oído aquello tan recurrido de «si yo hablara». Se propuso ser el presidente de todos los asturianos y creo que fue el único que consiguió serlo plenamente. Cuando los italianos eligieron a Pertini presidente -por aquellos días, los italianos sólo se fiaban de Pertini y de la mamma- el novelista José María Cueibenzu me comentó: «¡Qué envidia me dan los italianos!» Qué envidia daban los italianos porque tenían a Pertini. Y, bueno, nosotros en Asturias también tuvimos a nuestro Pertini: lo que pasa es que no nos dimos cuenta. Este Pertini se llama Rafael Fernández y acaba de cumplir los 85 años. Es un poco más alto que Pertini, pero, por lo demás, es Pertini, con pipa y todo.
La Voz de Asturias · 26 septiembre 1998