Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entre el mar y las montañas

Ignacio Gracia Noriega

Los ríos del límite

Los ríos unen y separan, pero desde un punto de vista administrativo, el Cares-Deva separan al Principado de Asturias de la provincia de Santander, hoy autonomía cántabra, en tanto que dos puentes paralelos trazados sobre el río unen a ambas regiones: uno, al Norte, por la autopista, y otro por Bustio lleva a Unquera (y de ahí puede seguir hasta la Liébana, pasando por los pueblos transfluviales de la Peñamellera baja, entre los que se encuentra Panes, su capital: en Panes el viajero ha de decidir si sigue hacia la derecha, cruzando otro puente sobre el río, en dirección a Cabrales, o hacia Potes, la capital de la Liébana, atravesando el desfiladero de La Hermida, del que decía Benito Pérez Galdós que «debiera llamársele esófago de La Hermida, porque al pasarlo se siente uno tragado por la tierra»).

El río Deva lleva en su nombre la raíz del río: hay otro río Deva en Guipúzcoa, y algunos lo ponen en relación con la población inglesa de Dover, la de los acantilados blancos; y los Devas eran los espíritus del mal en la religión de Zoroastro, servidores de Ahrimán, evidentemente. Y el Cares es el río que más elogios ha merecido; Víctor de la Serna, que lo prefería, se refiere a la confluencia de ambos ríos en Puente Llés, cerca de Panes, y anota, un poco decepcionado: «Ocurre con estos dos ríos lo que con tantos otros de España. El que lleva el nombre principal –en este caso, El Deva– es el menos caudaloso y por lo que a salmones se refiere el menos salmonero de los dos. También el Sil es más caudaloso que el Miño; el Pisuerga que el Duero, y el Genil que el Guadalquivir». Sin embargo, más adelante reconoce que «el Deva es un río, en cambio, más militar. El Cares viene de las tierras idílicas de Valdeón; después de la locura de la garganta de Caín, corre por riberas de relativa paz, aunque reciba por su izquierda el Casaño, que algo trae de cerca de Onís, que resuena a Reconquista. Pero el Deva es militar en activo. No lo puede remediar».

El Cares es un río de aguas de color verde, que, cuando no va entre estrechos y pelados desfiladeros de caliza, va por riberas en las que crecen el castaño, el roble y el abedul; y salta la trucha de pronto, rompiendo en círculos concéntricos la tersura casi cristalina de su superficie: «Cuando los demás ríos bajan turbios –observa Víctor de la Serna–, el Cares llega a su confluencia con el Deva, transparente, puro, frío y manso».

El Deva viene de la montaña alta; como escribe Lueje, «es el que forma la frontera oriental de la orografía de Los Picos. Es un río mayor, que recoge las aguas todas que recurren sobre el gran cóncavo de la Liébana. Nace del sonado manantio de Fuente Dé, lugar solemne, de rezumantes praderas y umbrosa floresta, que se abre bajo un cerco de imponentes desventios de la Peña».

Este río montaraz baja por Valdevaró hacia Potes y Ojedo, donde recibe las aguas del Quiviesa y del Bullón. Pero si el Cares ha de luchar contra una montaña, y partirla en dos como si fuera una espada, el Deva, antes de recibirlo, también ha de enfrentarse con otro monte y separarlo, labrándose un camino en la Hoz o Garganta de La Hermida, y ya en las apacibles vegas de Panes se une con el Cares, o, mejor dicho, el Cares se une a él, y juntos seguirán un camino ya más descansado, hasta salir al mar por Tina Mayor. Como escribió Aurelio de Llano cerca de su desembocadura: «Desde el puente del Deva, límite de Asturias con Santander, no me canso de admirar las bellezas del paisaje que engalana la entrada de esta divina región, cuna de la nacionalidad española. En las aguas del río se reflejan las casas de Bustio, primer pueblo que se encuentra al entrar en Asturias por Oriente».

Benito Alvarez Buylla canta al río Deva como un lugar de unión donde se «contemplan dichosos, / frente a sus frentes serenas, / Unquera a la Vieja Asturias / Bustio a Castilla la Vieja», y elogia el verdor de sus aguas, del que tienen envidia los bosques y las praderas:

En la espesura
canta la selva su gran locura
–locura nueva–
de ser más verde que el río Deva.

Si el río Deva tiene poetas que le canten, también los tiene el Cares, como Juan Molla en «Pie de silencio»:

¡Oh, Cares; escondido, claro Cares!
Voy junto a tí, y oigo tu voz, te sigo.
Tu mano sobre mi hombro, mi secreto...
Cares, Cares, Señor: ¿a dónde vamos?
Y el Cares sigue hacia la mar (se escucha
un ronco mar llamando desde siglos).
Corre hacia el mar. Los Picos siguen mudos.
Un viento bronco hasta los peñascos.

El Cares, según Lueje, «abre su curso por lo más interno de los Picos de Europa, a través de sus dos núcleos más grandiosamente importantes, como son el de los Urrieles y el del Cornión». Se forma en la hoyada de Valdeón, «siendo –como escribe Lueje– su más estirada punta la derivada de los encimados manantiales de los Puertos de Frañana, en los estribos del Pico Gildar, de la Cordillera Cantábrica, la bien llamada montaña verde y montaña de las fuentes».

El río baja por Valdeón de Sur a Norte «para, a partir de Cordiñanes, la última aldea del valle alto, caer por descolgados despeñaderos hacia las campas y vernales de Manzanedos y Sesanes». Por estos parajes se encuentra Corona, el lugar legendario donde se dice que Pelayo fue coronado Rey, y, cuando menos, este acontecimiento, verdadero o fantástico, consta en el topónimo. El paisaje es sombrío, con una solemnidad y una soledad que evocan épocas medievales: cerca hay también un cazadero antiguo de lobos, con la tremenda ruta marcada sobre el terreno que los conducía en dirección a la trampa.

Pero enseguida la historia queda atrás y el río se hace protagonista de todo un paisaje agreste, creado por él y que es su escenario irrepetible y suntuoso. «Encajonado luego su avanzar por una primera huera de la Peña, por el pasaje llamado La Hoz –escribe Lueje–, revestido de briosa vegetación y floresta y del que sale al esparce de las miniadas tierras y miniado término de Caín, que sitia toda la gigante orografía de los Picos. El lecho del río se ha bajado por los 500 metros, y sobre él, Caín, con empinamientos y desplomadas donde mora el vértigo, yérguense las Torres y cimeras a altitudes que sobrepasan los 2.600 m. Los murallones y derrubios de la montaña se aprietan, y júntanse, hasta lo inverosímil. Comenzando allí, seguido, la aventura del milagro del Cares. La de hender su paso por el imponente y caótico cerramiento del macizo Central y del Occidental, labrando un colosal cañón de separación y frontera que alcanza a llegar hasta la encrucijada de Poncebos».

Hoy esta «garganta divina», como con emoción no exenta de cursilería la denominó el Marqués de Santa María de Villar, ha sido acortada por la carretera que desde Posada de Valdeón lleva a Caín. Caín, último pueblo de León, fue hasta hace poco tiempo el prototipo del pueblo aislado, hundido entre montañas imponentes: «Un pueblo colgado ahí abajo, a donde no se puede entrar ni salir y donde viven todos de la caza», como escribió Alejandro Pidal y Mon.

El Conde de Saint-Saud conoció en Caín a un cura asilvestrado y acatarrado, de quién no llevó buen recuerdo; tampoco la cuenca del Cares parece gustarle al montañero francés: «En su parte alta, la carretera del Cares tiene el inconveniente de las carreteras del litoral, que no bordean las playas, sino que siguen un río, por lo que sólo se ve el valle, y por razón del encajamiento, no se pueden contemplar las dos magnificencias de la región, los Picos de Europa, al sur, y el Océano Cantábrico, al norte. Estas carreteras sólo son bonitas cuando atraviesan desfiladeros, y el Cares, a lo largo de algunas leguas, discurre por la llanura». La culpa de esta mala impresión parece tenerla la carretera, pero aún así el paisaje también merece la crítica malhumorada del aristócrata: «El paisaje nos parece fastidioso y el trayecto monótono pese a lo frondoso de la vegetación y a lo bravío del cuadro».

La garganta del Cares es lugar de recorrido obligado de montañeros y excursionistas, y desemboca en el lugar de Puente Poncebos, donde hay una estación hidroeléctrica y algunos establecimientos hosteleros, pero que tiene la característica de ser la gran encrucijada y la llave de los Picos de Europa.

Arriba queda Camarmeña, uno de los pocos pueblos, lo mismo que Bulnes, que aún no tiene carretera, con su imponente mirador sobre el macizo central de los Picos de Europa en el que destaca el Naranjo de Bulnes como un rey orgulloso y solitario. Pero desde Poncebos, siguiendo otra vez por el curso alto del Cares, se penetra en el Macizo Occidental; de frente, y cruzando el puente de La Jaya, sobre el río, se va a Bulnes, el centro mismo del Macizo Central; y por la carretera que parte un poco al Norte, se sube a Tielve y a Sotres, y a partir de aquí se puede entrar en el Macizo Oriental.

La carretera de Poncebos a Arenas de Cabrales se abrió en el año 1918. El Cares recibe las aguas del río Duje y ya en Arenas de Cabrales, las del Casaño, que a su vez acaba de recibir las del río Ribeles, que baja de la sierra del Cuera. En este lugar y a estas alturas, y en esta época, el río ya no es tan cristalino como lo cantaron sus entusiastas. Pero es un río que tiene encanto, y eso es lo que importa: todos los que van al Cares, lo nombran y se acuerdan de él.

El río, con el camino al Norte cerrado por la sierra del Cuera, se desvía hacia el este: ha horadado los Picos, pero parece que no se siente con ánimo para repetir la hazaña en el Cuera. Cerca de Panes le absorbe el Deva: el Deva tiene 65 km. de recorrido; el Cares, poco menos de 54.

José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 21-26