Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Prehistoria del PSOE de Oviedo

La Agrupación Municipal Socialista no pasaba de los veinte militantes en la primavera de 1976, cuando las Juventudes del partido estaban lideradas por Álvaro Cuesta

Revolviendo entre papeles viejos, aparece la copia de una carta que le envié a Emilio Barbón con fecha de 3 de diciembre de 1979, en respuesta a unas preguntas suyas a propósito de la Agrupación Socialista de Oviedo. Barbón estaba un poco con la mosca detrás de la oreja a causa de dos personajes, ambos economistas, que acababan de ingresar en el PSOE pero que se atribuían una antigüedad desde la época de la clandestinidad, y quién sabe si desde la época de Pablo Iglesias. Evidentemente, se proponían hacer carrera, y, de hecho, la hicieron: uno llegó a ministro en Madrid y el otro fue consejero en Asturias, que al cambio es más o menos lo mismo, pero con menos mando y territorio para mandar. Ambos eran fichajes de Juan Luis Vigil, que por entonces coqueteaba con la Facultad de Económicas.

En realidad, a Vigil siempre le preocupó mucho su carrera como funcionario. Hubo una época en la que proyectaba hacer oposiciones a juez. Ya en el colegio se manifestaba previsor y preocupado por el futuro. De aquella había un cantante llamado José Luis y su guitarra, a quien Juan Luis admiraba mucho, no por sus canciones, sino porque era aparejador. Entendía que con una profesión al margen de la de cantante aseguraba su sistema financiero una vez que se le hubiera acabado la etapa ante los micrófonos. Con los dos economistas patrocinados por él dentro del PSOE, reforzaba sus buenas relaciones con otros miembros de esa profesión. Aunque no me parece que los economistas citados fueran personas capaces de hacer amigos. Eran aviesos, hoscos y muy recelosos: siempre miraban hacia atrás por el rabillo del ojo, como quien está esperando a todas horas una puñalada trapera. Yo apenas tuve relación con ellos y siempre me cayeron, sin que me hayan hecho nada, ni bueno ni malo, como una patada en la parte en la que fue golpeado el sucesor de Pepe el Ferreiro. Y yo debo caerles a ellos también muy mal: las antipatías injustificadas son las más profundas. Alguna vez que coincidí con uno, acabamos riñendo por tonterías, de manera que si los veo, miro para otra parte.

Independientemente de que este dúo fuera simpático o no lo fuera, durante una temporada anduvieron camuflados, lo mismo que don Bernardo Fernández, que en conversaciones privadas negaba que perteneciera al PSOE pero subrepticiamente asesoraba a los socialistas en materia preautonómica. Él procuraba dar a entender que su relación con los socialistas era sólo de carácter profesional. Sin embargo, don Bernardo era un caballero, comedido, prudente, agudo, que sabe usar la pala de pescado y lee al cosmopolita porteño y a Italo Calvino y nunca se permite ningún exceso verbal ni ideológico: todo un lujo político que los socialistas desaprovecharon de mala manera en beneficio de una opción burda y grosera, y además políticamente nefasta, pues los apeó del Gobierno autonómico durante unos años.

Don Bernardo, solícito y suave, pero con las ideas muy claras, nunca hubiera incurrido en la absurda ordinariez de atribuirse años de militancia activa en un partido en el que estaba de tapadillo, cosa que hicieron los del dúo económico provocando la justificada indignación de un veterano de la categoría de Emilio Barbón.

Hasta entonces, era frecuente que los que ingresaban en el PSOE procuraran atribuirse una veteranía mayor que la que en realidad tenían. Pero esto, al principio, se hacía por vanidad. Entre los veteranos, quien no había participado en la Revolución del 34 lo había hecho durante la guerra en el batallón «Sangre de Octubre». Habida cuenta que esa militancia de más de cuarenta años era sencillamente imposible, algunos más sensatos se conformaban con remontar su pertenencia al partido a 1974, lo que también era una exageración. Hasta 1976 no hubo manera de controlar el número de militantes, con la llegada de los primeros carnés. Con ese motivo, muchos que acaban de ingresar, daban como fecha de ingreso 1931 o 1934, pongo por caso. El conocido ideólogo Elías Díaz, el autor de «Estado de derecho y sociedad democrática», se presentó en la sede de Oviedo en 1977 para solicitar el ingreso y solicitando, como favor personal, que en su carné figurara como fecha de ingreso el año 1974 alegando que llevaba todo ese tiempo cotizando a Fusoa: se conoce que en la Universidad de Madrid, a la que marchaba como catedrático, se valoraban tales prehistorias. Como se le explicó que en 1974 no había organización socialista en Oviedo, ni carnés ni casi socialistas, le pareció mal. Yo sólo vi a Elías Díaz una vez, a la entrada del restaurante Cervantes, en compañía del profesor José María Fernández, que me lo presentó. Era un tipo redicho que hablaba en silogismos y que, sin venir a cuento, lanzó una andanada contra UCD argumentando que quien no es socialista es fascista.

Muchos que habían sido socialistas en la juventud volvían a serlo a las puertas de la vejez; a buena parte de ellos los repescaba Avelino Cadavieco en el paseo de los Álamos, donde por las mañanas se congregaban numerosos jubilados o pensionistas, según se los denominaba en el PSOE. Si éstos exageraban las fechas de su ingreso y permanencia en el partido, lo hacían para su satisfacción personal: eran mentiras sin malicia. Mas cuando el partido empezó a llenarse de abogados, economistas y otras personas de procedencia profesional más o menos burguesa, la antigüedad como militantes socialistas tenía cierta importancia a efectos de escalafón. No era lo mismo haber estado en el partido o en sus aledaños en la época dura que en la de la recolección de lo que habían sembrado otros. El sabio refranero habla de estar a las duras y a las maduras: algunos pretendían estar a las maduras alegando que habían estado a las duras, cuando en esa fase se encontraban de vacaciones: aquellos cuarenta años de vacaciones a los que se refirió Ramón Tamames con terminología exacta.

En muy poco tiempo, a partir del verano de 1976, el PSOE pasó de ser un partido de clase a ser un partido interclasista con fuerte predominio burgués. Mientras se confeccionaban los carnés en la sede del edificio Alsa, se repetían las profesiones: minero, pensionista, algún taxista... «Para que digan los del MC que no somos un partido de clase», comentaba Vigil. Y es inevitable reconocer que era un partido que ejercía la democracia interna cuando era de clase de manera mucho más profunda y efectiva que cuando pasó a ser interclasista.

En la primavera de 1976, la Agrupación Socialista de Oviedo no contaba encima de los veinte militantes. Puedo decir sus nombres: Emilio Llaneza, Leonardo Velasco, Jesús Zapico, Luzdivina García Arias, Juan Luis Rodríguez-Vigil, Pedro Quirós, Longinos, Covadonga Díaz Friera, Avelino Cadavieco, Maite, María José, José María Fernández y su hermano Joaquín y la novia de éste, Ramón Rodríguez y Ángeles, el notario Rosales, Justina Perales, Faustino Suárez (a quien llamábamos «Cannon»), Cabal, Mariano Colubi, los del Niza y algún otro que lamento no recordar, más los que constituían grupos en aldeas próximas a Oviedo: los animosos de Latores (Prisciliano Huerta, Benjamín, Romanillos, Amalio, Manolo -que tenía vacas-, Pepín el de Latores, el Porretu y su hijo Pepe, dueño de un bar en la calle del Rosal) y un grupo más pequeño en Cerdeño, de donde eran Alfonsín el Tiesu y Truébano, y algún otro. También iba por los pisos más o menos clandestinos un ATS llamado Malamud, que luego nos aclaró que sólo deseaba pertenecer a UGT, y el grupo de las Juventudes, liderado por Álvaro Cuesta, e integrado por su novia Ana, Posada y su novia, también llamada Ana, Carlos Piñeiro, Jaime Estrada, Juanjo Montoro, Germán y Arenas (que era de Cabrales). Gelu, un carnicero, excelente persona, que murió pronto, estaba muy vinculado a los de Latores y a Cabal, aunque mantenía bastantes reticencias con el partido, al que había pertenecido en la época de la clandestinidad dura. Don Agustín Tomé decía que militaba en Avilés. Después, ingresaron Alejandro García de Paredes, Serrano (gran montañero y micólogo), Cándido Riesgo, Juan Mier y otros. En mis notas figura Carlos M. Jeannot, aunque yo nunca le vi por la asesoría laboral de la calle General Elorza ni por los posteriores locales del edificio Alsa. El primer comité local estuvo constituido por Álvaro Cuesta, Posada, Arenas y servidor de ustedes.

El 3 de septiembre de 1976 se constituyó un comité más articulado, compuesto por Álvaro Cuesta, Ignacio Gracia Noriega, Avelino Cadavieco, Covadonga Díaz Friera, Justina Perales, Faustino Suárez, Juan Mier, Cándido Riesgo, José Manuel Álvarez Díaz y formaban la comisión de conflictos Emilio Llaneza, Leonardo Velasco y Manuel Peña. La llegada de Manuel Mondelo, refugiado en Francia, supuso un refuerzo muy importante del aparato del partido. La labor de Mondelo en aquella época fue inapreciable, y temo que poco reconocida. También por esta época ingresaron tres veteranos muy destacados: Isaac Ortega, José Alcaide Albajara y Martín Solla. Y Mauri y Cilleros, que pertenecían al Cuerpo de Correos. Esto es lo que había, y como se decía de aquella, no hay más cera que la que arde.

La Nueva España · 7 junio 2010