Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

El Niza

El bar-restaurante Niza representó un papel muy importante durante la época de oposición al franquismo y la primera época de la transición como lugar de reunión e incluso estafeta, primero de los socialistas, a cuya grey pertenecían los propietarios, y más tarde de la izquierda en general e incluso del centro descafeinado, algunos de cuyos miembros asomaban la cabeza por allí a ver qué se guisaba. En el aspecto político se guisaba mucho, y en el culinario se guisaba bien. A estas alturas, haber sido cliente del Niza certifica un pasado de izquierdas con tanta garantía como haber pasado un par de tardes en compañía del comisario Ramos, en una habitación sin ventanas y llena de humo de Ducados. ¿Por qué sería que los policías dela político-social fumaban Ducados? Verdaderamente era el tabaco que fumaba casi todo el mundo: y una cosa tenía la «social»: cuando interrogaba, ofrecía tabaco, a no ser que el interrogado se pusiera especialmente intratable. De éstos había muy pocos, y uno de los más valientes era Pravia, dirigente de la ORT u organización similar, de grandes bigotes a la mejicana y permanente sonrisa (cosa rara en un militante de la extrema izquierda, que solían ser gente más bien adusta), pero que en Comisaría se comportaba como un auténtico gallo, sin permitir confianzas ni aceptar tabaco. Los únicos que no solían ir al Niza eran los agentes de la mencionada Policía político-social, porque los conocía todo el mundo y cuando los reconocían y señalaban, lo pasaban muy mal. Fue el caso del inspector Núñez Ispa, eterno estudiante de tercero de Derecho, que se había comprado una chaqueta como las de los escolares del Colegio Mayor San Gregorio y se daba un paseo por la Universidad (entonces, la Universidad era el casón de la calle de San Francisco, donde coexistían en armonía las dos facultades literarias de Oviedo, la de Derecho y la de Filosofía y Letras, los días que no tenía cosa mejor que hacer. Como todo el mundo sabía que era policía disfrazado de escolar del San Gregorio, nadie quería tratos con él, por lo que se juntaba con los confidentes que la Policía tenía infiltrados entre los alumnos y se iba a tomar vino con ellos, de manera que los descubría a todos. Un día se le ocurrió ir a una clase de Economía en la que Teodoro López Cuesta pasó lista, y al ponerse en pie Núñez Ispa y decir: «servidor» (pues los «sociales» eran muy respetuosos con las jerarquías, tanto universitarias como municipales), Teo le advirtió:

—Don Santiago, me falta usted a muchas clases, así que por ese camino me parece que no va a aprobar.

Los alumnos empezaron a decir en voz alta: «¡policía! ¡policía!» y Núñez Ispa se puso colorado y se sentó como si le hubiera caído encima una losa.

Lo que no se perdía Núñez Ispa eran los seminarios de Gustavo Bueno en el aula escalonada. Se sentaba en las primeras filas y sacaba papel y lápiz como si fuera un cazador al acecho, pero se cansaba enseguida y entonces sobre el papel escribía varios nombres (Marx, Engels y Lenin, que era hasta donde alcanzaba su erudición marxista) y cada vez que Bueno pronunciaba uno de ellos, ponía un palote en el lugar correspondiente, de manera que al final de la disertación podía establecer una estadística fiable de las veces que había citado a cada uno de ellos: doce veces Marx, once Engels, tres Lenin. Duramente se ganaba su pan aquel funcionario.

Hoy que se ha implantado el socialismo posmoderno, todo el pasado épico trae al fresco, pero hace algunos años todavía se valoraba haber pasado por Comisaría y ser cliente del Niza, por parte de personas que sólo pisaron la Comisaría para renovar el carné de identidad, y el Niza no lo pisaron nunca. Dedicaremos al Niza la atención que merece en la serie paralela a ésta «De transición y copas», y ahora nos ocuparemos del Niza como de otro «territorio perdido» de la antigua hostelería ovetense.

Ciertamente, el restaurante Niza continúa abierto en el mismo lugar de la calle Jovellanos de su época de esplendor (anteriormente había estado enfrente del Campoamor, al lado de La Paloma). Pero han cambiado las circunstancias políticas en las que era punto de referencia inevitable y cambiaron también los dueños, aunque la disposición del establecimiento es la misma que la de hace treinta años, salvo en algunos cambios en la parte de atrás. Alguna vez entro en el Niza por pura nostalgia, y hasta es posible que algún día me quede a comer. Seguro que en este nuevo Niza se come bien y a buen precio.

La entrada del Niza, muy próxima a la bajada de la calle de la Luna, era estrecha, con la puerta a la izquierda y al lado un escaparate pequeño. La barra se encontraba (y encuentra) a la derecha de quien entra, y en el extremo al lado de la puerta se colocaba detrás de ella el gran Genaro, enorme y bondadoso, con chaquetilla blanca y el cabello blanco en las sienes y escaso arriba. La barriga de Genaro era descomunal, con lo que su cabeza parecía pequeña como remate de un cuerpo desmesurado, y a consecuencia de ello se movía con dificultad. Pero atendía la barra con la profesionalidad de un excelente barman.

En la pared frente a la barra se alineaban varias mesas en las que se solían sentar los clientes a limpiar los zapatos o a comprar lotería. ¡Todavía eran tiempos de loteros y limpiabotas, y todo el mundo fumaba y bebía vino blanco antes de ir a comer! Al término de la barra, el local se ensanchaba un poco y al fondo había una puerta que daba entrada al comedor. Otra entrada comunicaba la cocina. El comedor era interior, con un par de ventanas de cristales opacos, que filtraban la luz de un patio. La decoración era sencilla y las paredes tenían cierta tonalidad amarillenta. Habría media docena de mesas, sobre poco más o menos.

El comedor lo atendían Charo y Charito. Charo, activa y maternal, no se concedía un momento de reposo. Era pequeña y maravillosa, con el cabello gris peinado hacia atrás y hacia arriba, dejándole libre la frente. Tanto ella como Charito, su sobrina, vestían de negro con delantales blancos: el uniforme de las camareras en el Oviedo de aquella época y de épocas anteriores. Charito era alta, esbelta, pelirroja y muy guapa: pintaba los labios de rojo y en el escote ostentaba un camafeo con la efigie del Che Guevara.

Tenía otra hermana menos espectacular, pero también muy guapa y más delicada, rubia y de rostro muy suave, que se había casado con Crispi, el jugador del Real Oviedo.A veces aparecía por allí el hermano, un muchacho serio, que estudiaba Medicina. Eran los tres hijos de Genaro, que era viudo y sobrinos de Charo. Charo y Charito eran la sal y la alegría del Niza. En la cocina estaba Obdulia, hermana de Charo, que a veces salía al bar a sentarse en una mesa y respirar un poco. Obdulia había tenido experiencias terribles durante los primeros días de la Guerra Civil en Oviedo. Por aquella época, el Niza tenía pensión, y en ella se alojaba el diputado socialista Graciano Antuña. Cuando el coronel Aranda se sumó al alzamiento, el diputado fue detenido y conducido al cuartel de la Guardia de Asalto, en el antiguo convento de Santa Clara. Obdulia iba a llevarle la comida todos los días en una tartera hasta que un policía le dijo: «Ya no hace falta que le traiga comida». Abrió una puerta y al otro lado estaba Graciano Antuña en el suelo, con un tiro en la cabeza.

A veces, Juan, el marido de Charito, un hombre alto, con muy buena facha y muy agradable, que era facultativo de minas, echaba una mano en la barra, aunque después de la muerte de Genaro la barra pasó a ser dominio de Juaco, que era cazador y siempre tenía una colilla de tabaco de caldo en la comisura de los labios. Era hermano de Charo. La familia era de la Faya de los Lobos, y el día de descanso marchaban todos para allá. Juaco era más bien taciturno, mientras Charo estaba siempre de buen humor. Un día la vi verdaderamente emocionada. Alguien le enseñó una fotografía borrosa y Charo lanzó un grito:

—¡Urrutia!, gritó. ¡El mejor socialista!

E inmediatamente se echó a llorar y enjugaba las lágrimas con la punta del delantal. Había sido novia de Urrutia hasta que pasó a Francia clandestinamente para volver a luchar en la guerrilla. Años más tarde murió de tuberculosis en Francia.

La cocina del Niza era legítimamente casera, una cocina robusta, con sus buenas grasas y condimentos, totalmente despreocupada por la dietética. Dos platos tenían la categoría de estrellas: la lengua asada con guisantes y las coles de Bruselas. ¡Lo que daría por comer lengua con coles y que me las sirvieran Charo o Charito!

La Nueva España ·20 diciembre 2008