Ignacio Gracia Noriega
La quinta de Concha Heres
El palacete de la calle Toreno, conocido popularmente como «la quinta de Concha Heres», fue el motivo de una singular batalla política y ciudadana que se prolongó durante la primera mitad del año 1978. Finalmente, el palacete fue derribado, con lo que la batalla se perdió, pero se consiguió algo que sólo con aquel motivo se había logrado en Asturias: la reunión de todas las fuerzas políticas y ciudadanas en su defensa. Por desgracia, las que tenían más poder o eran mejor escuchadas, como UCD y PSOE, se desentendieron, y sólo hacían acto de presencia en el momento de salir en las fotos. Pero algo era algo, y de la defensa de Concha Heres surgió el primer catálogo de edificios singulares de Oviedo como punto de partida de un plan especial, promovido por la Plataforma Para la Defensa del Patrimonio Cultural y Artístico de Asturias y confeccionado bajo la dirección del arquitecto Ramón Fernández Rañada, contando con las colaboraciones desinteresadas de Arturo Gutiérrez de Terán, Guillermo Zarracina, Joaquín Cores, Fernando Nanclares, Calzadilla, etcétera.
El palacete era uno de los edificios más emblemáticos de un Oviedo de grandes edificaciones ajardinadas que estaba en trance de desaparecer. Se trataba de conservar lo que fuera posible, y de no haber sido por el movimiento ciudadano que intentó salvar el palacete se hubiera perdido mucho más. Éste había sido construido a finales del siglo XIX por el indiano Anselmo González del Valle, que compró la finca de Villazón, situada entre el Hospicio, la actual calle Uría y el Campo San Francisco, en la que, al ser urbanizada, se abrieron cuatro calles: Gil de Jaz, Toreno, Marqués de Pidal y Anselmo González del Valle, que fueron donadas al Ayuntamiento, reservándose González del Valle la parcela de la calle Toreno, en la que edificó su propia vivienda, según los planos del arquitecto Juan Miguel de la Guardia. Su hijo, de su mismo nombre, vendió la quinta a otro indiano, Manuel Valle, casado con su sobrina Concha Heres, con cuyo nombre fue conocida la finca a partir de entonces. En 1943 la compra Pedro Masaveu por una cantidad inferior a los cinco millones de pesetas, quien no la habitó, sino que la tenía, según se comentaba, para albergar su colección de pianos de cola. Durante muchos años el palacete se mantuvo inalterable en su sitio, con su imponente invernadero y el jardín rodeado por una verja de lanzas, hasta que la propiedad consiguió un informe favorable de la Comisión de Urbanismo del Ayuntamiento por el cual lo que hasta entonces había sido zona santuaria pasaba a ser de edificación abierta. El primer proyecto era una torre de 28 pisos, que no fue aceptado. Finalmente se vendió al Banco de España para que edificara allí su sede, con planos de arquitectos vascos, y el visado de derribo se obtuvo en el Colegio de Arquitectos de Gijón. Como escribió Manolo Avello: ¿qué le molestaba el palacete al Banco de España? De conservarlo, tendría en Oviedo uno de los bancos más hermosos del mundo. Pero el Banco de España se empeñó en sustituir el palacete por un bloque más bien parecido a una gasolinera.
La lucha por mantener en pie Concha Heres fue larga y completa, y constituyó el esfuerzo más importante de la Plataforma Para la Defensa del Patrimonio Cultural y Artístico de Asturias, formado a raíz del expolio de las joyas de la Cámara Santa, y que funcionaba con un «aparato», por así decirlo, mínimo: Ramón Cavanilles como presidente, yo como secretario y Amelia Valcárcel, la cual se mostraba especialmente activa cuando teníamos que entrevistarnos con personas importantes o cuando podía firmar Amelia Valcárcel Bernaldo de Quirós al lado de Ramón Cavanilles Navia-Osorio y Ramón Fernández Rañada y Menéndez de Luarca: a poco más, el Gotha.
El 14 de abril de 1978 Cavanilles y yo fuimos recibidos por la alcaldesa de Oviedo, Eloína Suárez, una señora muy amable con aspecto de regidora de algún estamento más o menos vinculado a la Sección Femenina. Después de los protocolos de rigor nos preguntó si teníamos inconveniente en que asistiera a la reunión el director de la sucursal del Banco de España, el cual no tardó ni cinco minutos en entrar en el despacho, presentándose como Marino Muñiz, gijonés sentimental (por haber nacido en Gijón) y ovetense profesional (por trabajar en Oviedo). A la legua se notaba que era hombre simpático, y además, hacía esfuerzos por parecerlo. Contó varios chistes que no venían a cuento y nos comunicó que, para él, si algo tenía mucho valor, era porque tenía «usía», y en Asturias tenían «usía» la Banca Masaveu, el Banco de Bilbao y Banesto, porque eran los únicos que invertían en Asturias. Y de repente, aquel alto funcionario dejó de comportarse como un chistoso a la manera de Luis Riera y afirmó que el Banco de España estaba muy interesado en trasladar su sede a la finca de Concha Heres, que respetarían en su totalidad: tan sólo talarían un árbol para permitir el paso de los camiones blindados y, naturalmente, derribarían el palacete para que se luciera el arquitecto.
El día 19 hubo reunión de la plataforma en el Ateneo, a la que asistieron el concejal Graciano Díaz Madera y el arquitecto municipal, en la que Rañada ofreció algunas alternativas para salvar el palacete y se produjo un ataque de Guillermo Zarracina -que representaba al PC- a las posturas del MC, representado por Javier Rodríguez Muñoz. Al día siguiente fui al Ayuntamiento a llevarle a Madera el acta de la reunión, pero un concejal con nariz roja de borracho me impidió el paso, alegando que Madera no estaba, cuando acababa de hablar por teléfono con él. El Ayuntamiento, presidido por Eloína, que estaba en precario, no sabía qué hacer, aunque una cosa tenía clara: evitar, en la medida de lo posible, a aquellos que pudieran buscarle complicaciones. Rañada intentó ser recibido por Rafael Fernández, pero le recibió Agustín Tomé, para comunicarle que se encontraba de viaje. Por la noche le vimos cenando en el Niza. Viaje corto.
Conseguimos las firmas de apoyo de todos los partidos políticos asturianos, desde Falange hasta Bandera Roja, razón por la que Cavanilles llegó a soñar que alguien capaz de reunir a ideologías y partidos tan diversos podía aspirar incluso a la Presidencia del Principado. El más remolón fue el PSOE. Cavanilles y yo nos desplazamos a los locales del partido en el Alsa y, después de dar muchas vueltas, nos recibió Puri Tomás en la cafetería, donde estaba acompañada de una guapa moza en pantalones tejanos, que resultó ser Carmen Romero, mujer del jefe Felipe. La futura primera dama nos contempló como a dos bichos raros, y después de escuchar nuestras explicaciones pontificó que la solución a nuestros desvelos sería votar por el PSOE en las elecciones municipales, ya que ese partido no toleraría ningún caso de especulación inmobiliaria y todo el patrimonio artístico sería escrupulosamente respetado. De aquélla el PSOE hacía una campaña propagandística con ciudades idílicas, llenas de zonas verdes, arbolitos y niños sonrosados.
El lunes 26 de junio empezó el derribo, por lo que se convocó una reunión de urgencia en el café Sevilla a la que asistieron Gerardo Iglesias por el PC, Suso Sanjurjo por PSOE, Cheni Uría por MC y otras personas a título personal, entre ellas, Antonio Masip. Aquella mañana fuimos al Ayuntamiento, donde nos dijeron que la Alcaldesa estaba en una boda y el segundo teniente alcalde, llamado precisamente Segundo, no sabía nada de nada: ni siquiera el número de teléfono del despacho del Alcalde. Ante este panorama, Ramón Cavanilles propuso ir al Gobierno Civil, donde tomaba posesión el nuevo gobernador. Entonces había menos etiqueta que ahora en los actos oficiales y se tomaban menos medidas de seguridad, porque nos dejaron asistir al relevo, cosa que hicimos con la máxima seriedad, y una vez terminada la ceremonia, Cavanilles y yo abordamos al nuevo poncio (un individuo muy recortado, pequeño y muy peinado, llamado Giménez) y le empujamos hasta un despacho en el que le contamos todo lo que debería saber sobre el palacete de Concha Heres: como es natural, no sabía nada, y cogido por sorpresa por un individuo alto y otro gordo, reconoció que no estaba al tanto de la demolición, que se había iniciado por sorpresa y, sin duda, con alevosía a las ocho de la mañana, demoliendo la fachada principal para que el daño fuera irreversible y sin que se tomaran las más elementales medidas de seguridad: ni siquiera vallaron la finca. El gobernador quedó pensativo, prometió que estudiaría el caso y quedó en recibirnos nuevamente a las cinco de la tarde.
Comimos en el Niza Amelia Valcárcel, Ramón Cavanilles, Javier Muñoz, Antonio Masip y yo, y de allí fuimos al Sevilla, que por su proximidad con el Ayuntamiento se había convertido en una especie de cuartel general. Se consideró la conveniencia de que nos acompañaran parlamentarios a la nueva reunión con el gobernador. Ramón Rañada actuó como portavoz de la plataforma. El gobernador escuchó las razones y aseguró que ordenaría la detención del derribo para que pudieran estudiar el caso los abogados del Estado. Y así salimos del Gobierno Civil con una sensación rara, pues el aplazamiento no repondría la fachada.
A la caída de la tarde se produjo una concentración de personas ante la finca, que coincidió con una reunión de la plataforma en aquel lugar. Pongamos que hubiera unas 100 o 150 personas, que nosotros interpretamos como 1.500. Hablaron Ramón Cavanilles y Ramón Rañada, y al final de los discursos se formó una manifestación espontánea en dirección al Ayuntamiento para pedir la dimisión de Eloína y todo su equipo; pero no pasamos del paseo de los Álamos, donde intervino la Policía para disolvernos. Algunos más entusiastas o más militantes continuarán hasta el Ayuntamiento, donde la Policía disparó balas de goma por primera vez en Oviedo. También se produjo la detención de un muchacho llamado Leoncio, del PTE. Algunos ánimos continuaban enardecidos, y vi a varios radicales que en el semáforo delante de la Diputación se abalanzaron contra un coche conducido por un policía armada de uniforme y por poco lo vuelcan. Al día siguiente, 27 de junio, hubo una nueva concentración ante Concha Heres, en la que había mucho personal joven, dispuesto a correr delante de los guardias. El 28 volvió a recibirnos el gobernador, nos preguntó si éramos de un «taxi party» o de la ORT y añadió que nos recibía porque le caímos bien. Con un personaje así, poco había que hacer. Hacía las nueve unos jóvenes hicieron una marcha por el paseo de los Álamos batiendo palmas hasta la Diputación, aunque sin incidentes.
El 3 de julio nos convocó el gobernador para comunicarnos que los abogados del Estado no habían encontrado ningún motivo para detener el derribo: estuvo muy amable y le faltaba el botón del cuello de la camisa. Así que el 4 de julio se reemprendieron las obras con dos máquinas y mucha prisa. En las inmediaciones había un retén de la Policía Armada.
La Nueva España · 20 julio 2009