Ignacio Gracia Noriega
Claveles rojos en El Fontán
El 25 de abril de 1974 triunfó en Portugal el golpe de Estado que derribó el régimen salazarista; en sólo dos horas, la zona antigua de Oviedo se llenó de flores encarnadas
El 25 de abril de 1974 era jueves, por lo que había mucha gente en la plaza del Fontán, y casi todos llevaban claveles rojos en las manos. Santiago Melón y yo veníamos de la calle del Rosal a tomar unos vinos en Casa Amparo, y nos sorprendieron aquellas notas de color en la mayoría de las personas que recorrían la plaza, sobre todo en los jóvenes con «trenca» o «trinca» (como decía Pin el Rucu), que como entonces no se había puesto de moda andar de manga corta en pleno invierno, era una prenda casi tan identificativa como la barba, las greñas, las gafas y la bufanda roja.
Yo creo que si entonces hubiera una casilla en los carnés de identidad destinada a la identificación ideológica, bastaría poner «de trenca» para identificar a los que, ya por entonces, eran llamados «progres». La única diferencia entre el «progre» y el de «trenca» es que el segundo presenta aspecto más «franciscano», por así decirlo, mientras que el primero ya ha alcanzado mejor posición económica.
Viendo tantos claveles rojos, tantas barbas, tantas «trencas» y tantas muchachas vestidas con tonos oscuros en los que destacaba el estallido rojo del clavel, el profesor Melón tuvo un «rapto» de romanticismo y me propuso:
–Ya que estamos en primavera y todo el mundo anda con claveles rojos, ¿por qué no le compras unos claveles a Covi?
Confieso que nunca había comprado flores en mi vida. Pero atendí a la sugerencia de Melón y compré una docena de claveles, por primera y única vez. A Covi sólo le mandaban flores los hermanos Rafael y Manolo Secades cuando yo había escrito un artículo que les gustaba: entonces, en lugar de mandarme una caja de puros a mí, le mandaban un magnífico ramo de flores de La Camelia a ella, que les agradezco lo mismo. Como le agradezco a Santiago Melón (y Covi también se lo agradece) haber comprado la docena de claveles aquella mañana.
Así que ahí me tienen con una docena de claveles en la mano en dirección a la calle Cervantes. Fuera del Fontán ya no se veían tantos claveles, y conforme me adentraba en las calles burguesas de Oviedo no se veía ninguno. La gente me miraba como a un bicho raro... ¡Mira que andar con claveles por la calle! Lo que menos esperaba era que me miraran también como un activista político o como un radical. Fue la propia Covi quien me lo dijo, al recibir los claveles:
–¡Qué detalle!
Y como yo pusiera cara de sorpresa, añadió:
–¿Es que no te enteraste?
A lo que parece, yo tengo la característica de no enterarme de cuando pasa algo realmente importante (algo «histórico») a mi alrededor, tanto el día del golpe de Estado de Tejero como el de la revolución de los claveles en la vecina Portugal. También es verdad que se escuchaba por las calles de Ovido una musiquilla que yo no identificaba (en rigor, soy incapaz de identificar cualquier música), cuya letra decía:
Grandola, villa morena, tierra de fraternidad, el pueblo es quien ordena dentro de ti, ciudad.
Se trataba de una canción compuesta diez años antes por José Afonso (una especie de Serrat lusitano) en homenaje a la Sociedad Musical Fraternidad Operaria de Grandola, y que había sido proscrita por el régimen de Oliveira Salazar. Pero como suele suceder con todo lo que se proscribe, «Grandola, villa morena» se convirtió en poco tiempo en una canción enormemente popular y fue la contraseña que puso en marcha el golpe de Estado militar que derribó el régimen salazarista, que dominaba sombriamente Portugal desde 1932, año en que el profesor Oliveira Salazar (que había sido por poco tiempo ministro de Finanzas en el Gobierno golpista del general Gomes da Costa, en 1926) asume la jefatura del Gobierno.
«Grandola, villa morena» empezó a ser transmitida a las doce y veintinueve minutos del ya 25 de abril de 1975 en el programa «Límite», de Radio Renascenza. Inmediatamente después, el Movimiento de las Fuerzas Armadas ocupa la Escuela Práctica de Administración Militar de Lisboa y el Cuartel General de la Región Militar de Oporto. A la 1 de la madrugada es detenido en Santarem el comandante de la Escuela Práctica de Caballería y asume el mando el capitán Bernardo, y simultáneamente se ponen en movimiento las fuerzas de Tomar, Vendas Novas, Figueria da Foz, Lisboa, Porto, Viseu, Lamego, Mafra y Estremoz, y a las dos, dos compañías de operaciones de Viseu avanzan hacia Lisboa. A las tres, militares de la Escuela Práctica de Administración Militar, ocupan los estudios de la Radio Televisión Portuguesa en Lumiar y a las cuatro y veinte emiten el primer comunicado, pidiendo calma a la población civil.
A partir de entonces, la radio simultanea la transmisión de marchas militares y de canciones de cantautores como Adriano Correa de Oliveira, José Afonso, José María Branço, Vieira da Silva, Luisa Bastos, Manuel Freire y otros desafectos al salazarismo. Algo como si aquí se hubiera escuchado el himno de la Infantería y canciones de Ana Manuel y Víctor Belén, entre otros cantautores, a los que, por cierto, no hacía falta golpe militar para que estuvieran a todas horas en las ondas de todas las radios y de la televisión de finales del franquismo.
El golpe de Estado siguió sus pasos, perfectamente engranado y coordinado. A las doce aparecen en las calles de Lisboa los primeros claveles mientras la multitud cantaba el himno nacional, «La Portuguesa», y las gentes recorrían las calles gritando: «El pueblo unido jamás será vencido». Todo lo contrario de lo que ahora pretenden los separatistas, y que no es otra cosa que «el pueblo vencido jamás será unido».
¿No es maravilloso que sólo dos horas más tarde la plaza del Fontán de Oviedo se hubiera llenado de claveles rojos? Las noticias volaban, y nadie dudaba de que la revolución ya había triunfado, aunque los acontecimientos se sucedían en Lisboa y en las principales ciudades portuguesas a velocidad vertiginosa. Pero hasta las once de la noche de aquel 25 de abril no se anunció que los miembros del gobierno habían partido para el exilio.
Aquella revolución trajo mucha ilusión y mucha esperanza a España, donde se empezaba a temer que el franquismo fuera a eternizarse, a pesar de los signos evidentes de deterioro de que daba muestras el dictador. Pero el salazarismo sin Salazar era tan mala solución como el franquismo sin Franco, de manera que Marcelo Caetano no pudo evitar el golpe de las Fuerzas Armadas, ni Carlos Arias Navarro, el sucesor del asesinado almirante Carrero Blanco, evitar la instauración pacífica de un sistema parlamentario en España. Algunos impacientes proponían otro golpe militar en España, por lo que se le enviaron numerosos monóculos al general Manuel Díaz Alegría, jefe del Alto Estado Mayor, para que siguiera el ejemplo del general Spinola, que había encabezado el golpe de Estado portugués. Por aquel entonces, los militares más famosos del mundo se caracterizaban por algún aditamento ocular: el general Spinola, por el monóculo, y Moshe Dayan, por el parche sobre el ojo que había perdido.
El golpe de Estado en Portugal y las próximas elecciones en Francia cambiaron por completo la situación española. España ya no sería la misma a partir del 25 de abril de 1974: de manera que si me dicen que ese día comenzó la transición en España, yo no encontraría argumentos para objetarlo. Repentinamente, el partido socialista portugués se convirtió en una fuerza política importante. Manuel Simó, secretario de asuntos internacionales de la UGT, me contaba con humor que Mario Soares, desde su exilio en 1970, procuraba hacerse notar en el exterior a través de la UGT y del PSOE, mas a partir del 25 de abril fue Soares la gran figura y los socialistas españoles los teloneros. Así son las cosas de la política.
El domingo 19 de mayo se celebraron las elecciones en Francia, en las que Miterrand partía con muchas posibilidades de ganarlas. Yo me encontraba comiendo en la terraza de Pepe el Bueno, en Grado, cuando una señora que comía en la mesa de al lado se dirigió hacia mí, en términos dramáticos: «¿Qué le parece a usted si ganan los socialistas en Francia? Portugal en poder de los rojos, y ahora Francia va a ser socialista...». La derecha española siempre fue, más que pesimista, masoquista: siempre poniéndose en lo peor. Procuré tranquilizarla: aunque ganaran los socialistas en Francia, en España no iba a pasar nada. A lo que ella contestó: «Mientras dure Franco. ¡Pero está tan viejín!».
A Franco le quedaba poco, pero aquellas elecciones las ganó Giscard d'Estaing por los pelos. Entre Giscard y Mitterrand no había color. Aunque había ganado Giscard, Miterrand estaba allí, por lo que la derechona española, entre Portugal y Francia, tenía hartos motivos para inquietarse.
La Nueva España · 16 marzo 2009