Ignacio Gracia Noriega
Retrato de Fray Servando Teresa de Mier Noriega
Acaba de, aparecer la «Antología general» del polígrafo mexicano Alfonso Reyes, en la que se incluye una semblanza biográfica de fray Servando Teresa de Mier Noriega, cura dominico un tanto volteriano, aventurero y trotamundos, tomada del libro «Retratos reales o imaginarios», del año 1920; gracias a la diligencia de Alberto Polledo, de la «Librería Santa Teresa», pude tener en mi poder rápidamente esta interesante recopilación, de la que, en este momento, nos detendremos en la figura de fray Servando Teresa. Alfonso Reyes había nacido en Monterrey, lo mismo que fray Servando: el ser paisanos acaso haya influido en que rescatara algunos aspectos de su biografía, tomados de sus «Memorias». Juan Pablo García Álvarez, que también se ocupó de fray Servando, le declara sin vacilación como «el hijo más ilustre de Nuevo León», y el Gobierno del Estado de Nuevo León reimprimió en el año 1946 las «Memorias de fray Servando», para conmemorar el CCCL aniversario de la fundación de Monterrey. Estas «Memorias» aparecieron un buen día por las buhardillas de mi casa; por lo que, aprovechando la publicación de la «Antología» de Alfonso Reyes, vamos a recordar a fray Servando, que es casi tan paisano mío como suyo.
Antes voy a relatar una casualidad. Hace algunos años recibí una carta con el membrete de la Universidad Autónoma de México, firmada por Juan Pablo García Álvarez, en la que éste comentaba un artículo mío, publicado en La Nueva España, sobre Graciano Antuña y Teodomiro Menéndez. García Álvarez había sido miembro del Consejo de Asturias y León y vivía exiliado en México. A raíz de esta primera carta nos intercambiamos varias; él siempre enviaba recuerdos para Puri Tomás y Rafael Fernández. Un día me envió una separata con una conferencia suya, que le había servido de discurso de ingreso en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, sobre «La compleja personalidad del P. Mier»; pues deducía que apellidándome yo también Noriega podía tener alguna relación con el curioso cura, que era también de procedencia llanisca. No creo que la tenga. Luego dejé de recibir cartas de Juan Pablo y se lo comenté a Rafael. «Es que ha muerto», me dijo.
Y ahora vayamos con fray Servando. Fray Servando Teresa de Mier Noriega (dos apellidos característicos del oriente asturiano, y también Teresa, aunque en este caso era nombre propio) había nacido en Monterrey el 18 de octubre de 1763. Sus padres, nacidos también en México, figuraban en la partida bautismal como españoles; y español se declaró fray Servando durante toda su vida, aunque fuera uno de los adalides de la independencia de México. Su abuelo, Francisco de Mier Noriega, era de Buelna, en Llanes, y había ido a América acompañando en condición de secretario particular a su primo Francisco de Mier y Torre, que era el gobernador y capitán general de Nuevo León. Fray Servando mantuvo siempre sus dos apellidos asturianos «para no perder la línea de sucesión con España», pues como dice de él Alfonso Reyes, «éste reclamará en España su tratamiento de don y sus preeminencias sociales, advirtiendo que los religiosos no por serlo renuncian a sus fueros ni a su nobleza nativa, y que el apóstol San Pablo alegaba a cada paso la suya contra las prisiones y atropellamientos de que era víctima».
Fray Servando ingresó en la Orden de Predicadores y pronto adquirió fama y prestigio como orador sagrado, hasta el punto de que en 1794 se le encomendó decir el sermón de la Virgen de Guadalupe de aquel año, en presencia del arzobispo y del virrey. Allí contradijo la aparición de la Virgen al indio Juan Diego, por lo que fue desterrado a España y recluido en un convento en Burgos. Jovellanos se interesó por él, y fray Servando, auténtico Pimpinela Escarlata con sotana, y especialista en fugas, pudo huir a Francia con el apoyo de un clérigo contrabandista francés. Viajó a Roma, a Inglaterra y a Portugal, fue párroco en París e intervino en la guerra de Independencia de España como capellán castrense del Batallón de Voluntarios de Valencia: varias veces le hicieron prisionero los franceses y todas escapó. Y puestos a luchar por la independencia, se afanó también por la de México, siendo secretario del general Javier Mina. Nuevamente prisionero es enviado al presidio de Ceuta, de donde huye otra vez. Al fin, ya independiente México, fue diputado al Congreso Constituyente, y por especial disposición del presidente de la República, general Guadalupe Victoria, habitó hasta su muerte en el Palacio Nacional. Poco antes de morir, en 1827, invitó personalmente a sus amigos a que acudieran a sus exequias. Era un hombre culto, alegre, aventurero, bondadoso, valeroso e inocente, observador y socarrón; solía decir que buena falta le hacía «un poco de picardía cristiana». Pese a su anticlericalismo, cumplió sus deberes sacerdotales de modo ejemplar; y aunque afrancesado y «español por los cuatro costados», peleó contra los franceses y españoles. Sus «Memorias», según Reyes, «forman uno de los capítulos más inteligentes y curiosos de la literatura americana».
La Nueva España · 29 abril 1987