Ignacio Gracia Noriega
Casa Amparo
Casa Amparo, en la parte porticada del Fontán que enfoca hacia la calle Quintana, al lado de Casa Bango, era uno de los bares clásicos de la plaza, frecuentado por las mañanas por los habituales asistentes al mercado y por las tardes por tertulias y por público itinerante en general. Como lo llevaban dos señoras, cerraba pronto. Ante su puerta se extendían las madreñas que llevaban a vender los madreñeros al Arco de los Zapatos.
El Fontán es uno de los conjuntos arquitectónicos y comerciales más característicos de Oviedo, y si no fuera porque Oviedo cuenta además con la Catedral, Santullano, las iglesias del Naranco, etcétera, podía bastar para ser la representación de la ciudad. La plaza rectangular fue construida en 1792 según proyecto del arquitecto Francisco Pruneda, «para beneficio del comercio y de los abastecedores, construyendo en medio de ella cuarenta tiendas», pero la utilización del lugar es muy anterior, y allí no sólo hubo mercado, sino también la Casa de Comedias, que en 1687 arrendó el primer duque del Parque. El nombre del Fontán procede del Fontán o manantial que formaba una charca que aumentó hasta adquirir las proporciones de una pequeña laguna y aparece mencionado por primera vez en un pergamino a 1376, conservado en la Catedral. El 19 de agosto de 1523, los regidores de la ciudad y su concejo acordaron desecar la charca, para lo que ordenaron que todos los vecinos de la ciudad debían enviar una persona de cada casa con un caldero o ferrada, para echar el agua calle abajo: de manera que el Fontán está edificado sobre una laguna, como Méjico o Venecia. De la condición acuática del Fontán queda como residuo el famoso «cañu del Fontán», situado tan a ras del suelo que había que agacharse mucho para beber de él; lo que dio lugar a la reflexión jocosa del versificador Luis de Tapia:
En Oviedo, cuando alguno,
por su abolengo o su prez,
presumía inoportuno,
de mal fundada altivez,
la turba de gente nueva
decía de tal truhán:
«Hay que llevarlo a que beba
en el caño del Fontán».
Según Tolivar Faes, el Fontán se extiende desde la calle del Fierro hasta la calle del Rosal, y abarca el popular barrio, aunque para muchos, el Fontán es, sobre todo, la plaza rectangular.
Por los años sesenta del pasado siglo había en el Fontán menos bares que ahora, y sólo dos dentro del recinto de la plaza dieciochesca, uno de los cuales, el de Ramón, ha sido ampliado a restaurante nuevo a la vieja usanza de viandas de calidad presentadas a la manera de siempre y a precios sensatos. Enfrente estaba y está La Caleyina, en la parte que sale a la plaza del Ayuntamiento, y dentro del mercado cubierto había otro bar pequeño y muy concurrido en el que, entre otras cosas, se servían enormes y jugosos bocadillos de bonito escabechado con mayonesa y vasos de vino blanco calentados con un golpe de cafetera, que se decía que eran muy buenos para prevenir gripes, pero que en lo demás debían ser dinamita.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX hubo en el Fontán importante actividad gastronómica, y allí se inventó un plato que tendría éxito duradero, la «carne gobernada», que preparaban las guisanderas en sus «cajones» distribuidos por la plaza. Las guisanderas guisaban y los clientes llevaban los guisos a sus casas en tarteras, lo que constituía un antecedente de esos productos precocinados que sólo requieren que los caliente el consumidor, aunque son, naturalmente, menos sabrosos y saludables que la «carne gobernada», en la que, por cierto, no se escatima el aceite, seguramente para confirmar que se trata de un plato suntuoso. Indalecio Prieto, que había nacido en la vecina calle Magdalena, recuerda una copla que se cantaba en sus años infantiles y que alude a la fabada:
Adiós, plaza del Fontán,
consuelo de mi barriga,
donde por dos cuartos dan
buenas fabes con morcilla.
Posteriormente, el gran templo gastronómico del Fontán fue Casa Bango, con su recordada tortilla de merluza, obra de la artesanía imaginativa y feliz de Concha, una de las grandes cocineras ovetenses del pasado. El restaurante, que tenía el comedor en el primer piso, se derrumbó un 17 de agosto (lo recuerdo porque era el día de mi cumpleaños), de 1971, aunque el derribo, a causa de una casa en construcción al lado, no afectó a Casa Amparo, que estaba paredaña. Frente a Casa Amparo, con entrada por el Arco de los Zapatos y salida al recinto de la plaza rectangular, había un bar sumamente pintoresco, que no tenía mostrador, ni rótulo, ni nombre, sino un pellejo de vino y una banqueta sobre la que se servían los vasos. Compensaba con las dos entradas, o salidas, según se mire. Un día que salíamos de él Santiago Melón y yo se deslizó la nieve que cubría el tejado y nos cayó encima. No comprendo cómo se monta ahora tanto cuento porque haya nevado dos veces este invierno, si antes también nevaba y nadie se ponía nervioso, ni se ponía a la población en estado de alarma ni se exigían responsabilidades políticas porque hiciera mal tiempo. Desgraciadamente, la socialdemocracia benefactora considera a sus administrados menores de edad o sencillamente subnormales a los que hay que proteger en todo y explicarles que si llueve se tiene que abrir el paraguas. una sociedad así, tan protegida por el Estado, acaba convirtiéndose a la larga en esclava de su comodidad y del Estado totalitario.
Casa Amparo era un bar más largo que ancho. Al fondo a la derecha estaba la barra, que era relativamente pequeña, y más allá había un patio con los servicios y un árbol en medio del patio. El piso del bar era el cemento y había mesas a ambos lados del pasillo central. La cocina estaba en el mismo bar, separada por una mampara.
Amparo era la dueña, y muy pocas veces abandonaba la barra. Solía estar sentada en un sillón de mimbres y escuchaba las conversaciones de los clientes, en las que intervenía cuando lo juzgaba oportuno. Algunos clientes de mucha confianza hablaban directamente con ella y otras veces era ella quien preguntaba, y así pasaba el día, echando largas parrafadas o riñendo a Maruja, que era la camarera y mujer de mucho mérito, mucha paciencia y mucho humor, y más o menos de la quinta de Amparo, o puede que un poco más joven. A lo mejor, porque era la que se movía, daba la impresión de que se conservaba mejor. Era coja, y arrastrando la pierna servía las mesas, hasta las que se encontraban al lado de la puerta, para lo que había que recorrer un trecho que, sumados día tras días, daban unos cuantos kilómetros a la semana. También atendía la barra, en la que corrían el vino blanco, en sus modalidades de la Nava o superior y corriente o de «guisar», y el tinto, también en las dos modalidades de tinto propiamente dicho y clarete, que al trasluz tenía color rojizo y sabor metálico. Por la mañana había mucho bullicio en este bar y por las tardes, más tranquilas, se formaban tertulias. Había una de periodistas a la que acudían Toño Crovetto, José Alberto y José Antonio Cepeda, más conocido por Juan de Neguri, y a la que empezaba a asistir Faustino F. Alvarez, que ya de aquella era redondín, sonriente, de tez blanca y barba rubia: los periodistas veteranos le llamaban Hemingway, y él no disimulaba la sonrisa de satisfacción.
Casa Amparo fue tomada en traspaso por Alfredo, un taxista de Grado que era de la escuela de Enrique el de La Perla, de Tuto o de Ramón el de El Manantial, en lo que al trato al cliente se refiere; pero como le faltaba rodaje en ese difícil arte, me temo que no tuvo éxito. En 1985 se hizo cargo del establecimiento Pepe el «Porretu», que venía del Bar Rosal, en la calle de ese nombre, el cual aprovechó las grandes posibilidades que Casa Amparo ofrecía como local. Puso a funcionar un comedor excelente y en 1990 hace una amplia reforma que incluye otro comedor en el piso (a Pepe siempre le gustaron los comedores en el piso). En 1994 inaugura el restaurante Latores, en Latores, de donde Pepe, un veterano del PSOE local, es originario, y alquila Casa Amparo en 1995, aunque regresa a ella dos años después, quedando su hijo Silverio al frente del restaurante Latores. En la actualidad, Casa Amparo es uno de los buenos restaurantes de Oviedo, con una gran barra a mano derecha, un pequeño comedor al fondo y selecta bodega bajo. El otro comedor está en el piso, como ya se dijo. Al frente de la barra se encuentra el eficiente Juanjo, y Juani, madura y guapa, es la jefa del comedor, con ventanas al Fontán, y un reservado. A Francisco Tuero Bertrand le gustaba mucho la fabada de Casa Amparo, un poco clandestinamente porque la tenía prohibida por el médico.Yo le acompañé en varias ocasiones, y siempre solía repetir. Tuero, además de ser un sabio y tener una cabeza privilegiada, tenía un estómago también privilegiado. Los platos tradicionales asturianos ocupan un lugar importante en la cocina de Casa Amparo, en la que sigue dando instrucciones Mari Paz, la mujer de Pepe, que fue el alma de la cocina del Bar Rosal. Hoy Casa Amparo es un excelente restaurante reformado, con platos nuevos y antiguos (excelente el bacalao) y nostalgia de otros tiempos, no tan lejanos, pero perdidos.
La Nueva España ·7 febrero 2009