Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

El centro de Oviedo

La calle Cimadevilla soportó la pujanza de Uría y Campomanes

Los centros de las ciudades se desplazan como las estrellas. Shakespeare hace decir a Julio César que es tan constante como la Estrella Polar, «que no tiene en el firmamento pareja de su condición fielmente fija e inmóvil»; pero algún día lejano, la estrella del Norte y de las noches de invierno será Arturo. Ningún destino mejor para la estrella que lleva el nombre del rey legendario de gentes del Norte.

El centro de Oviedo, al igual que el firmamento, también se mueve. Recientes y espectaculares descubrimientos arqueológicos modifican, aún no sabemos hasta qué extremo, las conjeturas que parecían sólidamente asentadas sobre la historia primitiva de la ciudad; pero lo que no es modificable es la situación estratégica del gran valle central en el que se asentaría Oviedo, casi en el centro mismo de la región, según destaca don Juan Uría: «La disposición de la comarca próxima a Oviedo, interpuesta entre el oriente y el occidente de la provincia, casi en medio de los dos extremos, y la configuración, sobre todo, del relieve de la región oriental, con los valles por donde corren el Sella y el Nalón, obligan al trazado de una vía de comunicación natural de este a oeste que ha de pasar por las inmediaciones de Oviedo».

Oviedo nace, por tanto, como encrucijada de comunicaciones.Y a pesar de ese evidente origen, ahora se le quiere escamotear el medio de comunicación supersónico llamado AVE no por metáfora de los rápidos desplazamientos de las aves del cielo, sino por dependencia de la pedantería de las siglas.Vivimos en un mundo de siglas, lo que significa que estamos en un mundo incompleto, donde ya no son necesarias las palabras, sino sus representaciones. Así, cuando la gente del común dice ADN, IBM, DVD, AVE, punto con y demás se le nota en el rostro la satisfacción reprimida: se les nota en una palabra, aunque no sigla, que están a punto de estallar de satisfacción, de la satisfacción que les produce su militancia en la modernidad extremada. Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, hemos de darle la razón a mi caro ánimo don Álvaro Cuesta: el AVE no es necesidad prioritaria en Asturias, del mismo modo que la alegre, frívola y demagógica despenalización del aborto no es necesidad prioritaria de la sociedad española.Y si tanta falta hace el AVE, que empresarios con iniciativa hagan un estudio del mercado y acometan 1a empresa por su propia cuenta y riesgo, porque es muy bonito clamar por el AVE para no ser menos que los de Madrid, pero esperar a que lo financie el Gobierno.

Regresamos a Oviedo, que nos traerá más cuenta que volar en tren, aunque sea con «lasd» fantasía. Al extenderse la ciudad medieval, el centro urbano se traslada a Cimadevilla, que aparece citada en un documento de 1220 por el que Johannesds Guion y su mujer venden una casa «in Cima deVilla in Oveto». Hacia 1352 esta calle se extendía hasta la actual plaza delAyuntamiento y parte de la calle Magdalena. En esta calle se encontraba la cofradía de los zapateros, con sede en la capilla del Hospital de San Nicolás, fundado por Alfonso el Casto, según Carballo, y era escenario de juegos y torneos entre caballeros, de los que fue famoso el juego de sortijas con motivo de las fiestas de San Mateo de 1603 por los incidentes que provocó. En el siglo XVIII empezó a ser llamada calle Mayor de Cimadevilla, en ella residía el gobernador de la provincia y se encontraba la Audiencia. «En Cimadevilla se iniciaron el moderno comercio, las casas de banca, los cafés y los círculos políticos que tanto auge tuvieron en el siglo XIX -escribe Tolivar Faes-. Allí estuvieron las tiendas del Bohe6mio, Cesconi, Morini, Agosti (restos italianos de las tropas napoleónicas), los cafés del Casín y del Riscón; las tertulias de apostólicos, liberales y demás paralíticos políticos, y todavía hace cien años mostraba Cimadevilla tal actividad que se aseguraba que nunca acabaría cediendo a la ya manifiesta competencia de Campomanes y Uría».

El Café Casín fue el primero de Oviedo en tener iluminación de gas, a la que contribuyó, con sus experimentos para obtener gas a partir de la magaya de la sidra, el químico José Ramón Fernández de Luanco, catedrático de Química en la Universidad de Barcelona y autor de una serie de trabajos sobre alquimistas españoles prologados por Menéndez Pelayo, también conocido por el sobrenombre de «el alquimista de Castropol», no por sus trabajos como historiador de la alquimia, sino, más bien, porque sus paisanos confundían al químico con el alquimista. Hace unos años la Sociedad Asturgalaica de Amigos del País se propuso reeditar un folleto con las observaciones de Luanco sobre la sidra para el que me encargaron un prólogo, que fue censurado (al menos pretendían quitarle una página) por el concejal-comisario societario por un par de chanzas que me permití sobre el separatismo galaico. Así que los mandé a que bebieran sidra en madreñas (galaicas, naturalmente).

El centro de Oviedo que todos conocemos es el que tiene por eje la calle Uría. SegúnValentín Andrés Álvarez, existen notables diferencias entre el Oviedo moderno y Gijón: «Oviedo es un pueblo que sorprende por su unidad; Gijón es un pueblo de contrastes: el puerto y la playa, el trabajo y el ocio, la vida esclavizada moderna y la vida libre primitiva. Oviedo es una ciudad fundada en la Edad Media; Gijón es a la vez más antiguo y más moderno; más antiguo proque tiene vestigios de un poblado romano; más moderna, por haberse adaptado antes a las exigencias de la época presente. Gijón tuvo antes que Oviedo ferrocarril, cabarets, tranvías y jesuitas, todo lo malo y todo lo bueno». Sin embargo, los cabarets de Oviedo situados en la falda del Naranco tenían una ventaja sobre los cabarets de cualquier otro lugar del mundo: uno de ellos se llamaba Los Monumentos, por lo que se podía decir con toda tranquilidad: «Voy a Los Monumentos», y pensarse que se iba a visitar los monumentos prerrománicos de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo.

Por su parte, José Benito Buylla establece las diferencias entre Gijón y Oviedo en el uso de aumentativos y diminutos: en Oviedo están el Escorialín y el Campillín; en Gijón, la Escalerona, la Iglesiona y el Molinón. Lo que parece indicar que los de Gijón son más «grandones».

El librero Valdés ha establecido la teoría de que, desde el Campillín, se ve el resumen de todo Oviedo: del histórico y del actual. A nuestra derecha tenemos el palacio de la Diputación. Mirando hacia la plaza de la Escandalera, vemos la Universidad, y sucediéndose el palacio del conde de Toreno, a la dercha, y a la izquierda los de la Audiencia yValdecarzana (ahora su anexo), se alza al fondo la Catedral con su torre, que incluso Jovellanos reconocía como la más airosa de España, y vuelta la vista a la Escandalera, edificio de la Caja de Ahorros por medio, tenemos el teatro Campoamor, y la casa de Conde, que dobla hacia la calle Uría, al final de la cual se alza la Estación del Norte y la curvatura del Naranco cierra el paisaje. Este es el centro de Oviedo, el verdadero centro de la ciudad, aunque para estar verdaderamente en él, habrá que cruzar la calle Uría, o mejor, por razón de proximidad, la calle Fruela, bajo la casa del termómetro, que, según Ramón Rañada, es la casa mejor construida de Oviedo. En esto discrepaba Joaquín Manzanares, porque cuando había tormenta acudía a refugiarse al cine Aramo y al hotel Principado, confiando en la solidez de ambos edificios.

La Escandalera es el centro de Oviedo: una plaza pequeña, pero difícil de cruzar, porque siempre se encuentra a alguien conocido. Nada digamos delante del Campoamor, plaza afeada por una elevación de significado obsceno, que es, en mi opinión, lo peor de Úrculo, junto con la señora Hidalgo. Aquí hubo grandes comercios: la sastrería Álvarez, en la que Armando y Lito también informaban sobre setas; la cómoda cafetería «Ronda», de excepcional acústica; el bar «Pelayo», y la librería «Santa Teresa», que es el único que permanece abierto, con Alberto Polledo detrás del mostrador, un ovetense entusiasta de su ciudad (por lo que a veces es crítico), de Asturias, de las montañas y de los libros. Un gran tipo, Alberto, aunque su volumen no sea grande.Y por la calle, todo el mundo: Gonzalo Rivaya y Camporro, que van a comer al Hotel Principado o el efusivo y ceremonioso abogado lírico Heradio González Cano que nos comunica que los próximos años que cumple son setenta y cuatro (¡y no los aparenta!). Es raro no ver por aquí a otro águila del foro, al poderoso José María Fernández. Mas no es posible estar en Oviedo sin ver al gran Chema. Un día que no le vi en la calle, ni en Casa Cornado, le fui a encontrar en una fotografía colgada de la pared de La Paloma.

Los grandes restaurantes de Oviedo estuvieron a esta mano de la calle Uría. En la calle Uría, de mucho tránsito, de mucho comercio, con aspecto de gran calle de gran ciudad, sin embargo, nunca hubo mucha hostelería, y desde los tiempos del legendario Casablanca, no recuerdo ningún restaurante nombrado. De las cafeterías, permanece Rivoli en su sitio desde hace muchas décadas. Pero no deja de ser muy curioso, que la moderna y magnífica calle por la que se reconoce a Oviedo en cualquier parte, no vaya unida al nombre de ningún restaurante importante.

La Nueva España · 2 mayo 2009