Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

La Coordinadora Democrática de Asturias

El arquitecto Ramón Fernández-Rañada llevó la voz cantante en la constitución del ente que reunía a la junta y a la plataforma que agrupaban a los partidos antifranquistas

El año que precedió a la muerte de Franco y el año siguiente, es decir, entre 1974 y 1976, fueron de actividad política febril, una carrera de obstáculos contra reloj en la que los partidos políticos más impensables e incluso los más disparatados se aprestaban a tomar posiciones. Se hablaba de la «sopa de letras» en referencia a los casi incontables y lo que era peor, en muchas ocasiones difíciles de diferenciar, partidos que surgían a las llamadas de la libertad, sobre todo, por la extrema izquierda del PCE; esto es, partidos cuya finalidad manifiesta era aprovechar las parcelas de libertad para terminar con ella para siempre. Naturalmente, ninguno de esos partidos tenía la más mínima posibilidad de acercarse al poder, ni se la planteaban, pero dependía de cómo maniobraran en aquellas aguas oscuras para poder venderse en mejores o peores condiciones al mejor postor, aunque, como es natural, la mayoría de ellos hubieran preferido hacerlo al PCE antes que al entonces inexistente PSOE, que fue exactamente lo contrario de lo que sucedió treinta años más tarde. Se trataba de los denominados partidos-taxi o cabina de teléfono, porque podían celebrar sus asambleas en un taxi o en una cabina de teléfono, pero que, para compensar su condición minúscula, eran sumamente eficaces y se hacían notar por su propaganda y acciones mucho más que otros partidos. Llamados a ser protagonistas del proceso transitorio. Especialmente batalladores, radicales e imaginativos se mostraban los militantes del MC, que eran capaces de hacer una propaganda muy buena y de difundir pasquines y carteles verdaderamente vistosos, debido a que la mayoría eran médicos y otros miembros distinguidos eran ricos por sus casas, y unos y otros aportaban para la causa un treinta y tantos por ciento de sus sueldos, con lo que el aumento económico lo tenían bastante solucionado. Todos estos partidos consiguieron expresarse y salir a la luz pública no sólo en labores de agitación y propaganda propios de la clandestinidad, sino además en conversaciones y arreglos políticos de rango más elevado, por lo que la formación de la Junta Democrática en París en 1974 les vino como anillo al dedo, porque tenían posibilidad de salir en los papeles y codearse con los grandes, aunque quien cortaba el bacalao en la Junta era el PCE. La junta, primero, y la platajunta, más tarde, fueron magníficos altavoces para los partidos minúsculos en vías de ser extraparlamentarios que se integraban en ella.

Eran partidos muy variopintos, entre los que podían encontrarse desde la ORT y LCR al Partido Carlista, de José M.ª Zavala, lo que provocaba la reticencia de Emilio Olávarri, canónigo magistral de la Catedral y carlista navarro de tradición familiar, a quien posteriormente producía verdadero desasosiego tener que votar a Unidad Regionalista en las primeras elecciones generales porque así lo había dispuesto Zavala. Por la parte socialista procuraban estar presentes DSA, de Pedro de Silva, y el PSP, que lideraba el republicano Prendes Quirós.

Gracias a estos dos partidos que luego fueron uno, el PSP, el flanco socialista quedó más o menos cubierto, ya que el PSOE siempre se mostró muy reacio a las «relaciones con otras fuerzas». Cuando se forma la Junta Democrática en 1974, siendo el PCE su principal valedor, el PSOE apenas existía, y, cuando empezó a cobrar fuerza, Gómez Llorente dictaminó que no participaría en nada que no hubiera creado o pudiera controlar, incluido el movimiento ciudadano. Y a lo que se ve les fue muy bien, pues Enrique Mújica dinamitó la Platajunta, echando por la ventana, de paso, al notario Trevijano, que solía ataviarse con trajes claros, de color hueso, como si fuera un plantador de algodón en la finca vecina de Tara, rodeado de negritos bubis, sobre los que se rumoreaba que tenía poderío.

La primera reunión de la Junta Democrática en Oviedo tuvo lugar en la Casa Sacerdotal en noviembre de 1974, siendo anfitrión el cura Santa Eugenia y asistiendo, entre otros, Ramón Fernández-Rañada (que luego sería el hombre de Trevijano en Asturias y el portavoz inevitable de todas las acciones conjuntas o «unitarias», dada su condición de independiente), Álvaro Ruiz de la Peña, Francisco Casariego, el catedrático Julivert, el fotógrafo Nebot (uno de los comunistas ovetenses más característicos), José Luis Marrón y el ideólogo Iglesias Riopedre, a quien Ramón Rañada llamaba «el agente Iglesias». Hubo otras reuniones posteriores en el estudio de arquitecto de Ramón Rañada, en la calle Fruela, 4.

La Junta Democrática era la habitual conjunción de comunistas y partidos más o menos burgueses, orquestados, claro es, por los primeros: lo que en terminología del «agitprop» franquista se denomina un «contubernio» en conmemoración del principal de ellos, el de Munich, y también se podría llamar en la «llingua», que ya se perfilaba como un recio «valor democrático», un «amagüestu». Mas a estas alturas de la película, ya a punto de empezar el último rollo, el PSOE no podía quedarse atrás, por lo que se integra en la Plataforma de Convergencia Democrática. Las conversaciones para unir la Junta y la Plataforma en Asturias tuvieron lugar en el estudio de Rañada, y en ellas participaron Alfredo Augusto, por el PTE; Cheni Uría, por MC; Juanín Muñiz Zapico, por CC OO; Severino Arias y José Luis Iglesias, por USO; Atanasio Corte Zapico, por Izquierda Democrática; Lola Mateos, por el PSP; Iglesias Riopedre, por PCE, y por PSOE casi nunca iba el mismo a las reuniones, sino unas veces Suso Sanjurjo, otras Marcelo García, otras Emilio Barbón, otras Vigil y otras, en fin, Agustín Tomé, que llevaba a su novia, para que viera lo bien relacionado que estaba, y Rañada, todo un caballero, le ponía discos para que no se aburriera. A esto se le llamó Coordinadora Democrática de Asturias, y se presentó en sociedad el 3 de junio de 1976 en la Facultad de Derecho.

El acto tuvo lugar a las siete y media en el Paraninfo. La sala estaba llena, con predominio de gente joven, y a la mesa presidencial se sentaban los representantes de los partidos y sindicatos que integraban la coordinadora. Por el PTE estaba Alfredo Augusto, muy serio y compuesto, como cuando estudiaba el Bachillerato (siempre fue hombre ecuánime, salvo cuando hacía declaraciones de carácter político, que se exaltaba) y al otro extremo (de la mesa, quiero decir) Cheni Uría, hosco y amarillento, con el aspecto enfermizo habitual, que situó el bable (¡ya entonces!) como «modelo de las reivindicaciones que debemos hacer los asturianos». También estaba Lola Mateos, representando al PSP y, sobre todo, representándose a sí misma, y Ramón Rañada, que, dada su condición de independiente, llevaba la voz cantante. Quien no dijo ni pío durante todo el acto fue Arcadio (Cayo) García, que representaba a UGT. Rañada, gracias a su buena voz, se imponía a la marea de las opiniones contrarias y al tumulto de las ideologías, pero no a la arrolladora y muy técnica dialéctica de Juan Muñiz Zapico, el legendario Juanín, que barrió lo que pudo para CC OO. Su manera de hablar era a la vez sosegada y contundente, de un didactismo y una efectividad sumas, aunque a la larga pecara de reiterativo y monótono. Comenzaba exponiendo un concepto y acto seguido lo repetía empleando otras palabras, con una clara estructura paralelística. Los demás hablaron con menos estilo, excepto Cayo, que, como digo, no abrió la boca. Tampoco la representación del PSOE, que no recuerdo quién la ostentaba, se hizo notar. Evidentemente, aquel asunto interesaba muy poco a la dirección socialista, y si había enviado representación era más bien por el qué dirán si no lo hacía.

No digo que en esta actitud no hubiera alguna sensatez. De hecho, aquel acto repetía otros actos fundacionales celebrados lejos de Asturias y sin contar ni poco ni mucho con las bases asturianas, y en las reuniones de la Platajunta, celebradas habitualmente en el estudio de Rañada y alguna vez en el consultorio de Corte Zapico, se discutía con mayor o menor conocimiento lo que ya se había discutido hasta la saciedad en París o en Madrid dos meses atrás.

Aunque en este tipo de actos no suele haber coloquios, en éste lo hubo. El veterano Jesús Zapico habló todo lo que habían callado sus correligionarios de PSOE y UGT, y estuvo muy gracioso, explicando cómo teníamos que defendernos de las provocaciones de la extrema derecha, y el farmacéutico gijonés Daniel Palacios pidió acción directa contra los pistoleros.

Una señorita llamada Pilar, que nos informó de que acababa de leer su tesis doctoral, se mostró muy extrañada porque no hubiéramos desarmado todavía a la Policía y al Ejército, y se ofreció para lo que hicieran falta, ya que era doctora. También tomó la palabra Lluis Xabel Álvarez, pero entre que habló en bable y en filósofo, no le entendió nadie. Andaban por allí, haciéndose notar, Masip y Rosendo, un personaje de presencia insistente, aunque efímera, que pretendía florecer en los aledaños del jardín de Gustavo Bueno. Y como la Policía no hizo acto de presencia, seguramente porque se confundió creyendo que el acto era en Filosofía y Letras, se puso punto final a la presentación con una cena en el restaurante Cervantes.

La Nueva España · 22 septiembre 2008