Ignacio Gracia Noriega
El bar Transporte
El bar Transporte se encontraba a la mitad de la calle General Elorza haciendo esquina a la avenida de Pumarín, cuando todavía Pumarín era el extrarradio, y, a la altura del primer piso de la casa cuyos bajos ocupaba, pasaba el tren y un sólido puente de hierro atravesaba la entrada de la avenida de Pumarín. Supongo que tiene que ser muy notable vivir al lado de la vía del ferrocarril: pero no a la altura de la puerta de la casa, lo que está al alcance de todo el mundo, sino a la de la ventana del primer piso. Lo he visto en películas americanas, pero lo que se dice en la realidad, sólo en la avenida de Pumarín. Aquel puente delVasco provocó siempre discusiones vivísimas, que en el régimen anterior, por menos idiota que éste en lo que se refiere a no llamar las cosas por su nombre, se decía «contraste de pareceres», aunque probablemente había más unanimidad que contraste: casi todo el mundo estaba en contra de aquel puente de hierro, no sé por qué les molestaba tanto.Yo, en cambio, toda la vida fui muy partidario del puente y, aunque hace más de treinta años que no voy a Pumarín, me da mucha pena que lo hayan tirado, convirtiendo la entrada de la calle ampulosamente denominada avenida en una avenida (por ceñirnos a la terminología municipal) corriente, como cualquier otra avenida de cualquier ciudad. El puente de hierro singularizaba un poco aquel barrio de aspecto más bien monótono.A mí me recordaba ni más ni menos que Nueva York: una NuevaYork de comienzos del siglo XX, que ya iba camino de ser la Gran Metrópoli y la capital del siglo que alboreaba, como París lo había sido del siglo XIX: sólo que en Nueva York era todo más grande, más desmesurado, más ruidoso, clamoroso, colorista y confuso. Los rascacielos y los trenes aéreos certificaban su condición de gran ciudad. ¡Qué impresión producía ir en el tren y ver las calles de NuevaYork a nuestros pies y todo alrededor de los rascacielos de la ciudad, hasta lo más alto del cielo, donde las luces de los rascacielos se confundían con las estrellas! Mi buen amigo José Luis García va a pensar que soy un paleto, porque nunca estuve en NuevaYork, pero lo he visto en las películas. Recuerdo especialmente el comienzo de «Música y lágrimas», de Anthony Mann, cuando James Stewart, que interpreta a Glenn Miller, y Harry Morgan, van a desempeñar una trompeta a la tienda de un anticuario interpretado por Sig Ruman (el prodigioso coronel de la Gestapo de «Ser o no ser», de Ernts Lubitsch), y un tren con las luces encendidas pasa por encima de sus cabezas, y todo ello en vistavisión, que fue la mejor manera de ver las películas con transparencia y claridad que jamás hubo.
Pero Oviedo no es Nueva York, a pesar del puente de Pumarín. Y ahora que tiraron el puente, sigue sin ser NuevaYork (menos mal) sin por ello ser más Oviedo. El bar Transporte» tampoco está y ahora se comen las fabes con almejas en todas partes: lo que no digo que sea bueno, porque las que se cocinaban en el Transporte eran superiores. Digo que eran superiores sin tener ningún punto de comparación, porque hasta que no se sirvieron en el bar Transporte, las fabes con almejas eran desconocidas en Oviedo. No he vuelto a tomar otras como aquellas, con su salsa marinera espesa y sabrosa, con las fabas, que son completamente terrícolas, impregnadas de sabor a mar.
Las fabes con almejas son un plato potente y un punto exótico, que reúne dos elementos dispares, las almejas a la marinera mezcladas con las fabes: lo que certifica que las fabes, sin tener la finura del arroz, casan bastante bien con muchas cosas. Fueron recibidas en Oviedo con sorpresa y agrado, porque la gente hasta entonces sólo conocía la fabada. Las fabes con almejas sencillamente no existían, por lo que es inútil buscar su receta en el recetario de la señora de Gijón de mediados del siglo XIX prologado por Evaristo Arce, ni en el «Libro de cocina», de las Hermanas Bertrand, que está publicado en Oviedo, en 1909. Bien es verdad que en estos dos monumentos gastronómicos tampoco figura la fabada, plato que, como repetía el difunto José Caso, es muy joven, de finales del siglo XIX o de comienzos del siglo pasado: lo suficientemente nuevo como para no ser admitida en los recetarios, que lo mismo que el diccionario de la lengua, van sobre seguro. También es inútil buscar la receta de las fabes con almejas en Magdalena Alperi, porque desde que se volvió «progre», calculo que tenderá a las dietas ligeras. El origen de las fabas con almejas, según me aseguró Magin Berenguer, se encuentra en el restaurante La Panera, de Collanzo: allí se guisaron por primera vez en los días de la Guerra Civil. Yo le conté esto a Jaime de Armiñán, y puso a Victoria Vera o a otra chica de ese estilo a guisar fabes con almejas en una película rodada en Asturias y en la que, seguramente agradecido por el dato, Armiñán pone a uno de sus personajes a leer mi libro «Indianos del oriente de Asturias», que yo le había regalado. Pero en el serial, por esa facultad del cine de agrandar o empequeñecer las cosas, según convenga, quien lee mi libro no tiene la edición del Archivo de Indianos, que es un librito de no muchas páginas y tapas azules, sino un libro enorme, como si se tratara de una edición gigante de la Biblia. Respecto a La Panera de Collanzo, fue uno de los mejores restaurantes de aquella zona, con una cocina sabrosa y cuidada, en la que no había repeticiones. Recuerdo, por ejemplo, la menestra de truchas, que era mucho mejor que otras preparaciones de truchas que comí en León, porque aquella era una verdadera menestra. Aunque cómo llegaban las fabes con almejas de La Panera al Transporte, no lo sé. El bar Transporte se encontraba frente a la desembocadura de la calle Foncalada, por la que bajaban ríos de agua cuando llovía en condiciones sobre Oviedo. El agua remansaba en la calle General Elorza y volvía a fluir como un río por la avenida de Pumarín, que lo mismo que Foncalada está cuesta abajo. Hay mucho desnivel en Oviedo. Seguro que entre la parte más baja de la avenida de Pumarín, a la altura de donde estuvo el cuartel de la Guardia Civil y los depósitos de agua del Cristo hay la altura de un formidable rascacielos.
El nombre de bar Transporte hace referencia a una época en la que los camioneros hacían parada en esta calle. Por aquellos años, Pumarín todavía era un barrio que conservaba algunas edificaciones típicas como el conjunto de casa de aldea que se encontraban a la entrada del camino de Fitoria y que sorprendente y milagrosamente sobrevivieron muchos años sin que la piqueta se acordara de ellas, hasta que al fin cayeron, y había numerosas zonas verdes, no porque hubiera parques sino porque todavía quedaban prados, como los que había en dirección al Hospital Militar o a partir de lo que ahora es la calle de FernandoVela, que llegaban hasta el cuartel del Milán. Con estos prados por detrás, se asomaba a la avenida el chalet de Fano Valdés, con cierto aire morismo, que le daba el aspecto de la residencia de un morabito.Y desde las calles de Pumarín se podían ver el Naranco y la carretera de San Esteban de las Cruces.A comienzos del siglo XX, la poetisa que firmaba con el pseudónimo de «Pumarín» cantó una zona enteramente rural, con pomaradas y prados sobre los que pacían vacas apacibles. Hoy ya no queda nada de aquel mundo rural. Todo está edificado y el único horizonte posible son casas y más casas, bloques de viviendas, centros comerciales, semáforos... En fin, el progreso.
Al bar Transporte se entraba por General Elorza y tenía una ventana quedaba a la avenida de Pumarín. Una puerta daba paso al bar y, con un portal por medio, otra al comedor. El bar tenía la barra enfrente de la puerta, varias mesas y una columna en medio: un pasillo a la izquierda conducía al comedor, con manteles a cuadros. Detrás de la barra actuaba Andrés, moreno y fuerte, y Manolo, el dueño, pasaba del bar al comedor con la naturalidad de quien está en su casa. Posteriormente, se dedicó a plantar fabes, y una vez me regaló un par de kilos y estaban muy buenas. Era un hombre muy servicial y tranquilo. Y aunque el plato estrella eran las fabas con almejas también tenían muy buena carne. Las chuletas eran de categoría con patatas fritas muy bien fritas en sartén. Toda una cocina de sabores auténticos.
Muy próximo a esta bar se encontraba el Berman, donde la legendaria Concha preparaba sus suculentas tortillas de merluza después del hundimiento de Casa Bango. De manera que durante unos meses, no muchos, pudimos hacernos la ilusión de que las cosas eran como antes, porque las tortillas de Concha eran como las de Casa Bango.
La Nueva España ·22 noviembre 2008