Ignacio Gracia Noriega
Del Cristo a Latores
Un viaje al oeste de la ciudad
Conjeturo, ya que no soy nada extendido en la materia, que el condado de Latores, otorgado a Sabino Fernández Campo, es el de más reciente fundación en Asturias, en tanto no se haga conde de Aller a Graciano García por su relevantes servicios a «la Corona», como él dice. Tanto el general Fernández Campo como el periodista Graciano García han servido muy bien a la Corona, por lo que son acreedores de recompensas, aunque sean de naturaleza inmaterial como es el caso de los títulos mobiliarios a estas alturas. Mas sin nobleza, incluso de sangre, no serían posibles los altos ideales, que Chesterton reivindicaba, también por la vida de la heráldica, frente al mugror socialdemócrata y colectivista. Yo deseo que hagan conde a Graciano, porque será el tercer conde que habré conocido en mi vida, después de Ricardo Duque de Estrada, conde de la Vega del Sella, y de Sabino Fernández Campo, conde de Latores, y también porque Graciano se lo merece. Puso su imaginación a la completa disposición de «la Corona», y eso debe tener su recompensa incluso en el aspecto inmaterial y sentimental, aunque es sabido que, como dijo con amargura un fiel cortesano, los reyes tienen servidores, nunca amigos. Tal vez por este motivo, yo, que intelectualmente soy monárquico (y a la vista de los republicanos españoles, triplemente monárquico, pero antes que de las casas reinantes o por reinar, lo soy de los Reyes Magos de Oriente, de mi señor el rey Arturo y de Clark Gable, que era el «rey de Hollywood» en su etapa más gloriosa), considero que los monarcas deben rodearse de buenas personas y no sólo de deportistas, aunque sea manteniendo con ellas las debidas distancias. También me gustaría, como propone Rafael Anes, que hiciera marqués de la Granda a Teodoro López Cuesta, no sólo por sus méritos relevantes en beneficio de la cultura asturiana sino por ver cómo se pone de color amarillo pus el historiador delator renombrado. En el caso de Graciano, me gustaría, eso sí, que le hicieran Conde de Aller sin posibilidad de que la nueva toponimia, que la dejación de la defensa de la nación por parte del Gobierno acabará imponiendo, la convierta en «Conde d’Ayer», lo que daría al título y al propio Chano un aire de cosa pasada y melancólica. Y también sugeriría que en lugar de conde se hiciera a Chano marqués, no fuera que a ser que por proximidades fonéticas se le confundiera con el conde Ciano, cuando los premios «Príncipe de Asturias» que él ha ideado son el colmo de la corrección política mas extremada: tanto es así que el último premio se le concedió a un escritor más bien stalinista, porque el stalinismo, no nos andemos ahora por las ramas, es la meta a la que sinuosamente conduce la «corrección política• tan prestigiada. Lo curioso de Latores es que lleva su título un gran defensor de la Corona, Sabino Fernández Campo, sin duda la persona a la que los Borbones más deben, como es público y notorio, cuando la localidad sobre la que campea su corona es unánimemente republicana. Tales paradojas nos depara la vida. Cuando los socialistas actuales, tan zapateros y por tanto republicanos (pues según Baroja, el republicanismo era cosa de zapateros), eran todos comunistas o franquistas por omisión, en toda Asturias (que, por cierto, se consideraba bastión socialista), sólo existían dos localidades de ese partido: Latores y la Hueria de Carrocera. En consecuencia, un gran monárquico lleva el título mobiliario del único reducto republicano de Asturias durante muchos años. Cosas más raras se han visto, de todos modos.
Latores es un pueblo largo, entre la carretera de Galicia, desde Santa Marina de Piedramuelle, y la de Mieres, antigua de Castilla, por La Manjoya. Es pueblo de caseríos y viviendas unifamiliares con finca, diseminados por su término. Aún hoy no puede hablarse de un núcleo urbano de Latores, sino de varios barrios o caseríos que no llegan a juntarse entre El Palacio, por la parte que tiene enfrente a La Manjoya, hasta Santo Medero, en la parte alta, con salida a Santa Marina. Sus límites parroquiales son, al Norte, San Pedro de los Arcos, al Este el Cristo, al Sur La Manjoya y el Oeste Las Caldas. La entrada más corriente a Latores, desde Oviedo, es por el Cristo: está pasados los depósitos del agua, en una zona en la que antes había un chalé en ruinas entre la maleza, que a mí me recordaba una estampa de la Gran Guerra en territorio austro-húngaro, aunque debía ser de la pasada Guerra Civil, que por esta zona mostró su aspecto virulento. Antes subíamos al Cristo andando. Apenas había casas. Estaba la clínica de Morate entre praderías, y el merendero de Casa Javier, que tenía bolera. Poco antes de llegar a la iglesia del Cristo, con una considerable escalinata que conduce a su entrada principal, había un conjunto de casas bajas, y en ellas otro bar, Casa Montaña, un poco retirado de la carretera. E inmediatamente después de la iglesia estaba el de Angelón, en una casa con jardín, de paredes grises y tejado a dos aguas, que todavía se conserva a pesar del gran cambio urbanístico de la zona, y ahora están remozando. En el jardín había mesas de piedra con bancos y un juego de la rana. El bar tenía la barra frente a la puerta, y detrás estaba Angelón, alto, delgado, un poco mofletudo y con el pelo negro y rizado, siempre a punto de soltar alguna ingeniosidad. Recuerdo una mañana deAño Nuevo que Angelón repetía sin cesar:
—¡Vaya mañana! Todavía no es la hora de comer y todos trompas.
Angelón adoptaba un aspecto de seriedad irónica. Como era alto, miraba a la clientela desde arriba. Se notaba a la legua que si miraba a alguien torcido, ese individuo, como cliente suyo, no tenía nada que hacer. Por lo general, el bar de Angelón era el fin de ruta para quienes nos aventurábamos por el Cristo algunas tardes de primavera o mañanas de verano. Pero se podía continuar hasta Santo Medero, pasados los depósitos del agua, con vistas a ambos lados del gran valle de Oviedo: a la derecha, el Naranco, San Claudio, Sograndio, y más allá y más abajo, Las Caldas, y a la izquierda, La Manjoya, Cabornio, Ferreros y San Esteban de las Cruces, donde nace el riachuelo que pasa por esa parte. La ermita de Santo Medero tiene un agradable aspecto rural: ahora le tallaron en la pared un escudo heráldico de aspecto bastante disparatado. En este barrio estaba el bar de la Chucha, en el que se congregaban excursionistas de fin de semana para beber sidra y luego se ponían a entonar cantarinos y regresaban a Oviedo cantando. Podía cantar aquello de:
Fui al Cristo y enamóreme malhaya de enamorar por ser muy apropiado para el lugar, ya que de vuelta había que pasar por el Cristo a no ser que se saliera a Santa Marina de Piedramuelle o la Gruta, a esperar el autobús. En un merendero de Santa Marina de Piedramuelle tardaban muchísimo en servir. Una vez que fui con unos que tomaban sidra, el más subnormal del grupo preguntó si lo estaban mayando por lo mucho que tardaban, y esto le pareció tan mal al dueño que ya no miró para nosotros en toda la tarde, por lo que tuvimos que marchar sin tomar nada.A mí me daba igual, porque no me gusta la sidra, pero me molestó la ofensa.
Posteriormente, fui muchas veces a la Chucha con Amalio el Raposu, uno de los viejos socialistas de Latores, y una vez comimos allí con el comandante Flores, el jefe militar de la guerrilla socialista, de la que Mata era el jefe político, que había venido de la Argentina, donde estaba exiliado. Era un hombre de muy poca estatura y aspecto dulce. Hablaba poco y con dificultad, porque había temido algún accidente circulatorio. Calzaba alpargatas sin calcetines y su hija, una mujer fuerte, actuaba como su portavoz.
Más hacia el interior de Latores estaba lo deAurora el Ratu, bajando hacia la iglesia, que hacía fabadas muy entonadas, y La Rotella, donde se guisaban buenas muestras de cocina asturiana. En la actualidad, todo eso ya no existe. En cambio, tenemos allí uno de los verdaderamente buenos restaurantes de Oviedo, rotulado precisamente «Latores», que además de presentar desde los ventanales de su comedor grandes vistas del valle, ofrece productos de extraordinaria calidad, desde los chorizos a la carne, o, por mencionar algo que comí allí recientemente, las «fabes con lechazo», que hacen buena combinación, y los tacos de bonito, muy buenos.Y como el dueño, Pepe el Porretu, es de Latores y tuvo en Oviedo el bar Rosal y ahora tiene Casa Amparo, podemos recordar los viejos tiempos fumando un puro. Qué tiempos aquéllos, y cuántas cosas vimos, que diría Shahespeare por boca del juez Shallow.
La Nueva España · 18 julio 2009