Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entre el mar y las montañas

Ignacio Gracia Noriega

Corao

En el mismo Corao hay una castañar en el campo que sube a Abamia. No es frecuente que queden tantos castaños en Asturias, y menos tan metidos en las poblaciones: hay otra castañar buena antes de llegar a Arenas de Cabrales, viniendo de Peñamellera Baja, junto al «Camping».

A Corao se llega desde la costa por el alto del Llamargón, que entronca con la carretera que viene de Panes y de Cabrales y que seguidamente cruza el concejo de Onís; y desde el interior tomando esta carretera en Soto de Cangas, en lugar de seguir hasta Covadonga; y aún hay otra que parte de Nueva de Llanes, más intrincada y bella. Pero la entrada natural de Abamía es por Corao, entre castaños.

Santa Eulalia de Abamia está en un alto, entre árboles, y allá arriba sólo están la iglesia y el cementerio abandonado: un cementerio pequeño y umbrío, que hubiera podido ser escenario de algún relato misterioso de Edgar Allan Poe o de Hoffmann: aquí estuvo enterrado D. Roberto Frassinelli, cuyos restos ahora reposan en el interior de la iglesia. El cementerio nuevo queda más abajo, a medio camino.

La iglesia fue construida, según tradición, por el propio Pelayo, y el muy imaginativo y fabulador obispo D. Pelayo asegura en su «Libro de los Testamentos» que en sus piedras sepulcrales reposaron el primer rey de la Monarquía asturiana y su esposa, la reina Gaudosia, la gozosa primera reina de Asturias. Según Ciriaco Miguel Vigil, en el siglo X se reforma el templo, del que, en opinión de Magín Berenguer, «queda actualmente una ventanita en la capilla que corresponde a esta antigua construcción [182] prerrománica que evidentemente enriqueció el que debió ser muy humilde y modestísimo templo pelagiano». En este templo hubo pinturas: «Esta capilla, con bóveda de crucería y arco triunfal apuntado, decora sus muros con toda una teoría de guerreros y batallas –escribe Berenguer–. Son pinturas perdidas casi completamente en cuanto a su color pero no así en el dibujo, y es muestra interesantísima e importante, pese a lo deficiente de su conservación, porque a primera vista pueden ser, acaso, la única formulación de pinturas murales de esta etapa en Asturias».

Abamia, concebida como iglesia-monasterio, conoció reformas en los siglos XIII, XIV y XVIII, y finalmente en éste, al que llegó casi completamente derruida. Sin embargo, fue templo importante, con feligreses que procedían de toda la montaña, como anota Ambrosio de Morales en el viaje que hizo por mandato del rey Felipe II por los reinos de León y Galicia, y el Principado de Asturias, para reconocer las reliquias de santos, sepulcros reales y libros manuscritos de las catedrales y monasterios: «El día que yo estuve allí era domingo y parecía que estaba allí el real del rey D. Pelayo, pues había al derredor de la iglesia más de doscientas lanzas hincadas (en el suelo) de los que venían a misa. Y dan su razón del traerlas que, como vienen a misa por aquellas brañas, pueden encontrar un oso, de que hay hartos, y quieren tener con que defenderse dél».

Antes de que se hubiera levantado la iglesia, ya era lugar sagrado Abamia. A unos veinte metros del templo estaba el dolmen, como un signo de la pervivencia de los antiguos dioses; y como si hubiera una correspondencia mágica entre pasado y presente, entre fantasía y realidad, le correspondió descubrirlo a [183] D. Roberto Frassinelli, el casi mágico alemán que vivía en Corao, que lo exploró en compañía de D. Sehastián de Soto Cortés. En el centro del dolmen encontraron unos cráneos humanos, así como gran número de fusaiolas, hachas de piedra pulimentadas y otros objetos que fueron trasladados al palacio de Labra. Según Fernando Carrera, «no quedan de tan importante monumento más que unos trozos de soportes». Sin embargo «el Sr. Frassinelli pudo rescatar una piedra de las del dolmen que se trasladó al Museo Arqueológico; contiene un grabado antropomorfo, no conserva restos de pintura por haber estado a la intemperie. El dibujo consiste en una cara esquemática. Un arco de círculo indica el contorno de la cabeza, dos pequeños hoyos representan los ojos y unas líneas formando casi un rectángulo, la nariz muy corta, tiene una línea debajo formando una media circunferencia menos profunda, que acaso indica la boca, caso muy raro, ya que esta clase de ídolos del Neolítico y Eneolítico siempre se representan sin boca. El resto del dibujo consiste en líneas quebradas muy irregulares, que no tienen ninguna analogía con el cuerpo humano, están producidas por repetidos golpes, dándoles apariencia más moderna que las de trazo continuo de la cabeza y cara».

Regresamos a Corao: «A la sombra de la Asturias cimera, la de los Picos de Europa, a nueve kilómetros de Covadonga y a ocho de Cangas de Onís, está Corao, que tuvo cipos romanos como un bosque de piedra lleno de latines», escribió Magín Berenguer.

Corao se extiende a ambos lados de la carretera; entrando por la de Nueva, la primera casa del pueblo, a la derecha, es la de D. Roberto Frassinelli: una casa de buena piedra labrada, con tres ventanas y un [184] balcón en la fachada principal, y precedida de un pequeño jardín con verja de hierro; detrás está el huerto, donde llegó a haber plantadas hasta treinta especies diferentes de manzanos, cerrado por un alto muro; y más atrás, en la falda de la colina, entre árboles, vemos la abertura de la fantástica cueva del Cuélebre: como escribe D. Alejandro Pidal en su nota necrológica del misterioso alemán: «Allí sentó sus reales, creando en la pintoresca aldea de Corao aquella casa modesta, con su jardín primorosamente cultivado y su cueva, aquella cueva habitada, según la tradición, por el «cuélebre» fantástico y sanguinario, y de la que salía al oscurecer para vagar por su jardín la gigantesca lechuza domesticada por el sabio alemán, para reflejar en sus anchas alas los plateados rayos de la luna».

Evaristo Escalera, en sus «Recuerdos de Asturias», relata un viaje a Corao para visitar a Frassinelli: «Después de media hora de camino, constantemente cobijados bajo la sombra de aquellos árboles, nos detuvimos en un pueblecito compuesto por media docena de casas, desparramadas en un valle de aspecto risueño y pintoresco. Detuvímonos ante un portón que daba entrada a una huerta y echamos pie a tierra. Estábamos a las puertas de la morada que el extranjero había escogido para su residencia. El señor X... levantó el aldabón, empujó la puerta y nosotros marchamos en su seguimiento. Nos encontramos dentro de un reducido pero excelente jardín, donde se respiraba una atmósfera embalsamada».

Escalera, que llama a Frassinelli Mr. S..., elogia su café y sus vastos conocimientos, y señala entre los libros de su biblioteca obras de diversos autores españoles de la época, entre ellos a Antonio de Trueba, [185] a quien Roso de Luna también menciona como uno de los favoritos del alemán, junto con Heinrich Heine; y concluye Escalera pronosticando que «Mr. S... honrará de seguro el país que elija por segunda patria y nosotros nos felicitaríamos de que Asturias detuviera su planta y le encadenara a sus montañas por medio de sus costumbres sencillas y sus grandes recuerdos históricos».

Se desconocen las razones por las que Frassinelli se retiró a Corao para pasar el resto de su vida (más de cuarenta años le quedaban). Cuando llegó Corao era tal como lo describe Madoz: «...en un ameno vallecito y en la carretera que desde el interior de la provincia conduce a la de Santander; el clima es templado y sano. Tiene 26 casas de mediana fábrica, con muchas fuentes de buenas aguas, y 2 ermitas dedicadas a San Nicolás y a Santa Rosa de Viterbo. El terreno es de superior calidad, y se haya fertilizado por los ríos Güeña y Chico, que se reúnen más abajo de la población; en sus riberas se crían hermosos álamos y grandes alisos, habiendo en otros parajes multitud de castaños, abedules y otros árboles que proporcionan sitios de comodidad y recreo. Produce trigo, escanda, maíz, habas, toda clase de legumbres y frutas, excepto el limón y naranja que no prosperan a consecuencia de los hielos; hay ganado vacuno y, algo de cerda, caza de perdices y liebres; y pesca de excelentes truchas. Industria: la agrícola y un molino harinero. Se celebran en este pueblo 2 ferias, la una el 26 de mayo y la otra el 26 de septiembre; consisten las especulaciones en ganados, paños, telas bastas, calzado de madera (madreñas), utensilios de labranza y otros frutos y manufacturas del país.

Población: 26 vecinos, 130 almas. En la época [186] pasada constitucional tuvo este pueblo ayuntamiento, compuesto de las feligresías de Abarnia, Con, Grazanes y Villaverde, y Riera de Covadonga».

Seguramente la proximidad de los Picos influyó en que Frassinelli eligiera este lugar como residencia definitiva; pues como escribe Alejandro Pidal, «su verdadero teatro eran los Picos de Europa, Peña Santa, la Canal de Trea, los gigantescos Urrieles asturianos. En ellos se perdía meses enteros, llevando por todo ajuar un zurrón con harina de maíz y una lata para tostarlo al fuego de la yerba seca, su carabina y, los cartuchos. Vino no lo bebía: bebía agua en la palma de la mano; carne, sólo la del rebeco que abatía el certero disparo de su escopeta y cuya asadura tomaba sobre la misma lata al mismo fuego. Dormía sobre las últimas matas del enebro que avecinan la región de las peñas y las nieves.

Hoy la casa de Frassinelli, que fue arqueólogo, dibujante, arquitecto, anticuario, bibliófilo, médico y botánico, y cazador y explorador de los Picos de Europa, aunque da en la fachada principal la sensación de que se conserva en buen estado, es una completa ruina, de la que sólo quedan las paredes.

Frente a la casa de Frassinelli está el palacio de los Álvarez de las Asturias, sólido y armonioso en sus proporciones, de buena piedra. La fachada de levante está abombada, en la del ocaso campea un gigantesco escudo con las armas de Noriega, Soto y Fernández del Cueto.

Eduardo Llanos Alvarez de las Asturias, indiano en Chile, donde hizo una inmensa fortuna con los fosfatos fue un protector de la Cultura y benefactor de Corao: cuando murió, sus herederos arrojaron de su casa montones de libros, y en el fondo de una caja [187] llena de ellos, apareció una momia que el indiano había traído consigo desde Chile. Una de las fundaciones de esta familia es la escuela «Rodrigo Álvarez de las Asturias». Los indianos de este lugar dedicaron capitales a fomentar la enseñanza, y muy cerca, en Corao-Castillo, se levantó la primera escuela del concejo de Cangas de Onís, fundada por Francisco Soto Huerta, que había llegado del extranjero, posiblemente EE.UU., con tres mulos cargados de oro, cuando todavía no había bancos, me cuentan.

De Corao son también los famosos relojeros Miyar, cuyas obras de relojería han sido siempre muy estimadas.

El tercer edificio notable de Corao, donde hubo restos romanos y explotaciones mineras, es la iglesia, situada como los otros dos que hemos mencionado al Norte de la carretera. Es una iglesia alta y ecléctica, que parece que está en una finca particular, pues se entra al jardín que la rodea, de césped muy cuidado y donde hay pinos y tejos, por una portilla metálica. La fachada principal y el campanario no combinan con el conjunto, que parece más antiguo y noble; a la fachada del oriente le añadieron un feo tendejón.

Buscamos la reunión entre el río Güeña y el río de Labra. En tanto, dos águilas reales, y, después cuervos y palomas ocupan el cielo grisáceo de Corao.

José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 181-187