Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

Andrés Bello en Pola de Lena

El detalle no se da todos los días, de modo que lo mejor es que lo tengamos en cuenta: el Gobierno venezolano le concede al escritor lenense José Manuel Castañón la orden de Andrés Bello, un equivalente a la de Alfonso X el Sabio en España, por su mucho fervor venezolano, por haber vivido allí bolivarianamente y escrito «entre dos orillas», y el autor de «Moletú Volevá», de pronto, se siente asturiano, retorna a sus raíces, y dice, categórico: «Han de imponérmela en Pola de Lena». Castañón, el escritor que sintió a Venezuela y a César Vallejo, el amigo, casi el discípulo de Juan Larrea, el hombre que le escribió una carta al general Franco -él, mutilado de guerra en el bando nacional- denunciando la discriminación a la que eran sometidos los antiguos combatientes republicanos («por qué yo he de ser un caballero mutilado y aquellos de la esquina ese jodido cojo o ese jodido manco?»), a la hora de los honores (y en su vida hubo más desdichas que recompensas, pero unas y otras supo sobrellevarlas con dignidad), vuelve la vista a la villa natal, se acuerda de su casa y dice: «En Pela de Lena». Quien tuvo fervor por Vallejo sigue teniéndolo, en esta orilla, por su Pola de Lena. Castañón es mucho Castañón, y muy de una pieza, y, a la larga, predomina en él el asturiano, por encima de todo; cuando dice, a propósito de Bobes, las razones por las que encendió una guerra terrible contra Bolívar y a quien solo detuvieron media docena de lanzazos en la batalla de Urica, que al asturiano se le mata, pero no se le abofetea, seguramente también se está refiriendo a el mismo. Leonino en las guedejas, bondadoso, maldiciente, amigo de sus amigos, manco como Cervantes y escritor cervantino que sabe de las vanas pompas y de los horrores de la condición humana y también de su grandeza, a la hora del triunfo acertó a decir: «Pero en Pola de Lena». Todo el mundo hubo de trasladarse a Pola de Lena para hacerle el merecido homenaje a José Manuel Castañón. A la cabeza de la representación protocolaria iba el embajador de Venezuela, íntimo amigo suyo y también escritor Rigoberto Henríquez Vera, que apenas hace unas fechas estuvo en Oviedo como miembro de uno de los jurados del premio «Príncipe de Asturias». En su intervención en la imposición de la Orden de Andrés Bello a Castañón dijo: «Mi amistad y experiencia personal con él valieron para identificarme con Asturias y con su gesta libertaria. José Manuel Castañón fue a Venezuela a darle cultura e inquietud. Allí escribió sus mejores libros y se vinculó a la izquierda democrática».

Rigoberto Henríquez Vera es, a través de Castañón y de algunos buenos amigos que aquí tiene, una personalidad ya totalmente vinculada a Asturias, región que le recuerda su Mérida natal, en Venezuela, con sus altas montañas coronadas de nieve. Espero que Asturias algún día corresponda al fervor asturianista del señor embalador otorgándole algún reconocimiento al que no habría de ser ajeno el Ayuntamiento de Pola de Lena; pero esto no deja de ser una insinuación, y es al Ayuntamiento a quien le corresponde decidir si el eminente político, escritor y diplomático Henríquez Vera va a recibir cualquier tipo de consideración reconocida. En cualquier caso, Rigoberto Henríquez Vera es un firme amigo de Asturias, gracias a que se la ha presentado José Manuel Castañón.

En cuanto a Andrés Bello, fue un caraqueño universal, con proyección continental e hispánica, gracias, entre otras obras, a su famosa «Gramática de la lengua castellana». ¿Qué diría el eminente americano Andrés Bello del término «latinoamericano», del que tanto abusan el señor Alfonso Guerra y los locutores de la televisión? Como Castañón, vivió fuera de su tierra y dejó huella en aquellos países en los que vivió, especialmente en Chile, donde fue rector de la Universidad de Santiago y participó en la redacción de varios códigos: Como poeta, escribió:

Divina poesía,
tú de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría,
tú a quien la verde gruta fue morada
y el eco de los montes compañía.

Tal vez, al imponérsele la medalla, Castañón recordara estos versos. Para Castañón, la literatura fue motivo de soledad, pero nunca de silencio: aún en las mansiones de la selva umbría, Castañón pasó por sus desolados salones gritando como quien clama en el desierto. Por esto se le reconocen sus méritos «desde la otra orilla» en esta orilla de Pola de Lena.

La Nueva España · 6 junio 1987