Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

A 25 años de Ernest Hemingway

Hace exactamente 25 años que Ernest Hemingway se disparó un tiro en la boca en Ketchum, en el valle del Sol, mientras limpiaba una escopeta de caza (según la pudorosa versión de su muerto dada por los familiares), después de haber cazado y pescado, de haber recibido el premio Nobel de Literatura, de haber escrito algunas de las novelas y sobre todo algunos de los cuentos mejores de este tiempo, de haberse emborrachado en casi todos los bares del planeta y de haber participado, con diferentes grados de intensidad y también ejerciendo ocupaciones distintas, desde conductor de ambulancias a corresponsal, en distintas guerras, a pocos días de que comenzaran en Pamplona las fiestas de San Fermín, que él inventó, describió y popularizó en todo el mundo con una novela de título bíblico, «También el sol se levanta», más conocida por otra de resonancias taurinas, «Fiesta». El año anterior, un amigo mío de Oviedo le había visto de madrugada, en la terraza de un bar de Pamplona, sentado en compañía de Orson Welles y ambos borrachos como cubas; pero Hemingway mantenía su borrachera con dignidad, en tanto que Welles se reía con sonoras carcajadas. A Hemingway, en Pamplona, le gustaba tratar con limpiabotas y similares; un viejo boxeador sonado, que también había sido legionario y qué paraba por los bares de la calle del Rosal de Oviedo, le había tratado y contaba cosas de Don Ernesto. Con Welles, por su parte, unas veces se llevaba bien y otras mal. Cuando se sonorizó el filme «Tierra de Espa», dirigido por Joris Ivens, en apoyo de la República española, en plena guerra civil, Welles fue el encargado de leer el texto, escrito por Hemingway; pero Welles encontraba absurdo leer, por ejemplo, «éstos son los rostros de los hombres que van a morir» si el espectador estaba viendo esos rostros en la pantalla; mas a Hemingway no le pareció nada bien que se pretendiera reducir su guión, por lo que acabaron a palos y para reconciliarse se bebieron una botella de whisky mano a mano; pero el texto acabó leyéndolo Hemingway, y el de la versión francesa, Jean Renoir. A los pocos días de morir se ofició una misa por él en un templo de Pamplona, a la que asistió Welles.

A los 25 años de su muerte siguen apareciendo manuscritos con relatos inéditos: el último, la novela «El jardín del Edén», que, al contrario que el Cid, que ganaba batallas después de muerto, no parece que vaya a añadir gran cosa a la gloria literaria de Hemingway. En sus «días de vino y rosas» (verso que no es de Ornar Kheyyam, sino de Ernest Dowson) se decía que había depositado en un banco diversos relatos inéditos, para que fueran publicándose después de su muerte. Hemingway pensaba mucho en la muerte, y por esta razón incluso pensaba en las finanzas de su familia. después de su desaparición. La muerte, por lo demás, estaba muy familiarizada con los Hemingway: su padre, médico rural, se habla suicidado, y su hermano Leicester se suicidaría, también de un tiro, en 1982. Hemingway era de los grandes, qué duda cabe. Un día le preguntaron al Guerra, el más filósofo de los toreros, quién era el mejor y contestó: «Primero yo, después naide y luego Fuentes». William Faulkner, que no sabía nada de toros, vino a decir lo mismo que el sabio maestro que sabía que «lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible» cuando le preguntaron por el novalista Thomas Wolfe: «Wolfe es el mejor, después estoy yo, después Hemingway». Según Ramón Senderla única relación de Faulkner con España era el «Quijote», que leía cuando menos una vez al año, y un mulo aragonés que había obtenido por mediación suya, para emplear en su finca, allá en Yokopatawpha (condado del que era «único dueño y propietario»). Hemingway, en cambio, venía a España con frecuencia, bien a cazar o a pescar, a ver corridas de toros o a la guerra. En uno de sus artículos menciona una corrida de toros en Gijón y, más tarde, recorrió Asturias en bicicleta, para pescar salmones, como Nick Adams en «Gran río de los dos corazones». En Cuba se acordaba de Asturias y le decía a Mases que era ésta una tierra salvaje: «salvaje» en el sentido de que estaba dominada por la Naturaleza.

La Nueva España · 13 julio 1986