Ignacio Gracia Noriega
Rafael Fernández, al frente de la FSA
El senador por antonomasia sucedió a Jesús Sanjurjo, que se marchaba a la mili, y aportó organización, orden y coherencia al partido de los socialistas asturianos
La elección de Rafael Fernández como primer secretario del comité regional fue un hecho curioso, cuando no extraordinario, que no sé si tendrá precedentes en los anales del PSOE o de cualquier otro partido político, pero que manifiesta de manera muy ilustrativa cómo funcionaban los partidos al año del fallecimiento de Franco. Este último fue el pistoletazo de salida de la transición, aunque la bolera venía armándose desde tiempo antes. Seguramente, era Franco el que menos enterado estaba de las maniobras que se realizaban, desde diferentes sectores, para sucederlo, pues, como refiere su primo Franco Salgado, cuando el general Varela y otros militares le insinuaron que debía poner en orden aquel asunto, les contestó, enérgico: «¡No me pienso morir!»; quería decir, claro es, de momento.
En el caso al que nos referimos, un político veterano, con muchas horas de vuelo y con una actuación política destacada antes de la guerra y en el exilio, sucedía a un jovencísimo secretario regional que todavía no había cumplido el servicio militar. De hecho, fue porque Jesús («Suso») Sanjurjo tenía que incorporarse al Ejército para hacer la mili, por lo que Rafael Fernández pasó a ocupar el cargo de primer secretario del comité regional. Su caso no es el único de político llamado a empresas más altas que haya reiniciado su carrera desde un escalón relativamente bajo de la jerarquía partidista. Así, Antonio Masip, cuando ingresó en el PSOE después de dar bandazos por muchas partes, fue elegido secretario de la sección de Vallobín-Argañosa. Fue el primer cargo por elección de las bases que desempeñó en su vida (a no ser que haya sido secretario de curso durante sus estudios en Deusto).
Rafael Fernández regresaba de México después de un largo exilio. Durante su juventud había sido secretario general de las Juventudes Socialistas asturianas, secretario del alcalde socialista de Oviedo López Mulero y, durante la Guerra Civil, consejero de Justicia y Hacienda en el Consejo de Asturias y León. Casado con Purificación Tomás, la hija del dirigente ugetista Belarmino Tomás, el ambiente político de la familia era prietista, aunque Belarmino haya sido una de las figuras capitales de la desgraciada Revolución de 1934, a la que el propio Prieto, desdiciendo su trayectoria socialdemócrata a causa de una exagerada obediencia al partido, contribuyó facilitando el alijo de armas del «Turquesa».
Rafael Fernández, abogado y hombre intelectualmente brillante, tenía en México una importante cartera de seguros, por lo que su regreso a España obedecía a motivos de carácter fundamentalmente político y, desde luego, sentimental. Porque, a pesar de sus actuaciones razonadas y pragmáticas, Rafael siempre fue un sentimental. Antes de su regreso definitivo a la patria -en hombres como Rafael todavía cabía hablar de patria, como en Prieto, y no por eso eran menos socialistas-, parece ser que vino en alguna ocasión, si no clandestinamente, en viajes de carácter privado. Los que lo conocían o recordaban sabían que era un eficaz hombre de organización y un negociador sutil. Avelino Cadavieco, su amigo del alma, solía decir, a la vista del desbarajuste que era el PSOE de mediados los años setenta: «Ya veréis cuando venga Falo y arregle esta anarquía».
Y la arregló. No digo que haya sido el único, pero su labor en la reorganización del partido fue fundamental. Se recuerda a Rafael Fernández como uno de los impulsores de la autonomía y por su larga estancia en el Senado. Verdaderamente, fue de todos los que se sentaron en el Senado en aquella época el que más y mejor aspecto tenía de senador, y de la misma manera que Teodoro López-Cuesta es el rector de la Universidad de Oviedo por antonomasia, Rafael Fernández es el senador también por antonomasia. De hecho, cuando uno y otro coincidían sentados a la mesa, Teodoro llamaba a Rafael «senador» y Rafael a Teo, «rector». Mas a estas actuaciones públicas conviene recordar las olvidadas de organizador del partido en Asturias, muy necesitado de organización, orden y coherencia.
Antes de que desembarcara Rafael, vino Puri en viaje de exploración, por así decirlo. A la hija de Belarmino Tomás no iban a hacerle reproches en las Cuencas, pero era evidente que la salida por el foro, esto es, por mar, de los miembros del Consejo Regional poco antes de la caída de Gijón en manos de las tropas nacionales, dejando a las bases que se las arreglaran como pudieran, había provocado resquemores que se mantenían en algunos casos.
No voy a entrar en esta espinosa cuestión. Lo cierto es que Rafael pasó de ser «el marido de Puri» a volver a ser Rafael Fernández por derecho propio: un hombre de extraordinario y bien merecido prestigio no sólo en su partido, sino en los más amplios y variados ámbitos de la sociedad asturiana.
Tal vez haya sido en su partido donde menos lo respetaron y de donde le llegaron las puñaladas traperas. Pero la vida es así y el mundo es «ansí», que decía Baroja, y los partidos políticos, como son el mundo, a veces se parecen demasiado a la vida, como caldos de cultivo de ambiciones no satisfechas, de resentimientos y de mezquinos arreglos de cuentas.
Conocí a Rafael Fernández desde los primeros días de su vuelta a Oviedo. La estancia en México le había dejado un vago perfil de ídolo azteca. Vestía camisas impecables, de chorreras, chaquetas canadienses y fumaba una magnífica pipa de madera bastamente tallada. Era de educación exquisita, trataba a las personas de usted, a las figuras históricas de don («don Antonio Machado o don Julián Besteiro», solía decir), y se detenía ante las puertas para dar paso a las señoras. Una peculiaridad suya era que al sentarse a la mesa desplegaba la servilleta de la señora que se sentaba a su lado. Y era un hombre tranquilo: nunca una palabra más alta que otra, nunca un juicio improvisado o gratuito.
En realidad, Rafael Fernández vino a enseñar muchas cosas, y algunas fueron aprovechadas y otras rechazadas. Se le reprochó que siendo presidente de Asturias se hubiera arrodillado en la basílica de Covadonga. A lo que contestó: «Otros que no quieren arrodillarse tendrán que pasar por cosas peores. Además, si se va a un sitio en el que todos se arrodillan, para estar de pie, más vale quedarse en casa».
El 30 de septiembre de 1976 no pudo celebrarse en Oviedo la puesta en marcha de la sección de la Argañosa porque coincidía con una reunión de la UGT de Sanidad, por lo que la sección de la Argañosa se aplazó para el 2 de octubre. Aquel día llegó Cadavieco con Puri y Rafael y fuimos a cenar a la pizzería; también estaban don Agustín Tomé y «el poderoso Chema» (según Vigil). Ya se rumoreaba que Rafael sería el próximo secretario regional y que vendría a vivir a Oviedo; pero durante la cena permaneció silencioso. Pocas previsiones tan ciertas como ésta, porque el 3 de octubre, domingo, Rafael Fernández resultó elegido secretario político del comité regional y aquella noche se hizo una cena de despedida a Suso Sanjurjo, que, como queda dicho, marchaba para la mili, en el restaurante Niza. El menú se componía de sopa de pescado, carne asada con puré de patatas y helado, vino y champán. En esta ocasión, Rafael Fernández estuvo más locuaz: a los postres pronunció un discurso, mientras que Sanjurjo leyó en un papel lo que tenía que decir: agradecimientos y buenos propósitos.
Rafael Fernández tomó posesión de su cargo con ganas; el 7 asistió a una reunión del comité local de Oviedo, en el que había problemas. No es que resolviera nada, pero cuando menos se interesó por el asunto. Lo que verdaderamente interesaba era el próximo congreso del PSOE, para el que se barajaban los nombres de Luzdivina García Arias, Chema Fernández y Álvaro Cuesta. La asistencia a los congresos era muy conveniente, porque no sólo se lucían los delegados, sino que establecían relaciones con los gerifaltes del aparato. A propósito de este congreso, el comité regional había distribuido unas memorias a las agrupaciones. A Oviedo, según nos dijeron, enviaron cinco ejemplares, pero nadie los vio. Álvaro explicó que se los había llevado Ruiz. Luego resultó que Ludi, Chema y Álvaro tenían cada uno su ejemplar, así que irían ellos al congreso. La asamblea para decidirlo se celebró el 22 de octubre, y resultaron elegidos por Oviedo Justina Perales, Longinos, Juan Luis Vigil y Álvaro Cuesta, que tan sólo obtuvo 19 votos. De haberlo pretendido, habría salido Avelino Cadavieco, con 13 votos, sin hacer marrullerías ni campaña.
Rafael Fernández, en tanto, como era previsible, navegaba de altura. Incluso, llegó a proponer una paella (era buen cocinero) en un prado del Naranco, al que invitaría al Arzobispo, al gobernador civil y al militar. Todos los días alternaba en Casa Conrado, mientras que Puri recibía en el Niza a las bases, al otro lado de la calle. División del trabajo, a lo que se ve.
La Nueva España · 28 diciembre 2009