Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

De aquellos polvos, estos lodos

La banda terrorista ETA no está derrotada ni éstos serán sus últimos atentados si no se toman medidas contundentes contra ella y los políticos no ponen fin a su cacareo

Vuelve a actuar ETA para celebrar el medio siglo de fructífera y feliz existencia. Lo peor no son los atentados, lamento tener que escribirlo, aunque sean mortales o puedan desencadenar auténticas masacres (en Burgos no la desencadenaron por un pelo), sino la repetida, nauseabunda, polvorienta y vergonzosa retórica de los políticos profesionales, salmodiando, como quien toca el cencerro, los consabidos topicazos de «la unidad de los demócratas frente a los violentos», «ya están vencidos», «no pasarán» (que fue el lema de la defensa de Madrid, totalmente ineficaz, porque pasaron) o «que sea la última sangre derramada», lo que es plagio del testamento de José Antonio Primo de Rivera, y otras macanadas sacadas de las páginas centrales del acreditado manual de la corrección política.

¿No les dará vergüenza a todos, a los del Gobierno y a los de la oposición, a los que recogen las nueces del árbol que menea ETA y a los que condenan el atentado e incluso llaman a los terroristas «banda», pero que no estarían dispuestos a aceptar que un terrorista cumpliera veinte años de prisión? Y quienes desde luego no tienen vergüenza al no dimitir son Zapatero y Rubalcaba, que todavía hace un año le estaban echando todos los capotes que se le podían echar al terrorismo «políticamente correcto» de los etarras, hasta que fueron éstos quienes unilateralmente rompieron aquella estúpida tregua. Aunque, a fin de cuentas, la retórica del terrorismo no es extraña a la del socialismo, y no hay duda de que Z entiende mejor la palabrería seudomarxista que el discurso liberal, por así decirlo. Y entre tanta lamentación hueca y tanta lágrima de cocodrilo, una evidencia incuestionable: el derecho de los terroristas es, cuando menos, tan respetable como la seguridad de los ciudadanos. De lo que se deduce que el mayor apoyo de los terroristas es, además de la potencia extranjera y de los aliados externos e internos que echan leña al fuego, el manual de la corrección política antes aludido. Porque si no se toman las medidas pertinentes para una situación gravísima, en la que sólo se respetan los «derechos humanos» de una de las partes en liza, es posible que tengan razón quienes opinan que ETA no duraba más de un mes. Pero si luego hay partidos políticos que se echan las manos a la cabeza cuando a alguien que mató a veinte personas le condenan a veinte años de cárcel, no hay más que hacer. Así que los que sean creyentes, recen por los muertos en silencio, y los que tengan un sentido de dignidad ciudadana, cierren los oídos a los cacareos de los políticos. No, ETA no está derrotada, ni éstos serán sus últimos atentados si no se toman otras medidas contra ella.

De lo que no hay duda, por situarnos en el pasado, que es donde se desarrolla esta serie, es de que ETA tuvo un gran protagonismo en los últimos tiempos del franquismo y durante la transición. Casi en algún momento llegó a ser protagonista de ésta, al menos para personas que parece mentira que se crean marxistas, porque admiten que bastó con volar a Carrero Blanco para que todo cambiara: con lo que reconocen que es el individuo y no la economía quien determina la marcha de la sociedad. Durante algún tiempo, la totalidad de la «progresía» fue favorable a ETA, considerándola como un auténtico Robin Hood de la democracia. Y quien no haya pensado así, que arroje la piedra: que diga, porque puede hacerlo, que son una banda miserable de asesinos pistoleros ¡con retórica de extrema izquierda!, es decir, socialista radical, no se olvide. Son como si Al Capone organizara sus tropelías con el libro de Marta Harmecker como guía intelectual. De manera que procede entonar el «mea culpa», antes de ponerse a repetir como discos rallados lo de «no podrán con nosotros» (¡faltaría más que una banda de matones arrinconara, como está arrinconando, a un Estado moderno: sólo admitirlo es traición). Pero la izquierda jamás pide perdón. Exige a los demás que se lo pidan a ella por haber ganado una guerra que ellos perdieron. Pero jamás nadie pidió perdón por la Revolución de Asturias del 34, salvo Indalecio Prieto, a título personal, mientras que alguno tuvo la desfachatez de exigir a la Iglesia que lo pidiera, cuando la Iglesia española tuvo más víctimas entre 1931 y 1939 que bajo las persecuciones de Nerón, Decio y Diocleciano juntos. Y aquí un inciso. ¿Por qué nunca se menciona a Marco Aurelio entre los emperadores que persiguieron a los cristianos? El hecho de que fuera filósofo y su figura más atractiva que la de Nerón no le exime de haberlos perseguido.

En cualquier caso, de aquellos polvos vinieron estos lodos: de los brindis con champán por la voladura del almirante Carrero Blanco hemos llegado a la voladura del cuartel de la Guardia Civil de Burgos, y a las que vengan, ETA continúa adelante en su guerra total de liberación contra España, por lo que los resentimientos antiespañoles de muchos rojillos españoles, nostálgicos de la guerrilla urbana, convierten a esa banda terrorista en un posible aliado al que hay que apoyar. En las criminales simpatías hacia ETA por parte de la «progresía» confluyen muchas circunstancias: el romanticismo de la lucha armada, de la guerrilla urbana, de los sabotajes de la resistencia europea contra los ocupantes nacional-socialistas durante la II Guerra Mundial... A esta nostalgia infantil de aventura e idealismo se une la intuición de que ETA se propone destruir un mundo que la «progresía» radical odia. Así, marxistas-leninistas ideólogos como Genoveva Forest y Alfonso Sastre, o republicanos ridículos, como José Benjamín, consideraron el terrorismo etarra como un feliz aliado para llegar a la destrucción total del mundo antiguo e instaurar el reino del hombre sobre la tierra. En América, Gaspar García Laviana se hace terrorista para luchar contra la desigualdad; en España, los etarras luchan por tocar el chistu (cosa que no les impide nadie), reunirse bajo el roble ancestral y jalear al buey que tira de la piedra más grande. Unos y otros, los curas rojos y los etarras rabiosos, justifican sus desatinos infantiles como pedanterías marxistas que repiten como papagayos, que apenas entienden lo que dicen cuando no están disparando.

La ETA es una escisión de las juventudes del PNV, que a su vez procedía del carlismo, por escisión personal de uno de los personajes más brutos y nefastos que hubo en este país: Sabino Arana. Pasan del carlismo al marxismo-leninismo, no es tan disparatado como pudiera parecer. Marx, que tenía en cuenta a todos los posibles aliados en su lucha sin cuartel contra la sociedad liberal, reconocía en el marxismo su condición de lucha nacional. El marxismo internacionalista apoyó los nacionalismos localistas muy tempranamente, entendiendo que se trataba de una de las partes de una guerra civil de la burguesía: la burguesía separatista contra la burguesía centralista. Por eso, los espoliques del PSOE María Antonia Iglesias y Enrique Sopena se subían a la parra defendiendo la condición democrática del PSV durante la luna de miel de Zapatero con ETA, ignorando, o dándoles igual, que el PNV sea un partido marxista, que exigía seis apellidos vascos para ingresar en él (casi tantos como en una orden militar) y clasista, que expulsó al mismísimo Sabino Arana cuando se casó con la criada. Entonces Sabino, para consolarse, una vez contraído el matrimonio, se fue de viaje de bodas a Lourdes, y allí ambos contrayentes contrajeron la malaria.

ETA surge de la organización juvenil Elkio, escindida del PNV, presentándose en sociedad el 31 de julio de 1959, con un único objetivo: la independencia del País Vasco. Entre sus fundadores se encontraban tipos leídos, como el lingüista Emparanza y el etnólogo aquel de apellido danés que empezaba por K. La lingüística es una ciencia sumamente abstracta, que tuvo un gran cultivo durante el franquismo por lo que tenía de abstracción. Sin embargo, demostró ser mucho más peligrosa que otras que se consideraban con suspicacia, como la sociología, pues basándose en las teorías de Fichte en «Discursos a la nación alemana», se entendió que tener una lengua, aunque no la hablara nadie, era motivo suficiente para exigir la independencia de cualquier aldea y comenzar acciones revolucionarias.

En 1968, ETA mata al guardia civil José Pardines. Puede que algo antes hubiera asesinado al comisario Melitón Manzanas a la puerta de su domicilio en Irún. Yo estaba en la Universidad, en una clase de Martínez Cachero. Entraron dos chicas de cursos superiores, ambas militantes de la JEC (Juventud de Estudiantes Católicos), subieron al estrado y, a pesar de la oposición del profesor, anunciaron que tenían que dar un comunicado. Acababa de ser asesinado un torturador, el comisario Melitón Manzanas. Comenzaba a cuartearse la dictadura de Franco. Algunos aplaudimos. Todavía deberían dolerme las manos por aquellos aplausos. Como se brindó con champán por la muerte de Carrero, un plumífero, saco de resentimientos, dijo, ladino, con sonrisa zorra: «Si los toreros mueren en la plaza, los políticos que mueran en la calle». Toda la «progresía» consideró a la ETA entre sus héroes. La sorpresa fue notable cuando tras la muerte de Franco los terroristas continuaron como si nada hubiera pasado. Ello se debe a que no es conveniente tener aliados cuyos fines no coinciden exactamente con los propios.

La Nueva España · 10 agosto 2009