Ignacio Gracia Noriega
Calle Ximielga
A Ximielga, que anduvo correteando por toda Asturias, ahora van y le ponen una calle en Colloto: «Calle Ximielga», digo yo que será, porque si le ponen «Calle Luis Suárez», no se va a enterar nadie, ni los carteros, que como Ximielga, son personas de condición andarina. Ximielga se «ximielgó» lo suyo por ahí, aunque sin perder de vista a Colloto, y por ello le ponen su nombre a una calle, para que Colloto no le pierda de vista a él en lo sucesivo. Andaba de aquí para allá, siempre de buen humor. Dice que una vez subió a la luna, algo después que Cyrano de Bergerac pero mucho antes que los americanos, y desde allí le hizo una fotografía en relieve (y muy aumentada) al Naranco, que puso en su bar de Colloto. Este bar era una especie de santuario más bien tirando a laico, y de museo nada sepulcral, que se convertía en lugar de visita obligada cuando venía el tiempo de las setas. Ximielga salía al monte con un cestillo de mimbre en busca de setas y un día le salió al paso la Guardia Civil de Infiesto. Era en el tiempo de los «emboscados».
—!Alto ahí! -le dijo la pareja-. ¿No será usted Bernabé?
—No señores, soy Ximielga.
—A ver, demuéstrelo.
Para demostrarlo les recitó un monólogo, o un fragmento de «Los amores de Ximielga», no estoy seguro. Cuando hubo terminado, preguntó:
—¿Es que los «emboscados» saben monólogos?
Los guardias civiles se encogieron de hombros. No estaban seguros de lo que sabían o dejaban de saber los emboscados. Entonces Ximielga levantó la limpia servilleta que tapaba el cestillo y les mostró su botín, que no eran pesos pagados por el rescate de un indiano, sino setas de San Jorge.
—¿Para que quiere usted tantas setas? -le preguntó la pareja.
—Para hacer tortillas.
—¿No serán venenosas?
—¡Cá!
Las tortillas de setas de Ximielga tenían fama en Colloto y alrededores, en media Asturias y parte del extranjero. La gente iba a comer setas desde Oviedo en autobús, y luego se ponían todos muy contentos y cantaban. A Ximielga, además de decir monólogos, le gustaba la canción y tocar el organillo y la guitarra; en una de las habitaciones de atrás del bar, que tenía ventana que daba al patio, estaba el piano, que no lo dejaba tocar a cualquiera. A veces, después de servir un vaso de vino y una copa de anisete, echaba una carrerilla a aquella habitación, se sentaba al piano y tocaba una pieza, «Doce cascabeles tiene mi caballo», o cualquier otra y regresaba a la barra como si nada hubiera pasado.
A lo largo de los años, Ximielga desplegó una notable actividad: fue micólogo, concejal, alcalde, músico, fundador de clubes de fútbol y animador de sociedades de festejos: lo que se dice, una verdadera máquina. Ximielga andaba «eléctrico», de un lado para otro, porque quien es «ximielga» no se está quieto en ninguna parte. Esto es lo que conviene: moverse, y no darse nunca por vencido: Y si no, que se lo pregunten al pájaro al que persigue un perro por un río, según lámina que constaba en «Casa Ximielga»:
—Date presu -dice el perro.
—Ya te oyí -contesta el pájaro.
Por todo esto y mucho más, le ponen una calle que tiene una cierta pretensión conciliadora, ya que parece ser que empieza en Colloto-Siero y acaba en Colloto-Oviedo. De modo que ya se puede ir a Colloto y preguntar:
—¿Dónde queda la calle Ximielga?
Aunque, en rigor, Ximielga no la necesite. En lo que a él se refiere, con poner «Ximielga, Colloto», basta.. Lo conoce el cartero.
La Nueva España · 10 noviembre 1985