Ignacio Gracia Noriega
El 1 de Mayo de 1977
El PSOE lo pudo celebrar con permisividad; otros, a la manera clásica: a palos y cargas policiales
El 1 de mayo de 1977, si la pelota seguía en el tejado, cuando menos estaba más o menos controlado hacia dónde caería. Y un año más volvió a celebrarse la gran Fiesta del Trabajo, aunque no todos los partidos de izquierda la celebraron en esta ocasión de igual modo: algunos, como el PSOE, pudieron hacerlo en relativa libertad o, si se quiere, permisividad, y otros a la manera clásica, como los años anteriores: a palos, cargas policiales y escorribandas. Y es que, en esas cosas de la política, siempre hubo clases y siempre las habrá.
Unos días antes, un conocido de barra de bar me pidió que le pusiera en contacto con alguien «con mando» en el PSOE, ya que representaba a una empresa publicitaria especializada en hacer campañas desde el aire, con avionetas y helicópteros. Hasta entonces habían organizado campañas publicitarias de detergentes y cosas así, pero estaban atentos a las campañas electorales que, tarde o temprano, habrían de efectuarse. No dejaba de tener gracia que el director de esta empresa fuera sobrino de Carlos Arias Navarro. Yo me limité a llevar al representante a los locales de la plaza de Primo de Rivera y allí aprovechó para afiliarse a UGT.
Los días 23 y 24 de abril tuvo lugar el congreso regional de UGT en el hotel Vaquero, de La Felguera, que reunía cuatrocientos delegados. Yo me acerqué por allí el día 24, en compañía de Mariano Colubi, con unos pases que nos habían proporcionado los del PSOE de Laviana. El día había sido caluroso y el salón en el que se celebraban las sesiones estaba lleno de humo: todavía no había llegado Zapatero (ni se le esperaba) a leer la cartilla a aquella buena gente asegurándoles que beber y fumar no es propio de socialistas, porque los delegados que no estaban fumando en el salón se encontraban bebiendo en el bar. La sesión no se reanudó hasta las nueve de la noche, y resultó tormentosa. Se procedió a votar la nueva ejecutiva regional de UGT, saliendo elegido Avelino Pérez, porque aunque el «tapado» era Manolito Villa, que venía liberado por el sindicato belga para poner a la UGT en sintonía europea, se le objetó, con razón, que en aquel momento no pertenecía a ninguna agrupación asturiana. Inesperadamente, terció en las votaciones Emilio Barbón y, echando su tercio a espadas, presentó su candidatura, que obtuvo pocos apoyos. Entre otras sorpresas, Fanjul, de El Entrego, que había sido el tesorero de las organizaciones socialistas en la clandestinidad, fue desbancado por un Cecilio de quien se decía que estaba subiendo como la espuma. Para cerrar el congreso, Avelino Pérez tomó la palabra para decir que le quedaba muy agradecido a Barbón, y éste, muy emocionado, afirmó que ni el PSOE ni la UGT tenían nada que agradecerle, y siempre le tendrían a su disposición. Cerró el acto Duarte, de la ejecutiva nacional, y como era inevitable en estos casos, los asistentes cantaron la «Internacional» puño en alto.
Dos días después, 26 de marzo, hubo asamblea de la agrupación socialista de Oviedo, en la que se dijo lo de siempre: que había que militar más y que el comité regional no informaba de nada, razón por la que Álvaro Cuesta pedía que se le requiriera para que cambiara de actitud. Pero se conoce que al hoy encumbrado don Álvaro le hacían poco caso en las alturas, porque no había asamblea en la que no protestara por la poca atención que se prestaba a la agrupación de Oviedo. La propuesta más importante de aquel día fue hacer presidente de la agrupación -cargo que hasta entonces no existía ni había existido nunca- al viejo militante y gran luchador socialista Emilio Llaneza Prieto, que se aceptó por aclamación. Los recién llegados, pretendiendo hacer méritos, ponían sus automóviles a disposición de Llaneza, que vivía en Cabornio, para que pudiera asistir a las reuniones de Oviedo de manera regular. Pero, como es natural, a los pocos días se olvidaron de él. Después de las asambleas, el gran Llaneza agarraba una escoba y barría el local. Uno de los recién llegados, individuo bien trajeado y pedante, que aspiraba a ser elegido miembro del comité, le dijo un día:
–Mire, buen hombre, le voy a dar veinte duros por este detalle que tiene de barrer y para que continúe haciéndolo.
A lo que Llaneza se indignó, y sus ojos enrojecidos y sin pestañas parecía que soltaban fuego:
–¿Recibir dinero yo por un trabajo que hago para el partido? ¡Me quemaría las manos!
De lo que no se habló fue del 1 de Mayo que ya estaba en puertas, por lo que los últimos días fueron de verdadero atragantón. El 28 de abril, Covadonga, el poderoso Chema Fernández (como le llamaba Vigil) y yo estuvimos bajando propaganda desde el despacho de General Elorza a los coches que aguardaban aparcados delante y con las portezuelas abiertas. Serían las dos de la madrugada cuando se detuvo un «jeep» de la Policía Armada y descendieron dos agentes. Quedamos en vilo. Pero se limitaron a recoger a un borracho que lidiaba con una farola al otro lado de la calle. Entonces recordé una de las definiciones de democracia según Churchill: que llamen a tu casa a las dos de la madrugada y sea el lechero.
El 29 de abril se difundió un comunicado del Ministerio de la Gobernación por el que se prohibía la celebración del 1 de Mayo en todo el territorio nacional. Rafael Fernández acudió a ver al gobernador civil y a las ocho de la tarde supimos que se autorizaba un acto político en el Palacio de los Deportes de Oviedo. A las autoridades les producía verdadera fobia cualquier acto político al aire libre; en cambio, levantaban la mano si se celebraba bajo techo, seguramente porque resultaba más fácil controlar a los asistentes. Se determinó que los dos principales partidos marxistas lo celebraran cada uno por su lado y en lugares distintos: los comunistas, el 30 de abril, en la plaza de toros de Gijón, con intervención estelar de Santiago Carrillo. El notario Rosales, que asistió para enterarse de cómo iban las cosas en la competencia, volvió muy contento, diciendo que los comunistas estaban en plan de hacer almoneda, pero cuando «la clase obrera» se diera cuenta de lo que estaba pasando, los abandonaría y se pasaría al PSOE. Lo que, efectivamente, ocurrió, aunque mucho más tarde y por otros motivos.
Los socialistas celebrarían la fiesta en el Palacio de los Deportes de Oviedo, que estaba lleno de pancartas con las siglas de PSOE, UGT y JJ SS. Se esperaba que al día siguiente llegaran de las cuencas con los signos históricos, banderas anteriores a la guerra civil y, a la cabeza, la bandera de la Agrupación Canzana, la más antigua del socialismo asturiano.
El mitin fue largo y, como es de esperar de un mitin, monótono. Según don Pedro Caravia, a quien habían llevado para que se familiarizada con los nuevos rumbos del PSOE, «fue un mitin de calidad». No hubo aluvión de público ni quedó gente en la calle porque no hubiera sitio dentro, sino que sitio sobraba. Presidían las banderas bordadas y casi centenarias de las agrupaciones de Mieres, El Entrego y Barredos. Rafael Fernández abrió el turno de oradores para pedir un minuto de silencio (lo que es la negación de la oratoria) por los mártires de Chicago y por los de la causa socialista, y tuvo emocionadas palabras de recuerdo para Agustín González, uno de los verdaderos dirigentes socialistas durante el franquismo, fallecido hacía poco en Gijón. Luego hablaron Antón Saavedra, contundente y sin quitarse la boina, por la UGT, y Luzdivina García Arias, como de costumbre demagógica y apasionada, y el número fuerte lo constituyó el discurso, didáctico y ampuloso, de Luis Gómez Llorente, que expuso el programa del PSOE «sin echarle agua al vino», como había hecho Santiago Carrillo la víspera en Gijón. Destacó la condición marxista, internacionalista y republicana del Partido Socialista y, ya que iba a ser el candidato del PSOE a la Cámara de Diputados, pasó a hablar de sus credenciales, que eran Eduardo Varela, Manuel Vigil, Teodomiro Menéndez, Belarmino Tomás, Wenceslao Carrillo, Ramón González Peña, Manuel Llaneza (aquí, grandes aplausos espontáneos) e Indalecio Prieto, a quien calificó como uno de los grandes líderes del socialismo mundial. El resto del discurso fue electoralismo puro y un tanto inútil, porque el público allí congregado estaba decidido a votar al PSOE aunque el cabeza de lista fuera mudo. Al salir, encontré a Antonio Masip, que urdía la coalición electoral que recibiría el nombre de Unidad Regionalista. Masip estaba preocupado por la rotundidad del discurso de Gómez Llorente, pues temía que alarmara a posibles votantes del socialismo, a lo que le contesté que, en ese caso, esas personas alarmadas podrían votar al moderadísimo PC de la jornada anterior.
Mientras el radicalismo de Gómez Llorente preocupaba a Masip, en Gijón hubo una concentración convocada por CC OO y USO, que fue disuelta a palos por la Policía, con intervención de la banda conocida por el nombre de Guerrilleros de Cristo Rey. Hubo algunos heridos y contusionados. Alberdi tuvo que ser internado con algo que se temía que fuera una contusión cerebral y a Francisco de Asís Fernández Junquera le rompieron la rótula. El conocido dirigente comunista, después de muchos años de buscar el martirio y la cárcel, fue finalmente herido durante un 1 de Mayo democrático cuando salía de una reunión que nada había tenido que ver con las algaradas callejeras. Se conoce que le reconoció algún policía y fueron a por él. Su padre, que era juez, presentó una denuncia contra las fuerzas de orden público.
El 2 de mayo, por la mañana, individuos de OPI, MC, LCR y PSP repartieron propaganda delante del cine Aramo. Se practicaron algunas detenciones. Todavía pintaban bastos. Por la noche, los Guerrilleros de Cristo Rey atacaron el popular bar Cecchini, en la calle Oscura. El día 3 hizo su presentación Bandera Roja en la Universidad. Había más policía que público, rodeando el edificio y estacionada delante del Banco de Bilbao, con los fusiles cargados con pelotas de goma. Un oficial decía a los transeúntes: «No me gusta que se amontonen. Circulen».
La Nueva España · 2 junio 2008