Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

El bar Scar

Los inicios de Alfonso Diez Díaz en la hostelería ovetense

La hermana y los sobrinos de Alfonso Diez Díaz, inolvidable propietario que fue del Café de Alfonso, me proporcionaron algunos datos sobre el establecimiento en el que Alfonso se inició en la difícil profesionalidad dentro del gremio de la hostelería, de la que llegó a ser consumado maestro, un bar del que oí hablar en ocasiones pero que, por razones obvias, yo no llegué a conocer –ni los sobrinos tampoco-, debido principalmente a que cerró sus puertas el mes de abril de 1946: todavía no había cumplido yo el primer año de mi estancia en este mundo. No obstante, el bar Scar fue un bar importante en Oviedo, lo mismo que Alfonso representó «un antes y un después en la hostelería de la ciudad», como dice Ubaldo el de La Paloma, uno de mis más seguros, entusiastas y eficientes informantes de esta serie dedicada a los bares de antaño, y a Ubaldo debo algunos recuerdos personales suyos sobre el bar Scar, y también, claro es, al libro de Luis Arrones Peón sobre «Hostelería del viejo Oviedo», lleno de noticias interesantes sobre el pasado reciente de Oviedo (se publicó en 1974, cuando muchos de los bares reseñados todavía estaban abiertos al público) y con información de primera mano, obtenida de los propietarios de los establecimientos cuando no de personajes que constituyen la «memoria viva» de Oviedo, como don Arturo Calzón. Y en otro artículo de esta serie insinué la conveniencia de que el libro de Arrones Peón sea reeditado. Hoy resulta imposible encontrarlo en el mercado, siendo como es una gran contribución indiscutible a la «pequeña historia» de la ciudad. Surgido como una serie de reportajes con el subtítulo de «Historia y anécdota», lo que en 1974 era material periodístico, en 2009 es material histórico. Conocida es la afirmación de que el periódico de hoy sirve para envolver el pescado de mañana: pero ese mismo periódico, un cuarto de siglo más tarde, se convierte en documento histórico imprescindible.

Abramos la «Hostelería» del viejo Oviedo de Arrones Peón y entremos en el bar Scar. «Cuando la actual plaza del Generalísimo se llamaba de la Escandalera -leemos- y en los solares que hoy ocupan los espléndidos edificios de la Caja de Ahorros y el que hace esquina con Argüelles había unas casitas mucho más modestas con sus buhardillas de ventanas sobre el tejado, en uno de aquellos bajos -casi exactamente donde hoy existe el pasadizo de la Caja de Ahorros- estuvo enclavado el popularísimo bar Scar». Esto es: estaba enclavado en lo que sería el centro del edificio de la Caja de Ahorros, en el centro mismo de la plaza que constituye el centro de Oviedo: la plaza del Generalísimo, conocida por tal nombre a efectos oficiales mientras los ovetenses seguían llamándola la plaza de la Escandalera, sin que importaran las modificaciones del callejero, por motivos políticos o por cualquier otro motivo. Los cambios de titularidad de las calles y plazas se han convertido en reivindicación política en estos últimos tiempos, en que se quita de los rótulos de las calles a los que ganaron una guerra para colocar en su lugar a los que la perdieron. Absurda simpleza, como si el callejero de la ciudad fuera otra manifestación de un santoral laico y democrático. Los nombres de las calles y plazas tienen muy poco que ver con la democracia y con el laicismo y cuando el nombre está enraizado, poco importan los regímenes políticos de turno: así, el paseo de los Álamos sobrevivió a la Monarquía constitucional, a la dictadura de Primo de Rivera, a la Segunda República, al franquismo, y aunque actualmente ha recuperado su nombre, de no ser así, sería lo mismo, porque para los ovetenses siempre fue el paseo de los Álamos, de la misma manera que la plaza de la Escandalera conservó su nombre a pesar de los intentos oficiales de rotularla con los de 27 de Marzo, General Ordóñez, plaza de la República y plaza del Generalísimo (cada régimen, con su tema: los republicanos, con la República; los franquistas, con el Generalísimo), y según Tolivar Faes, aún se la quiso bautizar también con los nombres de Independencia, Junta General y plaza de los Héroes Ordóñez y Noval (dos soldados asturianos muertos en las guerras de África, en diferentes acciones y con graduaciones muy distintas, porque Ordóñez era general, y Noval, cabo).

A mediados del siglo XIX, la plaza de la Escandalera (todavía no conocida por ese nombre, claro es) era la prolongación del Campo San Francisco, y en ella, además de grandes árboles, se encontraba la cárcel-galera o cárcel de mujeres, con su inscripción en el frontón que remataba el cuerpo alto informando sobre la utilidad del edificio: «Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo Pisador fabricó el piso bajo, año 1776». También se encontraban en este lugar la fuente llamada La Mariblanca, que Tolivar conjetura que fue, muy probablemente, el precedente de la que mucho tiempo después se conocería con el nombre del Caño de la Galera, y la ermita de la Magdalena del Campo, frente al actual edificio de la Caja de Ahorros. La cárcelgalera hacía esquina con el Campo de la Lana, actual arranque de la calle Argüelles.

La apertura de las calles Uría, en 1874, Fruela, en 1880, Marqués de Santa Cruz, en 1889, y la construcción del teatro Campoamor, en 1892, y la Diputación Provincial, en 1910, convirtieron ese espacio agreste y un tanto apartado en el centro mismo de una ciudad en expansión. Sobre su nombre se establecieron diversas hipótesis, desde la de que fue asiento de un mercado de escanda hasta que aquí se efectuó la gran manifestación del 27 de marzo de 1881, que según Tolivar, aunque grande e importante, no tuvo nada de escandalosa «porque representaba la unánime opinión de toda la provincia». Según Tolivar, se trata de una «denominación impuesta por el uso, debido a que la palabra Escandalera alude simplemente a las violentas discusiones que en el seno de la Corporación municipal, en la prensa y en el pueblo se produjeron con motivo de la alineación que pensaba darse a la primera casa construida en la esquina de San Francisco y Fruela».

En esta plaza de la Escandalera abre sus puertas el bar Scar en 1912, siendo sus propietarios dos leoneses, Pedro Laiz, natural de Felmín y empleado de la razón social Leoncio del Valle, y Benigno Diez Fernández, de Valporquero, que durante años había traído legumbres y vino a Oviedo a través de los puertos de la cordillera Cantábrica, y al cabo se estableció en la ciudad como camarero del Café Suizo, que por entonces todavía no era café cantante. Al cabo de tres años, Pedro Laiz se separa de la sociedad, quedando Benigno Diez al frente del bar como único propietario. El nombre un tanto exótico de Scar procedía de una marca de vehículos automóviles franceses que tenía su delegación en la casa de al lado. Esta casa ocupaba el solar que había sido la cárcel de mujeres, y posteriormente estuvieron allí, haciendo esquina, el famoso Café Cervantes y el banco Ibérico. El bar era de planta baja, con dos puertas que ocupaban la totalidad de la fachada y en el remate un anuncio de Cinzano con letras muy grandes, lo que le proporcionaba un aspecto cosmopolita, además de exótico. ¿Imaginan ustedes a los ovetenses de los años del charlestón diciendo: «Voy a tomar un vermut Cinzano al bar Scar?».

Razón había para que sobre la fachada del bar Scar campeara la palabra Cinzano, porque el vermut constituía una de las especialidades de la casa. Entonces se escribía «vermut» e incluso «vermouth», antes de que la barbarie simplificadora convirtiera a esa palabra glamourosa y cosmopolita en la pretendidamente castiza «vermú», que suena a baturrada. El vermut costaba veinte céntimos, y el medio vermut, quince, y su complemento indispensable eran las crujientes y discretamente saladas patatas a la inglesa, que incansablemente freía en la cocina la mujer de Benigno y madre de Alfonso. El bar era pequeño, porque en lugar de barra tenía un mostrador, razón por la que el servicio se hacía en las mesas.

En este bar se detenían en días alternos los Autos Zapicos, línea regular de viajeros con Cabañaquinta. Las comidas (pote o fabada de primer plato, e inevitablemente ternera asada de segundo) se remataban con un queso como postre, del que los comensales podían cortar cuanto quisieran. Costaba el menú 1,50 por los años veintitantos. Después de la guerra subieron los precios, pero Benigno mantenía los precios antiguos el día de San Mateo, porque opinaba que no había que asustar a los mateínos con los precios de la capital. El bar Scar permaneció abierto hasta que la Caja de Ahorros compró todas aquellas casas para levantar su actual sede, dándole a Benigno todo el año 1945 libre de renta para su desalojo, que se concluyó, como queda dicho, en 1946. Con el dinero de la indemnización, el emprendedor leonés tomó en traspaso el bar Lisboa, que es otra historia.

La Nueva España · 18 abril 2009