Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

La Constitución de 1978

La abstención fue del 32,33%, pero los que votaron la refrendaron con un 87%

El 5 de diciembre de 1978, víspera del referéndum por el que se aprobó la Constitución vigente, que, de acuerdo con la retórica propagandística del momento, el pueblo soberano se dio a sí mismo, dos policías y un guardia municipal que tomaban un aperitivo en un bar de San Sebastián antes de ir a comer a sus casas, fueron alevosamente asesinados a las dos y media de la tarde.

La intención de estos asesinatos era tan clara como el agua turbia: se trataba, si no de detener, cuando menos de emponzoñar la jornada del día siguiente, en la que con el ajetreo referenduril, hubo poco espacio para ocuparse de las víctimas, aunque no fue inconveniente para que algún inspirado deseara muy patéticamente que fueran las últimas víctimas del período preconstitucional.

En el período constitucional que se abriría habría otras muchas muertes causadas por la violencia asesina de unos pistoleros desalmados que al cabo de 30 años siguen sin dar cuartel. Treinta años después de aquellos asesinatos de 1978, ETA aprovecha la efeméride para asesinar a un empresario vasco: es su manera de felicitar a la Constitución con motivo de tan significativo cumpleaños.

No sé si en ETA habrá sentido del humor, o al menos lo parece, porque suelen enviarle al presidente Zapatero felicitaciones navideñas o constitucionales harto elocuentes. Cuando hace un par de años el mencionado político declaró con el tono campanudo que le caracteriza que las cosas con ETA habían ido muy bien y el año próximo irían mucho mejor, los chicos del independentismo aldeano colocaron una bomba en Barajas que causó dos muertos. El compungido jefe del Gobierno declaró su pesar por aquel «accidente». Que Zapatero repitiera «accidente» indica que o no conoce el significado de las palabras, lo que dado el personaje también es posible, o no quería reconocer que se trataba de un atentado. Todavía entonces el Gobierno socialista intentaba una luna de miel con ETA a toda costa, hasta que no quedó más remedio que romper: no porque rompiera esa relación impúdica el Gobierno, sino la banda terrorista cuando lo consideró oportuno, esto es, cuando ya estaba suficientemente reorganizada y rearmada gracias a la tregua.

En la actualidad, por lo menos no se ha dicho que el asesinato de Ignacio Uría fue un «accidente». Pero una vez más se levanta el consabido clamor de los políticos profesionales y del pueblo soberano condenando «con toda energía» el asesinato y condenando el terrorismo y a los terroristas. A los terroristas no hace falta que los condenen el pueblo soberano ni los políticos profesionales: basta con que los condenen los jueces y que cumplan por entero sus condenas. Y si es necesario endurecer las penas, se endurecen, cosa que de momento nadie se ha planteado hacer. A lo mejor se supone que basta con las macabras frases hechas del tipo de «no doblegarán la democracia», «los demócratas repudiamos la violencia», «somos demócratas y venceremos», «no pasarán»... ¿Cómo va a doblegar una banda terrorista a un Estado, en qué cabeza cabe? Al Estado sólo le doblega el terrorismo si se deja doblegar, y la gran baza del terrorismo es que exige que el Estado observe el más escrupuloso «fair play», y si no, se alza de gallinero de la «progresía» vigilante para que se observe el cumplimiento de la ley con aquellos que no están dispuestos a respetar ley alguna, sino a abolir todas las que pueden a tiros o bombazos.

Bien es verdad que esos mismos coros se alzan para increpar al terrorismo cuando actúa, pero en este caso resultan muchos menos efectivos, ya que a los terroristas les trae al fresco que los condenen o lo dejen de condenar... siempre que sea de palabra. Por eso, es difícilmente comprensible el enfado de los que se obstinaron en que los amigos de los terroristas estén en los ayuntamientos vascos porque no condenan el atentado del industrial Uría ni ningún otro.

Yo creo que los amigos de los terroristas hacen bien en no condenar los atentados: cuando menos, son coherentes. En lugar de condenar a los amigos de los terroristas porque no condenan los atentados, cuando menos Zapatero y Conde Pumpido podían tener la decencia de mantener los boquitas cerradas, ya que si los amigos de los terroristas están en los ayuntamiento vascos es gracias a ellos. Todavía nos están recordando la guerra de Irak y el hundimiento del «Prestige» a todas horas, pero nadie se acuerda de por qué está ANV en los ayuntamientos ni del incendio de bosques en Guadalajara, donde hubo una docena de muertos. Aunque espero muy poco de la moralidad de los políticos, hay cosas que todavía me indignan, y una de ellas es ver a Zapatero, Arzallus, Ibarreche, Rubalcaba y demás condenando los atentados terroristas con las mismas palabra que se empleaban hace treinta años: «no podrán con nosotros», «la democracia prevalecerá», «venceremos»... Así que volvamos treinta años atrás, cuando se aprobó la Constitución después de unas vísperas manchadas de sangre.

El referéndum del 6 de diciembre de 1978 estuvo precedido por unas jornadas de cierta inquietud. Por aquel entonces ya no pertenecía yo al PSOE, por lo que no puedo detallar aspectos de la campaña que el partido había emprendido en favor del sí, lo mismo que la mayoría de los partidos con representación parlamentaria. Y escribo «la mayoría» porque el PNV propuso la abstención. Durante todo el día 4 de diciembre, la radio y la televisión estuvieron rajando sobre el referéndum. El ambiente de la calle era muy tranquilo, salvo en algunos ambientes en los que circulaban rumores catastrofistas del tipo de que se estaba preparando un golpe militar.

La CNT, de quien se dijo que era que era la propagadora de esas alarmas, había destruido sus ficheros, por si las moscas: o cuando menos, el rumor de la destrucción de los ficheros acompañaba al rumor del cuartelazo. En otro orden de cosas, el 4 de diciembre murió Cuchichi, el superviviente de los legendarios «Cuatro Ases de la Canción Asturiana», y al día siguiente, 5 de diciembre, se produjo un nacimiento esperado, de modo muy especial en los medios «progresistas»: el primer número de «Asturias. Diario Regional» salió a la calle.

El día 5 fui al funeral de Cuchichi (el entierro se había hecho en la intimidad familiar) y por la noche, casualmente, encontré en El Retiro, un bar al lado de la plaza del Ayuntamiento, frente a la librería Polledo, al gran cantante Manolo Ponteo y a Fermín de Lugones cantando asturianadas.

La afición de Ponteo, también conocido por Manolo San Claudio, era tan grande que si empezaba a cantar ya no había manera de que parara. Fermín de Lugones era gordín y risueño, y turnándose, cantaron «Las cuatro Polas» y después «Si mucho canta Cuchichi», que fue un emocionado homenaje al maestro que pasaba su primera noche debajo de tierra. Ponteo también cantó una canción muy hermosa: «Toda la noche me tienes / atravesando pinares, / para dar los buenos días / al divino sol que sale».

En el otro extremo de Oviedo, los «ultras» tomaron por asalto la Asociación de Vecinos de Ciudad Naranco, en la que destrozaron el mobiliario y no se llevaron los archivos porque se encontraban en otro lugar. Y a esta noticia lamentable se añadía en algunos ambiente el rumor del golpe militar y de que la CNT continuaba quemando sus archivos.

No creo que tuvieran necesidad de dos días para deshacerse de los archivos, porque la afiliación de la CNT era muy escasa, y a juzgar por su presencia durante esta época, para quemar sus archivos hubiera bastado con un par de cerillas y un cenicero.

Los alarmistas del golpe militar, por su parte, aseguraban que aquel día los soldados del Milán llevaban haciendo la instrucción desde las ocho de la mañana. Esto debía sonar extrañísimo, porque en el Milán se hacía muy poca instrucción, cuando se hacía. Por lo menos, en mis tiempos de soldado, 10 años antes, yo, bien poca instrucción hice, porque nunca fui capaz de marcar el paso. En compensación, contribuí a hacer una piscina en Rubín atendiendo al teléfono en un oficina de la caja de reclutas. y como había muy pocas llamadas, aproveché para leer a Dostoiewski en la traducción de Cansinos Assens, en Aguilar, cuando menos hasta la una de la tarde: entonces venía el teniente coronel Riestra, que era de la Riera de Covadonga y se aburría muchísimo, y bajamos los dos a tomar vino al bar de Facio.

Las juventudes comunistas revolucionarias aprovecharon aquel día para hacer una ruidosa campaña (dentro de sus posibilidades) contra la Constitución porque negaba el voto a los dieciséis años, el aborto libre y el subsidio de paro para todo el mundo.

El día 6 llovió en media España, y por tanto, se atribuyó a la lluvia una abstención considerable. El día anterior, Vázquez Montalbán había publicado en «El País» un artículo en el que reclamaba el voto afirmativo a aquella constitución reformista y burguesa para que los izquierdistas de verdad pudieran abstenerse en lo sucesivo cuantas veces les diera la gana. Pero el MC y FUCA no opinaban lo mismo, y defendieron obstinadamente la abstención.

El «agitprop» gubernamental y de los partidos principales desoyó esas llamadas y atribuyó a la lluvia que muchos ciudadanos se hubieran quedado en sus casas. En Oviedo, cosa rara, no llovió, y también hubo abstención.

Así pasó el referéndum tan temido; como el año 1000, estuvo por debajo de las expectativas. Con una abstención del 32,33%, no era como para echar las campanas al vuelo. Pero los que votaron ratificaron la Constitución por mayoría aplastante: un 87% frente al 7,91 que votó no, el 3,53 de votos en blanco y el 0,75% de votos nulos. Lo mejor de estos resultados era que la extrema derecha, que había defendido el no, no había alcanzado el millón y medio de personas que siguieran sus indicaciones: y es seguro que de ese millón cuatrocientos mil votos negativos había muchos que no podían encuadrarse en la extrema derecha ni de lejos.

La mayoría de los que fuimos a votar no habíamos leído la Constitución ni sabíamos de qué trataba. Pero un gran amigo mío, ya fallecido, que sí la había leído, me dijo la víspera, tomando un vaso de vino en el Fontán: «Yo el tinglado de las autonomías no lo voto». Entonces no le dábamos ninguna importancia a las autonomías y pensábamos que caerían por sí solas. De haber imaginado a lo que llegaron, yo también hubiera votado en blanco o no hubiera ido a votar.

La Nueva España · 15 diciembre 2008