Ignacio Gracia Noriega
Los «intelectuales» del PSOE
Al final del franquismo, «investigadores y creadores» como Serrat o Sabina no se hubiesen atrevido a apoyar a los socialistas, so pena de ser expulsados de la «clerecía de izquierdas»
Lo que más me llegó al alma del debate televisivo entre Rajoy y Zapatero fue la defensa apasionada de los «investigadores, intelectuales y creadores» como Barceló, Serrat y Joaquín Sabina, sin que faltara la referencia de Javier Bardem, que apoyan al PSOE. No sé quién es Barceló (disculpen ese desconocimiento, si es que merece la pena), pero sé de sobra quiénes son Sabina y Serrat y, si hace el caso, Javier Bardem. No porque haya seguido sus respectivas carreras de gentes de farándula, que no me interesan lo más mínimo, sino por sus actividades al margen de sus ocupaciones habituales: que no les reprocho, naturalmente, pero tampoco es caso que las capitalicen ellos o su actual jefe de filas y luminaria incandescente como aquella lucecita que Pablo Neruda, sumido en las tinieblas del mundo capitalista, vislumbraba en una modesta ventana del Kremlin, tras la que se encontraba Stalin vigilando la buena marcha de la dictadura del proletariado. No deja de ser sorprendente, en cualquier caso, que un gobernante socialista (en el sentido de socialdemócrata) reciba el decidido apoyo de gentes que siempre, por coquetería o interés, se situaron más a su izquierda, e incluso a su extrema izquierda. Lo que demuestra que lo que se entiende por «intelectual», a veces abusivamente, como en estos casos, es en realidad un tipo fervoroso del poder, como en otro tiempo cercano lo fue don Gonzalo Torrente Ballester, primero fascista y luego demócrata. Lo más molesto de esta gente, de don Gonzalo, sin ir más lejos, es que nadie les preguntó, ni a él, ni a Laín Entralgo, ni a Tovar, ni a Cela, si eran demócratas o dejaban de serlo: fueron ellos quienes se proclamaron tales por seguir en la «pomada». Fueron ellos la primera hornada de «intelectuales» arrimados al poder de la transición, que pasaron del franquismo a la democracia; la segunda hornada, que es la presente, de menor categoría intelectual, por cierto, pasó de la izquierda revolucionaria y extremista a la socialdemocracia sin despeinarse (tal vez porque no se había peinado nunca). Decía Valle-Inclán que el sino de los escritores españoles era parecido al de los gitanos: siempre sospechosos para la Guardia Civil. Pero le faltó referirse a otra parte de tan acreditado gremio: la de quienes se colocan, o mejor se enquistan, en el «poder», y encima se las dan de «comprometidos», como Millás y otros.
En fin, ver para creer. Yo no sé cuánto dinero le habrá costado al erario público, esto es, al Gobierno de España, el «Oscar» a Javier Bardem, pero lo cierto es que toda esa gente es poco de fiar: como escribió Javier Neira, odian a los yankis, pero venden su alma al demonio por triunfar en el infierno norteamericano. Y con los pescados que se ponen los del «agitprop» enarbolando triunfos propios o ajenos, el «Oscar» a Bardem puede convertirse en una amenaza nacional, al tiempo de una demostración de que en la patria de la democracia moderna todavía se mantienen las buenas formas democráticas. ¿Imaginan ustedes que en España hubiera ganado el «Goya», esa servil y vergonzosa imitación del «Oscar», algún actor que se hubiera manifestado siquiera tímidamente favorable a la guerra de Irak o a la política internacional de Aznar? No, no se lo imaginan. Pues en los Estados Unidos les da igual que el joven Bardem haya vociferado contra Bush y contra la guerra de Irak. Ésta es la diferencia entre un país libre y otro mediatizado por los intereses políticos.
Conforme me voy haciendo mayor, más absurdo me parece el desmesurado, y totalmente injustificado, prestigio de los «intelectuales» que por el solo hecho de autodenominarse de ese modo se permiten opinar sobre todo lo divino y lo humano con la mayor petulancia posible, y sus dosis de pedantería indispensables para que el «pueblo llano» dé por bueno su discurso. En este sentido, tiene razón Gustavo Bueno cuando afirma que un químico o un cantante pueden opinar con conocimiento de lo suyo, pero que en cuestiones ajenas a la química o al canto son unos ciudadanos como los demás, con opiniones tan valiosas o tan deleznables como las de cualquier otro ciudadano. Pero se inventó el mito del «intelectual» (una suerte de «clérigo» moderno, según Julien Benda), que Sartre adjetivó como «comprometidos», para bendecir a los de estricta observancia stalinista. Intelectuales que jugaban con red, porque hacían críticas feroces al sistema en el único sistema que les permitía hacerlas: las democracias parlamentarias de los Estados Unidos y la Europa occidental. Cualquier crítica en el benevolente y progresista paraíso del proletariado era inmediatamente reprimida con el tiro en la nuca o el viaje a Siberia. La gente de la farándula siempre quiso ingresar en ese honroso gremio de «clérigos», y ahora, gracias a Serrat, Sabina y el joven Bardem, y con la bendición de Zapatero, parece que lo ha conseguido de pleno derecho. Apoyan al zapaterismo los mismos que en tiempos firmaban manifiestos del tipo de «yo también aborté», aunque fueran individuos más o menos barbudos. Y aún hoy, cuando ya parece haber pasado la época del «compromiso» del escritor, todavía figura en el currículum de muchos la condición de «comprometido», aun antes que su obra literaria o intelectual. Es el caso de Ángel González, que lleva camino de convertirse en el poeta oficial del zapaterismo a título póstumo, y que a su muerte muchos necrólogos destacaron su condición «progresista» y «comprometida». ¿Comprometido con qué? Es cierto que el poeta residente en Albuquerque (USA) tenía la coquetería de figurar el último en las listas del PSOE a la Alcaldía de Oviedo, como dando a entender con displicencia de dandy de izquierdas: «Yo os apoyo con mi nombre insigne, pero ahí os quedáis». Algo es algo, porque en los últimos tiempos del franquismo y primeros de la transición, ni este poeta, ni los «investigadores y creadores» como Serrat y Sabina, ni Ana Manuel ni Víctor Belén, ni tantísimos otros, se hubieran atrevido a declararse favorables al PSOE, so pena de ser expulsados de la prestigiosa, refinada pero implacable «clerecía progresista», también conocida en algunos ámbitos como «gauche divine», la más atorante reunión de «précieuses ridicules» que era posible imaginar. Todos ellos miraban por encima del hombro al PC, el único partido que luchó decididamente contra el franquismo, por considerarlo moderado, así que a saber qué dirían del casi inexistente PSOE. Lo menos ofensivo era llamar a los pocos socialistas que daban la cara «socialdemócratas» y «vendidos al oro de Willy Brandt» (hacia quien toda la «progresía» española sentía un fuerte odio, debido a su actitud decidida frente al comunismo de ocupación cuando fue alcalde de Berlín). Si la «gauche divine» miraba con complaciente desprecio a los comunistas batalladores, cómo mirarían a los socialistas que no parecían poner en cuestión los principios básicos del mundo político occidental: como a auténticos parias. De aquella «progresía» irredenta, algunos como el joven mierense Víctor Manuel (o Belén, posteriormente, por matrimonio) empezaron despistados, cantando al general Franco, después a Horacio Fernández Inguanzo y, finalmente, haciendo campaña en favor de Zapatero. A eso se le llama saber situarse y verlas venir, sí señor.
En los primeros tiempos de la transición había que pedirle prestada la linterna a Diógenes para encontrar a algún «intelectual» o personajillo de la farándula próximo al PSOE. Se mencionaba a Massiel, más que nada porque estaba próxima a Carlos Zayas. Pero lo que se dice en Asturias, no había nadie, salvo el cantautor Avelino, que hacía lo que podía y supongo que nunca se lo pagaron. Cuando hacíamos los primeros carnets del PSOE, en septiembre de 1976, se repetían los profesiones: minero, pensionista, algún taxista. «¡Para que luego digan los comunistas que no somos un partido obrero!», comentaba Vigil. Pero cuando el PSOE subió como la espuma y el PC cayó en Barrena, no fueron sólo Areces, el agente Iglesias y demás quienes abandonaron el barco. Toda la gente de la farándula se pasó en bloque a los aledaños del poder, temo que no sólo por el aspecto estético de «progresismo institucionalizado» que ahora vende Zapatero, sino por arrimarse a las subvenciones. Así, toda la izquierdosa «gauche divine» y sucedáneos, que antes se consideraba a la extrema izquierda del lucero del alba, ahora se alía a la socialdemocracia vergonzante. ¿Por qué me quieres, Andrés...?
La Nueva España · 17 marzo 2008