Ignacio Gracia Noriega
La manifestación del paseo de los Álamos del 17 de enero de 1976
El relativo éxito de una protesta que acabó como todas: con intervención de la fuerza pública, carga de los «grises», desbandada y carreras por el Campo San Francisco
No volví a entrar en una manifestación en el paseo de los Álamos desde la celebrada en aquel mismo lugar unos diez años antes, contra la guerra de Vietnam, y que, en rigor, fue la primera manifestación celebrada en Oviedo desde la época de la República. Aquella manifestación acabó como solían hacerlo las manifestaciones: con intervención de la fuerza pública, carga de los «grises», desbandada y carreras a través del Campo de San Francisco, o si se prefiere, «campo a través».
Después de la de Vietnam, yo acabé tomando una cerveza en el bar Gran Vía, disimulando como si hubiera pasado allí toda la tarde. En cambio, después de la manifestación convocada por la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática el 17 de enero de 1976, fui a Casa Manolo, en la calle Altamirano, que estaba lleno de manifestantes hasta la bandera, qué hasta la bandera: hasta el palomar. Era asiduo cliente de este bar desde hacía ya años y no me acordaba de haberlo visto nunca tan lleno. Los manifestantes se reunían allí porque se trataba de un bar clásico y próximo al lugar donde acababan de celebrarse los hechos y para comentar el acontecimiento que, según Ramón Fernández Rañada, era, ni más ni menos, «la primera manifestación clandestina culminada con éxito en Asturias desde la Guerra Civil». Bueno: clandestina no lo era, porque los que se manifestaban, salían a la luz, sin caretas ni pasamontañas como tiene que salir la Policía ahora. Y el éxito fue más bien relativo, ya que terminó como solían acabar todas las manifestaciones.
Aquella manifestación era tan importante para el desarrollo de los hechos que se intentaban poner en marcha (primero muy lentamente y con mucho esfuerzo; luego, al cabo de algo más de medio año, después del verano, fueron tomando cierta velocidad), que yo, por primera vez en muchos años, no fui a la fiesta de San Antón, que se celebraba en La Foz de Morcín. Personalmente, odio las fiestas, y procuro huir de ellas como de la peste. No sirven para otra cosa que para armar ruido, para difundir música mala pésimamente interpretada por medio de abominables amplificadores y lanzar cohetes y más cohetes que producen inquietud y miedo a nuestros animales domésticos, y, en resumen, que no permiten que ningún vecino pegue ojo hasta las seis de la madrugada. Pero La Foz de Morcín tenía el atractivo del pote de nabos y del queso d'afuega'l pitu.
Se acordó convocarla en una reunión de la comisión de enlace entre la Junta Democrática y la Plataforma Democrática celebrada en el estudio del arquitecto Ramón Fernández Rañada, en la calle Fruela, 4, a la que asistieron José Luis Iglesias Riopedre por el PC; Alfredo Alvarez Augusto, por el PTE, y Ramón Fernández Rañada como independiente, en representación de la Junta, y Pedro de Silva, de Democracia Socialista Asturiana (DSA), Cheni Uría del MC (Movimiento Comunista) y Suso Sanjurjo, del PSOE, por la Plataforma. Ramón Rañada había estado pocos días antes en París con Ramón Cavanilles, el cual le prestó una corbata escocesa cierta noche que fueron a cenar con Santiago Carrillo y con un canónigo: corbata que Rañada usó durante bastantes años.
La manifestación partiría del paseo de los Álamos a las seis de la tarde y subiría por la calle Toreno hasta la plaza de España, donde se entregaría un escrito al gobernador civil y se leería otro a los manifestantes, después de lo cual éstos procederían a disolverse. La manifestación tendría una cabecera de veinte personas, diez elegidas por la Junta y otras diez por la Plataforma, y la convocatoria se mantendría aunque no fuera autorizada. El primer firmante de la solicitud de autorización al Gobierno Civil fue Rañada, el cual recibió la siguiente respuesta, con fecha de 15 de enero: «Como primer firmante del escrito presentado con esta fecha en este Gobierno Civil, manifestando la intención de celebrar una concentración con el único objeto de presentar en este centro un escrito, le participo que al no estar regulada administrativamente la celebración del mismo, sin perjuicio de que pueda comparecer en el Registro General de Entrada de este organismo para hacer entrega del escrito a que hace referencia».
Los organizadores habían previsto tanto que la manifestación fuera autorizada como prohibida: según el caso, se actuaría de manera diferente. En caso de que fuera prohibida, los manifestantes no deberían circular por el paseo de los Álamos hasta que se hubiera formado la cabecera, en la que estarían Alfredo Álvarez Augusto, Francisco Casariego, Ramón Cavanilles, Mapi Fernández Felgueroso, José Luis Iglesias Riopedre, Juan Muñiz Zapico, Daniel Palacios, Gerardo Turiel de Castro, José Luis Marrón y Ramón Rañada, por la Junta, y Pedro de Silva, Cheni Uría, Lola Mateos, Sergio Morán, Antonio Masip, Alfredo Liñero, Minervino de la Rasilla, por la Plataforma. Luego, a la cabecera se unieron algunos otros, como Aida Fuente, Nebot y Manuel García Fonseca, el «Polesu». Sobre la marcha, la Junta designó a tres personas para negociar en su nombre, en caso de que hubiera problemas: Ramón Rañada, Juan Muñiz Zapico «Juanín» y Gerardo Turiel. Los miembros de la cabecera deberían reunirse en la cafetería Rialto a las cinco y media del día 17, y cada uno de ellos, como medida de precaución, ignoraba quiénes eran los demás. Una vez reunidos todos los convocados, saldrían de la cafetería a las seis menos cinco, cruzarían a la calle Uría hacia la calle de Milicias para regresar a Uría por el Pasaje y entrar en el paseo de los Alamos por el semáforo situado delante de Navarro Óptico. Los manifestantes se encontrarían dispersos por la calle Uría, plaza de la Escandalera y Campo San Francisco: en el momento en que vieran a los miembros de la cabecera atravesar el semáforo, se concentrarían en torno a ellos. Para servicio de orden y otros aspectos de carácter técnico actuaron las infraestructuras del PC y del MC. Los acontecimientos que siguieron se desarrollaron tal como estaba previsto y con tanta rapidez que la Policía quedó desconcertada. La manifestación se puso en marcha en silencio hacia la calle Toreno, siguiendo una dirección contraria a la de Vietnam, que fue hacia el Escorialín. No obstante, no se pudo avanzar mucho, porque un Land-Rover de la Policía Armada interceptó el paso y mandó a los manifestantes que se disolvieran.
Entonces entró en funcionamiento la comisión negociadora y, habida cuenta de que en ella no había representación de la Plataforma, se acudió a varios de sus miembros, que prefirieron que su protagonismo resultara más bien inadvertido, hasta que se sumó Cheni Uría. En ese momento, los «troskos» empezaron a gritar «¡Amnistía, amnistía!» y «¡Disolución de los cuerpos represivos!», por lo que el oficial que mandaba los mencionados «cuerpos represivos», y que según Rañada, que pudo acercarse a él, daba claros signos de nerviosismo, ordenó la disolución, no de los cuerpos represivos, sino de los manifestantes; los cuales se sentaron en el suelo y otros se fueron, según el grado de entusiasmo por la causa de cada uno y de lo que estuvieran dispuestos a arriesgar.
En principio, no se esperaba que los grises fueran a cargar, pero cargaron, produciéndose un gran desorden en una manifestación que hasta el momento se estaba desarrollando con mucho orden. Hubo las consiguientes carreras, golpes y se habló de detenciones, de Juanín y de Ramón Rañada, entre otros, que no se produjeron.
Rañada, que de acuerdo con las fotografías iba fumando un puro, me contó que al producirse la dispersión encontró a Juan Cueto en la calle y entre los dos redactaron un escrito de protesta al gobernador civil, que Cueto dictó y Rañada copió con letra de palo al dorso del comunicado mecanografiado que desautorizaba la manifestación, en los siguientes términos: «Excelentísimo señor: en vista de la sorprendente actuación de las fuerzas de orden público, que, siguiendo órdenes suyas, han intervenido en forma incontrolada y en ocasiones brutal ante una manifestación pacífica y ordenada de la que V. E. tenía conocimiento adecuado.
»En vista de que una comisión que inútilmente intentó entregarle (según estaba previsto y tácitamente admitido) este documento no fue recibida, siguiendo órdenes expresas suyas», seguía el texto que añadía hasta el final: «En vista de las detenciones a que la incontrolada y provocativa actuación de la fuerza pública ha dado lugar motivando a la vez alteraciones de las que sólo V. E. es responsable, hecho que no ha sucedido en otras ciudades españolas, hemos optado por enviarle por correo certificado este documento que, vista su actuación, remitiremos también a los medios de comunicación social». Como quienes deberían firmarlo no se encontraban a mano, Rañada falsificó las firmas de Juanín y de Marrón. Los de DSA se negaron a firmar, y también MC y PSOE, aunque éstos alegando motivos; finalmente, firmaron Celestino Suárez y Fernando Menéndez por el PSOE, después de que se hubiera suprimido del papel la palabra «amnistía».
Aunque hubo palos, también hubo euforia. En el seguro refugio de Casa Manolo se hablaba de cinco mil manifestantes. Según Rañada, no pasarían de las 600: en aquellas circunstancias, todo un éxito.
La Nueva España · 6 julio 2009