Ignacio Gracia Noriega
La Máquina
El restaurante de Lugones lo funda en 1916 Pepe «La Máquina», empleado de la Unión Española de Explosivos
Aunque Lugones no pertenece al concejo de Oviedo, ya llega a la ciudad de Oviedo por La Corredoria. No entro en cuestiones de límites. El gran ideólogo y cronista de Lugones, José Antonio Coppen, ha publicado hace poco un libro muy completo sobre esta población y sus variadas circunstancias. Si hay alguien que ama un trozo de Asturias con fervor, ése es Coppen cuando se ocupa de las cosas de Lugones. Su progresismo es constructivo y exaltado. Si advierte un pedazo de tierra sin edificar, se pregunta por qué no se ha construido ya. Su progresismo es dinámico: quiere que Lugones tenga más casas, más altas, más habitantes. Yo no comparto ese tipo de progresismo, pero no lo critico en el caso de Coppen, porque es desinteresado. Coppen puede contarnos apasionadamente todo lo que se puede contar sobre Lugones, además bien documentado. Porque Coppen no sólo es ideólogo: también rebusca en archivos y rescata viejas historias. Al tiempo, es un buen guía de esta población que ha crecido desmesuradamente, de la que quedan pocos restos de lo que fue y que da la sensación en la actualidad de que ocupa una parcela inmensa. Sin duda, es la población asturiana que más ha crecido en los últimos años y sigue creciendo.
Por otra parte, Lugones ha saltado al nuevo mundo, donde en las tierras australes dio apellido a un hombre de letras, Leopoldo Lugones, prosista un tanto aparatoso, poeta lunar y, en general, inflado por el cosmopolita de Buenos Aires, que siempre le citó y en ocasiones le elogió, y puede que no lo hiciera maliciosamente, como solía hacer con Arturo Cancela, de quien afirmaba que era el mejor escritor argentino, para desesperación del elogiado, que adivinaba la retranca que había detrás. Lugones, con ese apellido, no podía negar su ascendencia española, aunque hubiera preferido ser inglés y vivir en París, como buen argentino. Ya se sabe lo que se dice de los argentinos: italianos que hablan español y aspiran a ser ingleses. Lugones tuvo que conformarse con ser europeo por la vía española, y acaso por eso terminó pegándose un tiro. Pero, a fin de cuentas, los Lugones, al cambio, era como si fueran del «May Flower»: parece que un Lugones figuró en alguna de las expediciones de Colón; otro Lugones estuvo en la conquista del Perú con Pizarro y aun ese mismo u otro debió de ser uno de los fundadores de Santiago del Estero. Tan antigua es la genealogía del poeta; lo malo es que «no se han hallado datos sobre esto», escribe don Tomás Alva Negri.
Ahora que se conmemora el cuadragésimo aniversario de la primera pisada del hombre en la Luna procede recordar que Leopoldo Lugones escribió un poemario de bello título, «Lunario sentimental», en el que no expresa nada que no haya poetizado Jules Laforgue. Como ya está bien de lírica, pasemos a considerar algo de aspecto más prosaico (al menos en apariencia) como la fabada, aunque Antón Rubín decía, cuando se disponía a comerla: «Vamos a comer un poema».
Poema o no, la fabada de La Máquina, el conocido restaurante de Lugones, goza de prestigio en toda Asturias, regiones limítrofes, Madrid y las Américas. El prestigio de la fabada de La Máquina en las tierras transatlánticas es tan grande que se equipara a Covadonga. Etapa indispensable del indiano en sus regresos estacionales es la peregrinación a Covadonga; algunos, cada vez más numerosos, después de ir a Covadonga van a La Máquina. No se concibe el viaje a Asturias sin llevar el recuerdo de una excelente fabada para sobrellevar el regreso. Como decía Tom Jones, el personaje de la novela de Henry Fielding, hay que gozar cuanto se pueda para, en tiempos de sequía, poder recordarlo. ¿Y habrá gozo mejor para un nostálgico que una buena fabada? El indiano de «Borona», el cuento de Clarín, aspiraba a recuperar el tiempo perdido volviendo a comer el rubio pan de maíz: algo así como la magdalena mojada en té, aunque los resultados estéticos sean muy distintos, porque la diferencia entre Clarín y Proust es la que puede haber entre la borona y el té. En cambio, la fabada no presenta aspectos dramáticos ni sentimentales. Se come la fabada y listo, y luego se recuerda si procede. Si se llegan a comer cinco platos de fabada, uno queda como un camaleón, que fue lo que le sucedió a Julio Camba cuando Melquíades Álvarez le invitó a comer una fabada en Somió. La digestión fue harto difícil, pero no hay mal que no esté compensado por un bien: aquella indigestión disuadió a Camba de solicitar el ingreso en el Partido Reformista.
La Máquina se encuentra donde estuvo siempre, en la vieja carretera de Avilés. El establecimiento no cambia: lo que está cambiando a pasos agigantados es Lugones. Pero si se quiere comer una buena fabada, para muchos entendidos la mejor fabada de Asturias, hay que acercarse a Lugones e ir con tiento por la carretera, porque el establecimiento no tiene anuncios durante el camino ni rótulo a la puerta que indique que se ha llegado a él. La única seña de identificación es suficiente: una máquina del ferrocarril ante la fachada. La casa es una buena con jardín detrás. Apiladas contra el muro hay cientos, miles de botellas de vino vacías. ¡Cuánta conversación hubo en esas botellas! Puede haber cuatro mil o cinco mil botellas, todas muy bien apiladas.
A pesar del distintivo de la máquina del ferrocarril, La Máquina, en sus orígenes, no tiene que ver con los trenes, sino con el torno. La funda en 1916 Pepe «La Máquina», empleado de la Unión Española de Explosivos, de donde le vino el sobrenombre. En la fábrica trabajaban dos operarios llamados Pepe, y para distinguirlos, como nuestro Pepe trabajaba en el torno, le llamaban Pepe el de «La Máquina». Y así pasó a llamarse «La Máquina» no sólo el establecimiento, sino las personas vinculadas a él: su mujer era Rosa, de La Máquina; su hijo, Benjamín, el de La Máquina. De manera que cuando Ramón González y su mujer María García toman el establecimiento en traspaso en 1947, el lugar siguió llamándose La Máquina, y el nuevo propietario, Ramón, el de La Máquina.
No consta que en La Máquina se haya cocinado fabada, al menos memorable, entre 1916 y 1947. Ramón y María enfocaron el establecimiento como bar y comedor en el que se servía el plato del día. Como Lugones ya era por entonces una localidad pujante, como quiere Coppen, los trabajadores de los alrededores y los vecinos del pueblo eran su principal clientela hasta que, en 1963, María García tuvo la ocurrencia de presentarse a un concurso de fabadas patrocinado por Cocinas Corcho. Ganó, de manera indiscutible, la fabada de La Máquina, lo que anima a María a repetir suerte presentándose a un concurso de platos regionales de toda España en el Circo Price de Madrid. Aquello fue el espaldarazo internacional que precisaba la fabada de La Máquina: no porque hubiera ganado de manera tan rotunda como en Oviedo, sino porque la fabada quedó finalista con el cocido madrileño, lo que obligó a un desempate en el que ganó el cocido. Como dice Monchi, el actual propietario, si la fabada hubiera ganado, habría sido un trofeo más, sin mayor trascendencia. Pero al quedar en segundo lugar, intervino justamente indignado un periodista de raza, Ricardo Vázquez-Prada, el director del diario «Región», quien añadió una fijación más a sus leidísimas Gotas de tinta, y así, junto a «el hombre de la fesoria», el perro de Facetos, «ni capitalista ni comunista, sino todo lo contrario», y «esto es cine y lo demás, Bardem», empezó a figurar «en Madrid hubo magullu», en denuncia de que había ganado el cocido por puro caciquismo centralista frente a los méritos más relevantes de la periférica fabada. Desde entonces, la fabada de La Máquina se institucionalizó. Ya no se trataba de comer fabada, sino de ir a Lugones a comer la fabada de La Máquina.
En La Máquina no se complican la vida. El menú es invariable: fabada, arroz con leche, vinos -preferentemente de Rioja o Ribera del Duero-. También se pueden comer espárragos, tortilla de espárragos y huevos fritos con jamón o chorizo. El chorizo, excelente: bocado cumbre, como dirían en Baltimore. La barra está a la entrada, a mano izquierda, y la decoración del comedor es sobria y elegante, con maderas, un pequeño aparador y fotografías y grabados de máquinas del tren, del Fontán y de una mujeruca con una cesta. Todo es grato en esta casa, incluida la conversación con Monchi, restaurador campechano y tranquilo, culto y con gran sentido del humor. Viejo y excelentes amigo.
Al día siguiente de comer en La Máquina, repetí fabes, ahora con almejas, y arroz con leche, en Pintueles, en casa de Marinita y Juan Blanco. El arroz con leche de Marinita es excepcional, a base de veinte litros de leche y de mucho uso de la muñeca. Para hacer buen arroz con leche, lo mismo que para torear, es imprescindible el buen juego de la muñeca. ¡Qué muñeca más activa e inspirada la de Marinita!
La Nueva España · 1 agosto 2009