Ignacio Gracia Noriega
El tío Aurelio y sus lecturas
El tío Aurelio Díaz Campillo, de Tielve, a punto de cumplir los ciento diez años de edad, lee a Fraga, según leemos en los periódicos. En cierta medida, es normal que lea a Fraga, porque a don Felipe González mal podría hacerlo, dado que es ágrafo, y a don Alfonso Guerra es casi seguro que no le entendería, porque es demasiado moderno este señor, y aunque lo mismo explica lo que es la termodinámica que escribe un poema en homenaje a Cavafis, y el tío Aurelio está preparado para todo, y sabe que «este mundo es una rueda que va dando vueltas y nunca se acaba, ¡ay, caramba!», hay cosas que son demasiado duras para cualquier generación. Para no dejarse arrastrar por los remolinos de la posmodernidad, el tío Aurelio lee «El pensamiento conservador español», de Manuel Fraga, pues se lo regaló su autor, y ahora, lo utiliza como remedio para estos tiempos que corren, en los que «todo está muy malo», y al Santoral: es decir, lecturas sosegadas e instructivas, muy adecuadas como acompañamiento de las sopitas y el buen vino, y además. tiene razón el tío Aurelio cuando dice que el Santoral «dice cosas muy curiosas».
También dice cosas curiosas y hasta prudentes Manuel Fraga en «El pensamiento conservador español». En cierta ocasión yo le escribí una carta en la que le reprochaba que no incluyera en esa obra a Inguanzo y que, en cambio, presentara a Jovellanos como un conservador, a la que me contestó prometiendo que tendría en cuenta a Inguanzo para posteriores ediciones, y con la anotación final. hecha con fuerte trazo, en la que afirmaba que, a pesar de todo lo que yo dijera, Jovellanos era «un conservador». Desde luego. no era un socialista, ni un precursor siquiera, como han pretendido algunos últimamente: era un liberal que desconfiaba de la democracia, como también desconfiaba Anatole France cuando escribió que una tontería repetida por treinta y tantos millones de personas no por eso deja de ser una tontería. En España se confunden democracia y liberalismo sin duda como una secuela del régimen anterior. que era equitativamente enemigo de los demócratas y de los liberales; pero los socialistas españoles, salvo excepciones como Indalecio Prieto y. ahora y en Asturias, Rafael Fernández y Emilio Barbón, son demócratas pero no liberales: y son muy frecuentes los liberales que no son demócratas, como Borges, que repetía que «la democracia es un error de la estadística». Jovellanos, a su vez, le escribió a Sardings: «Nada se puede esperar de las revoluciones en el Gobierno. y todo de la mejora de las ideas; jamás creeré que se debe procurar a una nación más bien del que puede recibir: llevar más adelante las reformas sería ir hacia atrás; es preciso establecer el diapasón de las ideas para proceder de unas en otras; difícil es acomodar el Gobierno democrático a los grandes dominios».
Y luego tenernos, también como consuelo, el Santoral. El tío Aurelio, a quien el fallecimiento de don Álvaro, el cura de San Tirso de Abres, ha dejado corno el decano de los asturianos, es muy patriota (por eso Fraga le regaló su libro). y en su juventud debió haber sido monaguillo, porque canta la misa en latín. Todavía cuando nació el tío Aurelio, en 1878. estaba reciente por esos parajes de los Picos de Europa la historia del zapatero de Pimiango que. con unos conocimientos rudimentarios de latín (y hasta donde el latín no llegaba, lo sustituía con voces dichas en « mansolea», la jerga gremial de aquellos remendones errantes), se fue a Tresviso a ejercer como cura, dado que había «sede vacante».
Pero el tío Aurelio, en lugar de aprovechar sus latines, hubo de ir a Cuba como soldado, y sólo sacó de aquella guerra sarna y piojos, lo mismo que Ramonzón de la Panera. Regresó con el rayadillo desgastado, en lugar de hacerlo con «jipi-japa», pero no por eso dejó de ser patriota, y hasta acompañó a Alfonso XIII en alguna cacería por los Picos, en el curso de las cuales don Pedro Pidal y el coronel Viana, montero real, se llevaban peor que el perro y el gato. No hay ningún paisano mayor de la zona que no haya ido de cacería con e Rey y escalado el Naranjo de Bulnes en alpargatas, aunque no me consta que el tío Aurelio tuviera aficiones de alpinista.
El tío Aurelio, rodeado de los suyos, rodeado de los montes, hace vida apacible y sana. Toma un café negro a las 10 de la mañana, se levanta a mediodía, come, duerme la siesta, juega a las cartas y lee el Santoral. Hay santorales deliciosos, como «Gracias de la gracia, saladas agudezas de los santos, insinuación de algunas de sus virtudes, exemplos de la virtud de la eurotropelia», escrito por el doctor Joseph Boneta, Racionero de la Santa Iglesia del Salvador de la Ciudad de Zaragoza, donde se cuenta, por ejemplo, que San Vicente Ferrer hizo hermosa a una mujer a la que su marido pegaba por ser fea.
A su vez, el tío Aurelio cuenta que en Cuba había unos negros que llevaban un anillo en la nariz y a quienes llamaban «narigones». Sin duda al tío Aurelio se le podrá decir lo que Shallow le decía a Falstaff: «Cuántas cosas hemos visto, Sire».
La Nueva España · 20 julio 1988