Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

Dalí, escritor

Hace unos años, Faustino F. Álvarez me pidió una nota necrológica sobre Dalí, pero el «genio de Cadaqués» no se murió de aquella, y no sé qué habrá sido de la necrológica. Lo que me recordó una anécdota que refiere Julio Camba. El poeta Moreas se encontraba gravemente enfermo, y cuando le preguntaban por él al crítico Lajeneuse, éste contestaba imperturbable: «Morirá; ya le he escrito el artículo necrológico» Pero Moreas no se acababa de morir, lo que producía una incontenible indignación al crítico. Es mala cosa escribir necrológicas en vano.

No obstante, de Dalí se viene hablando desde hace mucho tiempo como si ya hubiera muerto. O, lo que es peor, come si fuera una figura histórica, a la que cónviene dejar, ya inalterable, en el panteón, en el manual o en el museo. Empezó siendo provocador y vanguardista, se unció ál carro del arte más avanzado de su tiempo y decía y escribía cosas del tipo de: «Los grandes automóviles llegan a ser serenos»: frases extravagantes y sin mayor relieve, que años más tarde troquelaba todo el mundo poniéndole la etiqueta de surrealismo. Dalí no llegó a ser sereno, sino un clásico, lo que, para un surrealista, es peor. Mas se empeñó en seguir siendo surrealista el resto de sus días, incluso cuando a través del surrealismo ya no había nada que decir, porque no se podía decir nada. Y era surrealista pintando a la familia del general Franco, al contrario que Goya cuando pintaba a la de Carlos IV, que se limitaba a ser hiperrealista. Dalí, en el Pardo, era surrealismo puro: lo mismo que Dalí en el Prado. Algunos como André Bretón tan sólo reconocen al primer Dalí, al Dalí surrealista; y así escribe en una nota al texto de Dalí escogido para su «Antología del humor negro»: «Naturalmente la presente noticia sólo se aplica al primer Dalí, desaparecido hacia 1935 para ser sustituido por la personalidad más conocida bajo el nombre de Avida Dollars, retratista mundano reintegrado desde hace poco a la fe católica y al "ideal artístico del Renacimiento", que goza hoy de las felicitaciones y plácemes del Papa». Por supuesto, lo que Bretón le reprochaba no era que se hubiera estancado como pintor, sino que hubiera variado de dirección política. Aunque esa variación se produjo de un modo tan descabellado o tan irónico que es difícil creer en ella. ¿Era Dalí en realidad un conservador cuando navegaba con bandera surrealista o era, posteriormente, un surrealista disfrazado de conservador? Estamos ante el problema que propone la paradoja de Eubulides: ¿Miente el mentiroso que dice que miente?

En cualquier caso, Dalí, junto con Xavier Cugat, fue el catalán más cosmopolita de este siglo. Y el pintor español más conocido internacionalmente, junto con Picasso y Juan Miró, aunque, respecto a este último, estoy de acuerdo con la apreciación de un amigo mío que acaba de regresar de un viaje a Moscú, y que dice que prefiere el «realismo socialista» a la pintura de Miró. Como Goya y Picasso, Dalí tiene también obra literaria (y no mencionamos a José Gutiérrez Solana porque en él el pintor y el escritor se confunden e incluso aborda los mismos asuntos, sobre la cuartilla y sobre el lienzo, con parecida fuerza).

Dalí era hombre lo suficientemente locuaz como para encontrar la pintura como un medio de expresión insuficiente. Los cuadros no hablan; en cambio, los textos se pueden decir en voz alta, y, a través de sus escritos, numerosos e ininterrumpidos a lo largo de su carrera, hasta el momento de su postración final, fue desgranando sus peregrinas teorías.

Un crítico tan atento como Mario Praz advierte en la pintura de Dalí un condicionamiento literario: «En muchos escritores modernos nos encontramos también con esa atención hipnótica por las pequeñeces exageradamente agrandadas que encontramos en Dalí (por ejemplo, cuando Dalí combina dos figuras femeninas ataviadas a la manera del siglo XVII holandés de modo tal que juntas formen la cabeza de Voltaire». Aunque, todo hay que decirlo, este Voltaire no sea enteramente el filósofo, sino aquel personaje contra el que bramaban los curas del colegio donde estudió el pintor.

Para Bretón (naturalmente, antes de su ruptura con él), «la gran originalidad de Salvador Dalí es haberse mostrado con fuerza suficiente para participar en la acción a un tiempo como actor y espectador, haber conseguido constituirse a un tiempo juez y parte, en el proceso incoado por el placer a la realidad».

Según Bretón, en esto consiste la actividad «paranoico-crítica», que Dalí ha definido como el «método espontáneo de conocimiento irracional basado en la asociación interpretativo-crítica en los fenómenos delirantes».

En las formulaciones teóricas de Dalí, lo mismo que en otros textos literarios supuestamente creativos hay demasiada verborrea que él disimula con una intención de explicar lo inefable. Sus escritos son sorprendentes, lo mismo que muchos de sus cuadros: pero la sorpresa no va más allá de un estallido. Por ejemplo, en su pieza teatral «Mártir», tragedia lírica en tres actos, escribe: «Pasó una noche del todo blanca». Todo queda blanco, como el lienzo, como la cuartilla, en los textos de Dalí. A lo mejor, cuando aceptemos que sus palabras no dicen nada, podemos intuir la luminosa claridad de su pintura.

La Nueva España · 11 diciembre 1988