Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

Gerardo Rodríguez: Jergas gremiales

Por un reportaje de Evelio G. Palacio me entero de que en Asturias tenemos un equivalente a Antonio Udina, la última persona en el mundo que habló dálmata, a finales del siglo pasado. El dálmata es una lengua románica muerta, tan muerta como el latín, pero que ahí está con su fonética, su sintaxis, sus verbos y hasta su ortografía; es decir, con todos los ingredientes que condicionan una lengua. Que no haya hablantes es lo de menos, ya que para determinados lingüistas, el estudio de las lenguas es casi metafísica pura. Mientras vivió Antonio Udina, se podía decir que aquella lengua cumplía una mínima función social; pero después de que él murió, la lengua ahí sigue, en estado de invernación, aletargada ,en gramáticas y diccionarios como el oso en su cueva, esperando que alguien tenga a bien volver a hablarla. Y volverán a hablarla, sin duda, a poco que entre los dálmatas surja algún oscuro sentimiento nacionalista que inmediatamente encontrará su razón de ser en la recuperación de la lengua abolida, esto es, en una vuelta atrás, como diría Gregorio Salvador. Una lengua sin hablantes, como el bable, por ejemplo, puede estar cargada de intención ideológica, como es el caso del mencionado bable, o del vascuence. Mas para el estudioso de las lenguas, según determinado método, siempre es mejor que haya lengua que hablantes; como le escribió Miguel de Unamuno a Ramón Menéndez Pidal en 1919: «Lo otro, lo que yo llamo foneticismo, es algo de esa técnica germánica en la que, aún reconociendo todo su valor, veo cada vez más peligros. Sin negar que la imaginación los tiene mayores». Aunque el mayor peligro que acosa a una lengua muerta, moribunda o minoritaria es su politización, siempre extremista, bajo las confusas banderas del nacionalismo y del «hecho diferencial».

No digo yo que Gerardo Rodríguez sea político, ni mucho menos, aunque ocupe el cargo de alcalde pedáneo de El Bao, en el concejo de Ibias; y si es el último de la zona que conserva la jerga conocida con el nombre de «tixileiro», lo hace por curiosidad, no por afanes nacionaliegos centrados en el occidente asturiano; y prueba de que no le concede mayor importancia ala jerga que conserva es que no se la enseña ni a sus hijos, porque total, ya no se habla, y una lengua que no se habla es como un reloj con la cuerda rota, no sirve para nada.

El «tixileiro» es jerga de comerciantes, y por lo tanto el dinero tiene varias denominaciones: el dinero en general es «fierros» y las pesetas «cadietdas». Asimismo, una manta es un «canón» y la moza es una «guiza»; si la moza está de buen ver está «tdozana». De modo que con «fierros» se puede comprar un «canón» para tapar a la «guiza tdozana». Y hay que andar con cuidado por los caminos y no tocar las «cadietdas» de los demás, porque pueden venir los «canalechos», esto es, la Guardia Civil. En las jergas gremiales asturianas tiene su presencia la Guardia Civil, lo mismo que en los poemas de don Ramón de Campoamor: en la «xíriga» son los «pelagusios»; lo que revela la implantación rural tanto de las jergas como de la Guardia Civil.

En Asturias abundan las jergas gremiales: aparte del «tixileiro», propio de los «cunqueiros» o comerciantes, hay el «bron» délos caldereros, la «xíriga» de los «tamargos» (tejeros), el «mansolea» de los zapateros de Pimiango, y alguna otra habrá que se me escapa. El principio de todas estas jergas está claro: hablar en secreto para que quien desconoce la jerga no se entere; o, dicho en «xíriga», para que el «man» (dueño de la tejera), que por lo general es «pete» (que no sabe la «xíriga») no ponga la «velarda» (oreja) cuando «verbean» dos «tamargos»; pero esto es pura teoría, porque el «man», por la cuenta que le trae, sabe «xiriga ascode».

El «tixileiro» parece que es la jerga más humilde; al bron lo estudió Aurelio de Llano, sobre la «xíriga» publicaron estudios y vocabularios Emilio Muñoz y Elviro Martínez, y Pepín de Pría utilizó algunas de sus palabras para sus poemas; y sobre el «mansolea» escribió Celso Amieva su gran poema narrativo «El cura de Tresviso». La historia de este falso cura es verídica y pintoresca, y sobre ella escribió Luciano Castañón uno de sus últimos trabajos, todavía inédito, pero que no dudamos que se publicará en «Los Cuadernos del Norte»; un «mansolea» (zapatero) de Pimiango, se enteró de que no había cura en Tresviso, y allá se fue a sustituirlo, remediando con palabras en «mansolea» sus muchas carencias en el latín. Finalmente el sacristán, avieso lebaniego, que sospechaba de él, le denunció a la autoridad eclesiástica, que le entregó al brazo secular, esto es, a la Guardia Civil. De estas jergas, la más internacional es la «xíriga», que es la lengua oficial de la cárcel de México; y, en otro tiempo, los abarroteros gachupines procedentes del concejo de Llanes, exigían a sus dependientes que dominasen la «xíriga», por si era preciso comunicar algo que no convenía que entendiera el cliente.

La Nueva España · 21 abril 1987