Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El I Congreso regional de UGT

El cónclave ugetista celebrado el 6 de mayo de 1976 en Oviedo aupó a Emilio Barbón como secretario general

José Girón Garrote escribe en la «Breve historia de la UGT de Asturias (1975-1985)» con brevedad espartana, debida sin duda a la falta de datos: «Un mes después del XXX congreso nacional tiene lugar el I Congreso regional de la UGT. «En algún lugar de Asturias», cuyo nombre no se indica por motivos de seguridad». El grave problema de los historiadores científicos es que no pueden contar nada que no esté documentado, y de aquel congreso no creo que se conserve mucha documentación. No asistieron a él periodistas, es obvio, ni tampoco los historiadores «científicos». Y de las actas no sé qué se habrá hecho (algunas de aquella época se perdieron y otras las alteraba de acuerdo con su conveniencia Alvarito Cuesta). Así que habrá que fiarse de lo que cuentan los que estuvieron allí, de los que ya no quedan tantos. Otros estuvieron pero no se enteraron de lo que se estaba celebrando. En fin, yo no seré «científico», como me reprocha la encantadora Mati Rodríguez Castellano, ¿o es Castellanos?, rigurosa y «científica» ágrafa, pero estaba allí. No todos pueden decir lo mismo, qué demonios.

El congreso regional de UGT, el primero celebrado en Asturias desde la Guerra Civil, se celebró en el Seminario Diocesano de Oviedo el domingo 16 de mayo de 1976, no con tanto misterio como indica el profesor Girón Garrote, porque las organizaciones socialistas, a diferencia de los comunistas, nunca fueron demasiado observantes en materia de clandestinidad. De aquella los socialistas eran «habas contadas» y parte de ellos no se distinguía por su discreción a este respecto. El general Castiello me contó anécdotas muy significativas sobre la huelga de 1962, en la que no le resultó difícil entrevistarse con algunos dirigentes socialistas, cosa de todo punto imposible con los comunistas. El congreso, pues, se celebró sin mucho secreto: lo que pasa es que éramos pocos los que estábamos en el secreto.

A mi juicio, no se trataba exactamente de un congreso (aunque se renovaron cargos), sino más bien de una asamblea informativa de lo sucedido en el XXX Congreso nacional celebrado en Madrid el mes anterior. Este congreso, en realidad, era la continuación y clausura del XXX Congreso de la UGT interrumpido por el estallido de la Guerra Civil, en el que resultó elegida Luzdivina García Arias miembro de la ejecutiva nacional del sindicato, hecho tan raro e insólito (¡una mujer en la ejecutiva de la UGT!) que mereció un comentario en la revista «Blanco y Negro», filial del diario monárquico «ABC», con fotografía de Luzdivina incluida. ¡Lo que va de ayer a hoy! Hoy lo extraño es que haya un hombre en la directiva de cualquier organización de signo «progre». Bien es verdad que en 1976 la UGT tenía poco de «progre», tal como se entendía entonces y se entiende ahora, sino que era una sindicato en fase de reorganización situado en un plano totalmente aparte de las pijoterías de la «gauche divine» y demás.

El 13 de mayo fui llamado por Jesús Zapico para que asistiera a una reunión en su casa, en la calle Fernando Vela, en Pumarín. Zapico estaba muy disgustado por las declaraciones hechas por Marcelo García a la revista «Asturias Semanal», lo que demuestra que la reorganización de la UGT era bastante pública. A aquella reunión asistió, entre otros, un estudiante de Derecho, Luis Posada, que era el único serio y con cabeza de las Juventudes Socialistas de Oviedo, e inesperadamente se presentó Juan Luis Vigil, la persona que menos deseaba Zapico que se presentara. El enfrentamiento entre Vigil y Zapico venía de lejos y presentaba aspecto de no tener arreglo. Vigil, que es una excelente persona cuando no se le cruzan los cables, a causa de su timidez y de su mala educación (a veces) se muestra innecesariamente agrio y ofensivo, y a causa de ello se labró bastantes enemistades. Zapico y él siempre anduvieron como el perro y el gato, aunque en este caso Vigil tenía razón, porque defendía unas posiciones posibilistas, cercanas a eso que lamentablemente las organizaciones socialistas españolas nunca llegaron a ser: una socialdemocracia a la europea, en tanto que Zapico persistía en considerar al PSOE y la UGT como organizaciones neta y exclusivamente obreras. Es obvio que este enfrentamiento ideológico, por así decirlo, no se planteó en el congreso del próximo domingo, al que asistirían delegaciones de toda Asturias... donde había alguna forma de organización. Es decir, de Oviedo, Gijón, Avilés, las cuencas del Caudal -y sobre todo del Nalón- y paro de contar.

Con motivo del congreso bajaron a Oviedo los ugetistas de La Mortera de Olloniego, entre los que se encontraban Eladio el de los Bigotes y Samuelín, al que conocía como cliente de Casa Manolo en la calle Altamirano, y Luis el de la Mortera, amigo de Zapico y un viejo luchador que se planteó su retorno a UGT porque no le gustaba hablar de fútbol ni de coches, así que tenía que hablar de política; pero no le apetecía acercarse a los comunistas, porque, como él decía, ¿quién vota allí? Era de esta pasta mucha de la gente que iba a participar en el congreso: valerosa, honrada a carta cabal y con arraigado concepto de la democracia, pero a la vez con una concepción de la política y del sindicalismo voluntarista y sentimental, por lo que no fue raro que personas más aviesas no tardaran el comerles la tostada y desbancarlos. Como decía Toynbee, el grave riesgo de los que se desentienden de la política es ser gobernados por otros que sí se interesan mucho por ella. Y eso que entonces a nadie se le hubiera ocurrido pensar que Areces acabaría siendo un alto dirigente del PSOE.

Coincidía el congreso de UGT con la visita del Rey Juan Carlos I a Oviedo. El día 14 se rumoreaba que la Policía estaba controlando todas las casas y a todos los vecinos del recorrido que había de seguir el flamante monarca. No obstante, a nadie se le ocurrió aplazar la celebración del congreso, para el que no se solicitó la preceptiva autorización gubernativa, por lo que técnicamente se celebraba en la clandestinidad. En una sola jornada de ocho horas se resolvieron todos los puntos del orden del día, y los que no se resolvieron quedaron sin resolver, y precisamente esos problemas planteados y no resueltos determinaron el comportamiento de la UGT en algunos momentos trascendentales. Al final del túnel, las posibles soluciones a ciertos planteamientos tuvieron un solo nombre y un bigote, José Ángel Fernández Villa, que en este primer congreso no estuvo presente o, si estuvo, no se hizo notar. El congreso se inició en el salón de actos del Seminario de las diez de la mañana. En un rincón a la izquierda del escenario había una mesa muy pequeña y, sentados a ella, tres individuos al trasluz, con aspecto de conspiradores de película rusa. Uno de ellos, con gorra de ferroviario y grueso, apabullaba con su volumen a los otros dos. Se trataba del notario Rosales, un tipo tosco y algo hortera, cuyos méritos más sobresalientes eran haber sacado la oposición a notarías sin ser una lumbrera y haber escrito con tiza en un tonel durante una espicha: «Dedicada al general Riego», lo que provocó la suspicacia de la Policía político-social: aquella hazaña llegó a los periódicos. Cuando los del PSP iniciaron las conversaciones para entrar en el redil del PSOE, Rosales fue el encargado de recibirlos, debido, sin duda, a que los secuaces del viejo profesor eran personas finas, con estudios universitarios, cosa que Rosales hizo de manera chusca, recitando aquello de «Vinieron los sarracenos y los molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos». Recuerdo una cena en el Niza con él y con Vigil, que se la pasaron hablando de añadas de vinos de Rioja, erudición obtenida del dorso de unos calendarios de bolsillo con los que los restaurantes caros obsequiaban a su distinguida clientela. De aquella, saber de añadas y pedir Marqués de Cáceres del setenta y dos era el no va más allá de la elegancia: como más tarde escuchar gregoriano, preferir el Ribera al Rioja, ser partidario de José Tomás y hablar de «Las cumbres de ocho mil metros», como quien habla de ir al estanco de la esquina. Abrumado por tamaña erudición, yo me dije para mí: «Estos dos están preparados, en el aspecto teórico, para tomar el Palacio de Invierno».

Rosales y los otros dos de la mesa permanecían impasibles, aunque crecía el abucheo para que se constituyera la mesa; mas ellos, como si la cosa fuera con otros, se hacían los sordos, hasta que se escuchó la voz rajada y anhelante, como si le faltara aire, de Emilio Barbón, que dijo: «Hay que votar la mesa, compañeros, porque si no votamos, nos pareceremos a los fascistas; ya eligió Franco a demasiada gente a dedo para que sigamos haciéndolo nosotros aquí». De este modo, botaron a Rosales y a los otros dos, y subieron a la mesa los elegidos por la concurrencia, entre ellos Emilio Barbón, no sin esfuerzo (quiero decir que costó algún trabajo subir a Barbón al escenario con muletas y todo).

Asistían unas doscientas personas, entre las que predominaba la gente mayor, aunque también había algunos jóvenes muy activos. Al saber cuántos eran delegados y a cuántos sindicalistas representaba cada uno. No había carnés, ni cuotas, ni manera de controlar las representaciones y se votaba a mano alzada, como se había votado en Suresnes. Algunos no tenían muy claro qué hacían allí; Benjamín el de Latores preguntó si se trataba de una asamblea del partido socialista, le contestaron que lo era de la UGT y él comentó: «Ah, bueno». Se percibían bastantes enfrentamientos personales y los jóvenes pretendían lucirse ensayando poses oratorias. Al fondo del salón, Vigil, en magnas de camisa y pantalones vaqueros, gritaba: «¡cuestión de orden!, ¡humm!, ¡cuestión de orden!», y desde la tercera fila de butacas se escuchaba la voz del poderoso profesor José María Fernández diciendo a su vez «¡Cuestión de orden!», que, evidentemente, no era la misma que había invocado Vigil. Subió Marcelo García al escenario para informar sobre el congreso nacional y el respetable le echó una fuerte bronca por no haber informado antes. Marcelo, encogiéndose de hombros, parecía pedir disculpas. Y así fue transcurriendo la mañana hasta la una y media, cuando se concedió un descanso para ir a comer, hasta las dos. La tarde estuvo menos animada. Se eligió el nuevo comité ejecutivo, integrado por Emilio Barbón como secretario general; Agustín González como secretario de organización; Paulino García, de prensa; Rosalino García, de administración; Antón Saavedra, de propaganda; Juan Luis Vigil, de formación, y Arcadio Vallina, Carlos Alberto Fernández y María Jesús Iglesias, vocales. Al levantarse la sesión, algunos ugetistas agarraron unas escobas y barrieron el local.

Al día siguiente, 17 de mayo, UGT y PSOE distribuyeron unos panfletos en los que protestaron por la visita del Rey, aunque de manera moderada, porque, como decía Barbón, no se puede arriesgar a un militante a que lance pasquines que dicen menos que lo que puede leerse en la prensa. De tales pasquines no se habló en el congreso.

La Nueva España · 24 agosto 2009