Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

La manifestación de Vietnam

Hace cuarenta años un grupo de estudiantes protestó en el ovetense paseo de los Álamos contra la guerra en el país asiático

Hace ahora cuarenta años un grupo de estudiantes salimos a manifestarnos al paseo de los Álamos de Oviedo, como protesta contra la guerra que se libraba en Vietnam, justo en el otro extremo del inmenso continente euroasiático. En realidad, no nos manifestábamos contra la guerra de Vietnam, sino contra una situación mucho más próxima, el régimen de Franco, que había impuesto una «paz de cementerio», como decía don Pedro Caravia, desde hacía algo más de un cuarto de siglo (todavía estaban recientes las faraónicas celebraciones de los 25 años de paz, durante las que el mierense Víctor Manuel hizo sus balbuceos como «cantante comprometido»).

El 28 de abril de 1967 fue un día de primavera todavía con rescoldos de invierno, porque algunos de los manifestantes llevaban jerseys debajo de las americanas y gabardinas, y todo el mundo iba pulcramente vestido con traje, corbata y pelo corto. Todavía no habían irrumpido en España los «Beatles», a quienes los periódicos locales denominaban, al comienzo, los «Escarabajos». Los manifestantes salieron a la calle a media tarde. No se conocía en Oviedo una concentración de gente como aquélla, por lo menos desde la época de la pasada República. Durante los treinta años anteriores, sólo salía la gente en grandes grupos con motivo de procesiones religiosas y del «Día de América». Sin embargo, el mundo estaba cambiando muy deprisa, y lo más curioso es que los que habíamos salido a la calle aquel día contribuíamos a cambiarlo, aunque en aquel momento no nos diéramos cuenta o no tuviéramos aún la suficiente vanidad para sospechar que era así.

Como anota Fernando Comas al dorso de la fotografía de Vélez que acompaña estas líneas (tomada del libro «Memorias de nuestro tiempo», de Juan de Lillo), aquella manifestación «marcó un hito en la historia política de Oviedo, y no es broma». Creo que los sobrevivientes deberíamos celebrarlo, porque, aunque alguno de los manifestantes ya ha muerto, como Alfredo Mourenza, me parece que ninguno de los que nos manifestamos ocupó ningún cargo político relevante con la llegada de la democracia. Ningún futuro presidente de la autonomía estaba allí: Rafael Fernández se encontraba exiliado en México, y Pedro de Silva vivía en Gijón (apunto esto sin ironía: de aquélla, la comunicación entre Gijón y Oviedo era escasa, y Pedro no era alumno de la Universidad), y es coherente de su parte que Sergio Marqués no estuviera: se trataba de una manifestación de izquierdas, organizada por el Partido Comunista, pero, ¿dónde estaban Areces y Vigil, que, según Emilio Barbón, siempre andaba «fisgando» por todas partes?

No vamos a pasar lista, faltaría más, pero quiero destacar que aquellas cosas se hacían por ideología, por principios o por amor al arte, por sentido de la aventura, o, sencillamente, porque el franquismo era un régimen antipático, y había que expresarse contra él de algún modo. En la fotografía de Vélez se distingue a Carmen Mourenza y Gabriel Santullano, que se lleva la mano al rostro, no para ocultarlo, sino para fijar las gafas, a Alfredo Mourenza, a Miguel Rodríguez Muñoz, a Agustín Arbesú, a Fernando Comas, a Carlos Iglesias, a Emilio, el dueño de la cafetería Costa Verde de Gijón y filósofo budista... No distingo a Miguel Novo, Enrique Caballé, Francisco Julio Sánchez (que poco más tarde haría el papel del presidente Johsonn en una «obra de agitación» sobre Vietnam, representada en la Alianza Francesa), a Ramón Rodríguez del Valle ni a muchos otros que también estaban. Algunos llevaban libros en las manos. Yo mismo parece que voy leyendo algo, y en otras fotos estoy fumando un puro.

Días antes de esta manifestación se habían distribuido octavillas por la Universidad con el siguiente texto: «Asturiano: la guerra de agresión que EE UU lleva a cabo en Viet-Nam alcanza cada día mayor gravedad, poniendo al mundo al borde de una nueva guerra mundial. Los pueblos de todo el mundo rechazan esta guerra sucia. Centenares de miles de manifestantes muestran, en todas partes, su repulsa contra esta guerra, que viola todos los derechos de la humanidad. En España, donde la existencia de bases atómicas norteamericanas hace más comprometida la situación, se celebrará el 28 de abril una Jornada nacional contra la guerra de Viet-Nam en las principales capitales. ¡Únete a esta jornada! Muestra tu repulsa manifestándote, ordenada y pacíficamente, el viernes 28, a las 7.30 de la tarde, en el paseo de los Álamos. ¡Por el cese inmediato de la guerra!».

La idea de hacer una manifestación en Oviedo era un viejo proyecto de Feito «El Cubano», que había llegado a la ciudad como alumno de la Escuela de Comercio y a quien, debido a su nacionalidad cubana, la Policía puso en la frontera francesa con una muda y el cepillo de dientes y cuatro perras que se reunieron apresuradamente en el patio de la Universidad y en la tertulia del bar Azul. Feito, en la actualidad sesentón de buena planta y economista, era el alma de la oposición en la Escuela de Comercio, que fue donde empezó la agitación en Oviedo, y uno de los introductores del PC. Tenía la palabra fácil y apasionada, cierto encanto personal y sentido estratégico. Por aquel entonces, el Gobierno civil se encontraba casi frente a la Universidad, al final de la calle de San Francisco, haciendo esquina con la plaza de la Escandalera. Al lado de la cafetería Alvabusto, donde entre clase y clase hacían vida en común catedráticos y estudiantes, juntos pero sin mezclarse. Un día, al salir de Alvabusto, Feito, echando un vistado al Gobierno civil y a la Universidad, me comentó:

–¿Te das cuenta de lo fácil que sería llegar al Gobierno civil si saliéramos de la Universidad en manifestación? Sería algo tan rápido que no tendrían tiempo los «grises» para intervenir.

Sin embargo, la primera manifestación contra el régimen tuvo lugar en el paseo de los Álamos, un paseo de nombre sumamente politizado: durante la Monarquía fue el paseo del Príncipe; durante la República, el paseo de Pablo Iglesias; durante la dictadura de Franco, el paseo de José Antonio, y para los ovetenses de toda época, el paseo de los Álamos.

La manifestación se concentró a mitad del paseo, y se desplegaron dos pancartas y, más o menos a la hora fijada, empezó a moverse en dirección al Escorialín. Había tres o cuatro furgonetas grises aparcadas en la calle Uría, entre el Pasaje y la joyería de Pedro Álvarez, y algunos policías armados se desplegaron por el borde del paseo. No faltaban tampoco los inevitables miembros de la Policía político-social, entre los que destacaba el inspector Núñez Ispa -por su altura y por la chaqueta de escolar del Colegio Mayor San Gregorio con la que solía disfrazarse cuando iba a la Universidad-. También andaban por allí algunos estudiantes fascistas, pertenecientes a Defensa Universitaria, el antecedente de Fuerza Nueva, y varios paniaguados del sindicato vertical haciendo méritos. El público, en general, aguardaba acontecimientos desde la calle Uría y los bordes del Campo San Francisco. Los organizadores de la manifestación confiaban en que el pueblo sometido se uniera, pero por entonces la mayoría del futuro pueblo soberano era franquista, y algunos entusiastas de la anterior situación nos abuchearon, llamándonos «señoritos» y «mangantes». Así estaban las cosas en 1967.

La inmensa mayoría de los manifestantes éramos estudiantes universitarios. De los catedráticos, sólo se encontraba Gustavo Bueno, que proponía dirigir algunas palabras desde el Escorialín; pero no fue posible hacer oratoria, porque la Policía cargó antes. Sólo recuerdo que eché a correr por el Campo San Francisco arriba y no me detuve hasta la barra del bar Gran Vía, que entonces se encontraba en la acera derecha de la avenida de Galicia, frente a donde está ahora. No tardaron en llegar otros manifestantes, y rápidamente cambiamos impresiones. No se produjeron detenciones, salvo la de un colaboracionista de Defensa Universitaria, a quien la Policía ordenó circular lo mismo que a los demás mirones, y él contestó con el consabido y altanero: «No saben ustedes a quién se están dirigiendo», a lo que la Policía respondió echándole de cabeza en un furgón, para averiguar en Comisaría quién era.

La Nueva España · 4 junio 2007