Ignacio Gracia Noriega
Balbuceos de la agitación universitaria
Creo que se puede afirmar sin miedo a equivocación que las actividades estudiantiles contra el franquismo en la Universidad de Oviedo estuvieron alentadas y más o menos controladas desde los primeros años sesenta del pasado siglo por el Partido Comunista (PC) o «el Partido», como se le conocía según terminología de la época, aunque la presencia de un curioso conglomerado de carácter anticomunista (aunque nosotros entonces no sólo no lo sospecháramos, sino que no nos pasaba por la cabeza tal posibilidad) denominado el FELIPE o Frente de Liberación Popular (a la manera de las organizaciones más o menos terroristas y desde luego inequívocamente radicales empeñadas en la lucha anticolonialista en el Tercer Mundo, entonces en boga), es cronológicamente anterior. Yo entré en contacto con esta organización, que tenía cierto relieve en la Universidad de Madrid, por medio de mi primo Santiago González Noriega, que me ponderó, entre otras cosas, la gran astucia de aquellas siglas, porque, si uno estaba hablando del FELIPE y escuchaba la Policía (la Policía y los confidentes de la Policía formaban parte de las obsesiones de aquella época), se podía alegar que nos referíamos a cualquier Felipe que conociéramos, un vecino, un compañero de Facultad o incluso Felipe II (que, a fin de cuentas, en las facultades de Letras se estudiaba Historia). Naturalmente, el abogado sevillano, por entonces estudiante de Derecho, Felipe González Márquez, era a aquellas alturas de la Historia un perfecto desconocido. Y aún continuaría siéndolo durante muchos años.
El elemento asturiano más destacado de aquellas clandestinidades era, hasta donde se me alcanza, Ignacio («Nacho») Quintana Pedrós, a quien todo el mundo llamaba Nacho, porque incluso en su prehistoria era ya muy campechano y le gustaba comportarse como un «paisanón», esto es, como veraneante voceras con bastón de caña y pantalón blanco (luego, mucho después, por estar a la altura de los nuevos tiempos, recorría la «Marbella del Norte» como si fuera Rossi en las islas Baleares, pero con calzón corto: en lo que le imitaba el pobre Herrero Merediz cuando le tuvo de meritorio de los Picos de Europa). Tan tempranamente como en los primeros años sesenta, Nacho ya había descubierto las grandes posibilidades políticas que le ofrecían los Picos de Europa, puesto que firmaba sus panfletos en «El Ruedo Ibérico», de prosa revolucionaria, no por novedosa como la de Joyce (autor a quien Nacho conocería luego, a través del grueso libro de Ellmann), sino porque dinamitaba la sintaxis tradicional, con el seudónimo de «Ramón Bulnes». De manera que se empieza con un seudónimo y se termina utilizando a Frassinelli como bandera para actividades poco recomendables y muy alejadas de cualquier misticismo revolucionario.
En el FELIPE había de todo, como en botica. Eso sí, la mayoría de sus miembros eran «señoritos». Algunos, como Julio Cerón, evolucionaron hasta una reaccionarismo ingenioso; otros, como nuestro Nacho, acabaron en las aguas socialdemócratas del PSOE como discípulo de Eduardo Mangada, después de haber hecho guardia en extrañas garitas. Adecuado a la nueva situación, Nacho llegó a ser subsecretario de Cultura con mando en plaza. Y me consta que desde ese cargo mandó mucho. No sé qué subvención no le habrá dado a Jaime Chávarri porque en una de sus películas, sobre la fuga del hijo de Sánchez Albornoz del Valle de los Caídos, saca a un jerarca del SEU interpretado por Juan Echanove con camisa azul, correaje y bota alta, que se llama mismamente Quintana Macho. Aunque tal vez sea una casualidad. Como decía Clint Eastwood en una película en la que buscan a un fugitivo llamado Ronald Reagan: «Tal vez sea su nombre verdadero, porque ¿a quién se le va ocurrir usarlo como "alias"?».
Nacho siempre venía a Asturias como el virrey a sus posesiones. Recuerdo una vez en la fiesta de la Cultura de Los Maizales de Gijón que todos los del MC andaban detrás de él como si fueran gente piadosa detrás del Papa. Una vez, Eduardo Úrculo me llevó a verle a una casa de veraneante que tenía alquilada en Parres. Estaba sentado en la cocina, rodeado de jóvenes sumisos y atentos, como si fuera el rabino en la sinagoga. Al vernos, se levantó, a mí me llamó «gordito» (lo que me molestó) y, en nuestro honor, sacó de la bodegaÉ ¿Qué puede sacar de su bodega un veraneante en ejercicio? ¡Sidra! Como era de esperar, no invitó a los catecúmenos, que se quedarán con las ganas, pese a que uno de ellos llegaría a ser delegado del Gobierno y lo que haga falta. Yo siempre me pregunté, para terminar con Nacho, por qué personaje tan prepotente no intentó, que se sepa, ocupar cargos políticos en Asturias o desde Asturias. Acaso sea algo que le tengamos que agradecer a Villa.
Yo no llevaba diarios por aquellos años (comencé a escribirlos a partir de 1974, y conste que para mí uso particular, y no para publicarlos cuando no se me ocurre otra cosa), de manera que todo lo que va a continuación es «de memoria», y aunque tengo buena memoria, hay que tener en cuenta que pasaron cuarenta y cinco años, que se dicen luego. En su prehistoria, el FELIPE mantuvo escasa actividad. Algunas reuniones y poco más. En aquellas reuniones, que no eran tanto del FELIPE como «de tanteo», se hablaba mucho de revolución, de lucha de clases, de lucha armadaÉ Los modelos eran Cuba y Argelia, los «héroes liberadores» Fidel Castro, Ben Bella, Patricio Lumumba, Mao, Ho Chi Mihn, SukarnoÉ Un irrepetible plantel de «demócratas». Si a alguien se le ocurría, que no se le ocurriría, desde luego, alegar algo sobre las democracias parlamentarias, en el mejor de los casos se reirían de él, si no se le consideraba de inmediato elemento perturbador vendido al capitalismo y otras lindezas por el estilo. ¡Que me digan a mí que por aquella época se estaba luchando por las libertades en España!, se luchaba contra el franquismo porque era el gran obstáculo contra la revolución marxista, y daba la casualidad de que Franco era casi tan poco liberal como quienes le combatían: lo que permitió a éstos, gracias a un «agitprop» bien orquestado, presentarse como la paladines de las libertades, aunque sin especificar qué tipo de libertades.
La manía de reunirse subsistió durante mucho tiempo. Se tomaban muchas precauciones, pero las reuniones se hacían en lugares públicos. Por ejemplo, Feito el Cubano, que fue uno de los introductores del PC en la Universidad, solía organizarlas en una confitería de la calle Magdalena, y uno de los mayores atractivos era que en ocasiones asistía «un obrero».
Lo que le daba mucho atractivo al asunto. Otra vez recuerdo que nos reunimos con Torre Arca, que venía de Gijón. Nos dijo: «Yo soy sidreru, así que vamos a una sidrería». Una concesión del internacionalismo proletario al localismo folclórico: ahí seguramente, y sin que Torre Arca lo imaginara, estaba el germen del gran giro del PC hacia el bablismo, el separatismo, el folclorismo, el «hecho diferencial» y la promoción del «traxe» o «vistíu», que es la superación del marxismo por la vía de la irresponsabilidad.
En la prehistoria del FELIPE se encontraban Juan Cueto y Alas y Roberto Merino, que era de León y estaba en el Colegio Mayor San Gregorio. Juan Cueto y yo éramos amigos del Bachillerato, porque habíamos coincidido en el Colegio de los Dominicos, pero a Roberto Merino le habré visto un par de veces. En cambio, le leí un artículo demoledor publicado en la revista «Acto y Voz», del Ateneo de Oviedo, en el que defendía el cine ideológico y atacaba a «John Ford, Vicente Minnelli, Anthony Mann, Howard Hawkas, etcétera, todos ellos hombres con un estricto sentido de la forma cinematográfica y dominadores ciertamente de mil recursos técnicos, pero casi siempre atacables, o por lo menos dignos de ser ignorados, en su dimensión argumental». A mí, lo de abolir el capitalismo e instaurar el «reino del hombres sobre la tierra» me daba igual; pero que me dijeran que «Pasión de los fuertes», «Un americano en París», «Einchester 73» y «Río Rojo» no valían nada me resultaba inaceptable. Juan Cueto también era partidario del pesadísimo cine que nutría por aquel entonces las plúmbeas sesiones de los cineclubes, precursoras de la gloria del cine Palladium, según con quien hablara y porque Juan siempre supo plegarse a los dictados (dictadura) de la moda; pero como leía «Cahiers de Cinema», también sabía por dónde iban los tiros en la Francia. Así que, tal como se ha demostrado, ni hubo revolución proletaria, ni «liberación de los pueblos libres», ni se cumplió una sola de las utopías de la juvenil edad. En cambio, las películas de Ford, Minnelli, Mann y Hawks siguen tan frescas como en el momento de salir de la sala de montaje.
Juan Cueto tenía una gabardina de aquellas que llamaban «pluma», muy ligeras, que se guardaban en el bolsillo de la chaqueta si no llovía. Cuando nos reuníamos en algún bar, si llevaba la gabardina puesta era porque había moros, digo policías, en la costa, y entonces hablábamos de cine. Si no la llevaba, era porque el terreno estaba despejado, y entonces hablábamosÉ de cine también. Cueto siguió en estas conspiraciones hasta bastante entrado en «la edad de la razón», y en el aspecto formal, hasta que dos miembros pálidos de la organización acudieron a su piso de la calle Santa Cruz para exigirle que hicieran una autocrítica por sus actividades poco revolucionarias, que aprovechó para echarlos con cajas destempladas. Pero es que los continuadores del FELIPE estaban en todo, y en cierta ocasión convocaron una asamblea para recomendar al camarada FÉ que cuidara su higiene bucal, porque el pestazo que salía por sus labios al hacer dialéctica podía resultar desagradable al olfato de las compañeras. Observen que el machismo de la educación burguesa no se había atenuado, aunque fueran pro chinos.
La Nueva España · 30 julio 2007