Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Las delegaciones extranjeras

Sindicalistas ingleses, alemanes, belgas y suecos participaron en 1976 en varios actos de la UGT en Asturias, encuentros que solían acabar, tras la cena, entrada la madrugada

Una característica de las organizaciones socialistas, que las singularizaba entre los grupos de la oposición de izquierdas, era la excelente relación con los partidos afines del resto de Europa, entre los que gozaban de grande prestigio, más la UGT que el PSOE, lo que hacía palidecer de envidia, y ponerse verde, a los secuaces del Viejo Profesor, Enrique Tierno Galván, entre los que había personas más finas, más intelectuales y más acostumbradas a pisar alfombras (como decía Santiago Melón, el veterano socialista Emilio Llaneza pisaba cárceles, mientras que Fernando Morán pisaba alfombras), pero mucha menos base socialista reconocida, admitida y homologada, hasta el punto de que el Viejo Profesor, desesperado en busca de reconocimiento internacional y de apoyos económicos, hizo una visita al tenebroso dictador coronel Gadafi para proponerle una Internacional del moro que supusiera una réplica tercermundista y «progresista» a la Segunda Internacional, a la que el PSOE y la UGT estaban adscritos de pleno derecho, con lo que don Enrique se convirtió en un precursor y adelantado de la «alianza de las civilizaciones». Siempre barrunté yo que el socialismo posmoderno, «progre», tercermundista y pijo de Z. cuadraba mejor en el socialismo de salón del PSP que en el de tajo, mina y fábrica de la UGT y PSOE, aunque conviene consignar, a propósito de las relaciones del Viejo Profesor con Gadafi, que los socialistas españoles, de la tendencia que fuera, siempre fueron muy dados a las malas compañías, tanto en los «jardines de Alá» como en las junglas de «Latinoamérica», como ellos dicen, o más decían antes, en tiempos del jefe González, que presentaba muchos aspectos de caudillismo hispanoamericano, y prueba de ello es lo a gusto que se siente en México, en brazos del PRI y de don Carlos Slim y, en el «viejo mundo» de Mohamed VI: los dos puntales de la «tradicional amistad» mantenida por el dictador Franco cuando las democracias occidentales le rechazaban. Es lástima que haya habido siempre inquietantes semejanzas entre el franquismo y el socialismo español. A Franco no le desagradaba Fidel Castro, por gallego, de la misma manera que Z. le admira por «rojo». Y así, entre Gadafi, Saddam Hussein, Chávez, los hermanos Castro, Evo Morales, Mohamed VI y demás recua de «demócratas», nos luce el pelo.

En la época a la que me refiero PSOE y UGT estaban reconocidos y apoyados económica y políticamente por las socialdemocracias del otro lado de los Pirineos, entre las que el socialismo español disfrutaba de un gran reconocimiento por haber realizado acciones que ellos habrían evitado, como la Revolución de Octubre de 1934. La desgracia del socialismo español fue que no aprovechó aquellas circunstancias para dar el definitivo giro socialdemócrata, al que siempre el socialismo español (más el de la gente intelectual que el de las bases obreras) se mostró reacio, dando lugar a flecos tan bochornosos como el vigente zapaterismo.

La actitud de las socialdemocracias confirmaba la aguda apreciación de Orwell sobre que las personas progresistas inglesas lo menos que deseaban para Inglaterra era un régimen socialista, aunque no lo verían mal en cualquier otro lugar del mundo, fuera de Europa, naturalmente. Y esta actitud un poco cínica se ha generalizado en España en la actualidad, donde el socialismo estuvo demasiado contaminado de demagogia, y la demagogia siempre conduce al extremismo, aunque sea de boquilla.

Cayo García, histórico dirigente socialista de El Entrego, que cuando había de presentarse en la Comisaría una vez al mes se ponía camisa roja, volvió de un viaje a Inglaterra muy extrañado y orgulloso porque en un local de la Trade Unions de Gales había un mapa de Asturias colgado de la pared, y a él le agasajaron los mineros galeses como a un hombre que procedía de la región en la que se habían desarrollado unos sucesos revolucionarios, que quienes los contemplaron desde afuera consideraban como románticos. Asturias de aquélla tenía mucho peso histórico en el socialismo europeo y, de hecho, fue gracias a los votos de la delegación asturiana que salió González elegido secretario general en Suresnes. Por cierto, los delegados fueron elegidos en una asamblea a mano alzada, por lo que no se sabía a cuántos militantes representaban, ya que no había manera, ni por ficheros ni por carnés, de conocer su número.

El gran congreso del PSOE celebrado después de la muerte de Franco atrajo a numerosas delegaciones socialdemócratas europeas, que acudieron a Madrid a testimoniarle su afecto y su apoyo incondicional. Entre ellas, la del Partido Laborista de Israel, miembro de la Segunda Internacional, aunque ocasionara la protesta de algunos invitados palestinos y de elementos «progres» del propio PSOE, que fue enérgicamente cortada por un decidido, y en aquel momento en papel socialdemócrata, Alfonso Guerra. Entre la delegación inglesa se encontraba Michael Foot, ministro de Trabajo, que, según tengo entendido, viajó a Asturias en viaje de reconocimiento, aunque no puedo confirmarlo. Quien sí vino fue John Worlsley, que asistió a una asamblea internacional de mineros celebrada en el hotel Vaqueros de La Felguera en 1976, para confirmar el apoyo de la minería socialdemócrata al sindicato minero asturiano, y dio lugar a un incidente bastante desagradable con la prensa, ya que quien más tarde sería sir John Worlsley se negó a hacer declaraciones, afirmando que los periodistas españoles eran unos franquistas. Al darse esta noticia, con el natural enojo en los periódicos, se apuntó que sir John, en el momento de rechazar a los periodistas, se encontraba borracho como una cuba, circunstancia que me confirma Antón Saavedra, que estaba presente.

Aquellos delegados que venían a visitarnos bebían como esponjas, desmintiendo aquella boba afirmación del posmoderno Z. de que fumar y beber no son prácticas de izquierda.

Los primeros delegados en venir a Asturias fueron los belgas Jan Oleslaeger, presidente de los mineros belgas, y Kawalovski (secretario general de la Confederación Europea de Sindicatos), al homenaje que se tributó a la memoria de Manuel Llaneza en el cementerio civil de Mieres, a finales de enero de 1976, un día de fuerte nevada. En ese acto habló también Francisco Bustelo, e intentó tomar la palabra el legendario «Juanín», Juan Muñiz Zapico, dirigente de CC OO que acababa de salir de la cárcel. Algunos ugetistas intentaron impedírselo, pero Marcelo García, dando prueba de buen sentido, le alargó el micrófono y le dijo: «Habla, Juanín».

El alemán Schmitz, vicepresidente de la Internacional Socialista y del Parlamento de la República Federal Alemana, vino poco después: quedó impresionado por la Casa del Pueblo de Barredos, que entonces se encontraba en la carretera de Tiraña, justo detrás de la zapatería de Paulino.

En octubre vino Heinz Oskar Vetter, presidente de la Confederación de Sindicatos Europeos, que acumulaba en su persona más de diez millones de votos, al frente de una delegación de sindicalistas alemanes. Le acompañaban Manuel Simón, el eficiente secretario de relaciones internacionales de la UGT, y Carlos Alberto. A Vetter le regalaron una lámpara de minero, lo que le emocionó muchísimo, ya que había sido minero antes de dedicarse a la alta política sindical, y a uno de sus acompañantes, presidente de los sindicatos agrícolas de la República Federal, unas madreñas grabadas. Cenamos en el Niza. No sé por qué siempre que venían delegaciones extranjeras se las llevaba al Niza a cenar fabada. Comprendo que las llevaran al Niza, claro es, pero no la fabada. Aquella noche Vetter y sus acompañantes cenaron y bebieron de lo lindo, y salieron hasta el hotel Regente de la calle Argüelles, donde se alojaban, Vetter con la lámpara colgada del cuello, el puño en alto y cantando la «Internacional». Era el 24 de octubre de 1976: todavía no estaba el patio como para andar cantando la «Internacional» por la calle.

Anteriormente Vetter había hecho unas declaraciones claras y categóricas. «¿Cuándo se homologará España con las democracias europeas?», le preguntaron en la rueda de prensa. «Cuando lo diga UGT», contestó. «¿Qué opina del futuro sindical español?». «Que ese futuro se llama UGT», contestó Vetter. «¿Cuándo entrará España en el Mercado Común». «Cuando lo solicite UGT», dijo. «¿Mantienen contacto con otros sindicatos españoles?», le preguntaron al fin, y él contestó tajante: «Nosotros sólo mantenemos contacto y sólo apoyamos a la UGT».

Otra noche me encontraba yo en la barra del Niza cuando salió Marcelo García del comedor y me preguntó:

–¿Sabes sueco?

¡Valiente pregunta! De todos modos, insistió en que Covadonga y yo pasáramos a cenar. En una mesa estaban Encarna, Carlos Alberto y media docena de señores de edad, de poca estatura y aspecto satisfecho. El más destacado era Anders Stendal, secretario de los mineros suecos (LO), que había sido ministro de Trabajo en su país, y otro de sus acompañantes era miembro del Parlamento. Stendal era rechoncho, de cara redonda y colorada, calvo en la cumbre de la cabeza y con una franja de pelo blanco alrededor. Era hombre muy sonriente y jovial. Venían de Portugal y por el camino habían perdido el equipaje y al traductor y guía, pero parecía importarles muy poco, se reían a grandes carcajadas y se notaba que estaban disfrutando. Por fortuna, conservaban algunos bolígrafos de la «socialdemocratjierna» que distribuyeron generosamente, y, por cierto, escribían muy bien. Como aperitivo nos toreamos una botella de ginebra y otra de orujo. Después vinieron las fabes con almejas y la lengua con guisantes, y aquellos magníficos suecos estaban en el séptimo cielo. Como ellos no hablaban español y habían perdido al intérprete, como digo, y nosotros no hablábamos sueco, nos entendíamos por señas y risas. De vez en cuando, Marcelo le daba una fuerte palmada en la espalda a Stendal diciendo: «Gran minero», y el gran minero se reía a grandes carcajadas. Todos lo pasamos muy bien aquella noche, aunque salimos dando tumbos.

Una delegación boliviana estuvo en Asturias por aquellas fechas, con el dirigente minero Víctor López, mano derecha de Juan Lechín, a la cabeza, aunque en circunstancias menos gratas. Pues los sorprendió aquí el golpe de Estado del general García Meza, por lo que hubieron de quedarse por lo menos siete días en Asturias sin saber qué hacer.

La Nueva España · 29 marzo 2010