Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entre el mar y las montañas

Ignacio Gracia Noriega

La carretera de Corao-Nueva

Sobre Corao, como si fuera un águila, vuela la sombra de D. Roberto Frassinelli y en Nueva de Llanes estaban las raíces del canónigo D. Máximo de la Vega, el «famoso canónigo de Covadonga», como le llama D. Alejandro Pidal. Entre el alemán de Corao y el canónigo de Nueva soñaron la basílica de Covadonga, con el apoyo del obispo de Oviedo, Sanz y Forés. Ambos, el canónigo y el alemán, eran cazadores y grandes aficionados a la montaña: acaso en una de estas excursiones surgió el proyecto de la carretera que une, a través de la montaña, las localidades de Nueva y Corao.

Corao, «sobre un fondo de enormes castaños que parecen árboles encantados», que escribió Víctor de la Serna, es el punto de partida o de llegada: por esta ruta, la carretera de Panes a Cangas de Onís puede desviarse, si no con demasiada comodidad, debido a las muchas curvas, estrechez de la carretera y subidas y bajadas vertiginosas, hasta la suave marina de Nueva. La desviación, por otra parte, bien merece la pena, porque es ésta una de las carreteras más pintorescas y hermosas de Asturias, lo que ya es mucho decir, dado que en el Principado hay tantas carreteritas pintorescas y hermosísimas. Pero ninguna supera a la de [189] Nueva-Corao en la contemplación de una paisaje de alta montaña que, de pronto, repentinamente, corno por arte de magia, en el alto del Torno se abre al mar; y tampoco en la sensación que nos produce de estar cruzando, aunque en un vehículo automóvil, una senda abierta en plena Naturaleza y en armonía con ella: los campos, las rocas, los pocos pueblos que hay en lo alto de alguna colina o en el fondo de algún valle, están igual que siempre, como si no los hubiera afectado la carretera para nada, como finales del pasado siglo o a comienzos de éste, lo que es tanto como decir que permanecen más o menos lo mismo que un poco después de la creación del mundo.

Significativamente, la carretera pasa delante de la casa de Frassinelli. D. Máximo sin duda la promovió para ahorrarse camino cuando bajaba de Covadonga a Nueva, que había de hacerlo dando el rodeo de la senda del río de las Cabras. Con la casa de Frassinelli y la Cueva del Cuélebre a su izquierda, el viajero que emprende este camino lo inicia con un pie adecuado para seguir un itinerario mágico.

La carretera, conforme asciende, pasa por debajo del palacio de Labra, con su corredor de madera abierto a los Picos de Europa, y su pórtico sostenido por columnas de piedra. Aquí habitada D. Sebastián el de los Perros, uno de los últimos señores de la comarca a la manera antigua.

La carretera asciende por la collada de Zardón, entre bosques y peñas; aquí y allá, en los recodos del camino, asoman los Picos de Europa, azules \ blancos.

Zardón está en el fondo de un valle profundo. En la empinada ladera de una montaña arden tojos y arbustos en lugares tan inverosímiles que uno no se explica cómo pudieron subir a quemar allí. El odio del [190] celtíbero hacia el árbol está tan enraizado que le ataca donde quiera que le encuentre, aún a riesgo de despeñarse.

Y luego damos la vuelta a la montaña y empezamos a bajar; en Riensena, un pueblo triste y, alto, del que parte un ramal de la carretera que va a Puentenuevo por el Valle de Ardisana, entramos en el concejo de Llanes. De aquí, la carretera vuelve a subir para encaramarse en el Collado del Torno, uno de los más prodigiosos (y desconocidos, supongo que por fortuna) miradores naturales que ofrece Asturias. La vista de los Picos de Europa, desde aquí, es privilegiada, y sólo basta con dar unos pasos hacia el Norte para ver el mar y el casco urbano de Nueva. Una piedra tallada recuerda aquí un accidente automovilístico, en que pereció una pareja joven.

La parada en la Collada del Torno es imperdonable: si toda la carretera está llena de maravillas, ésta las supera a todas. A partir de esta parada, ya no haremos otra cosa que bajar, hasta atravesar Llamigo, con su enorme llanada, su caserío disperso y la ermita a lo lejos. En estos llanos altos se celebra a la Virgen de Loreto con una fiesta campestre, en la que hay carreras de caballos que trasmiten unas imágenes rústicas y pastoriles y la incivil costumbre de que los romeros se mojen unos a otros con vino, mala forma de desperdiciarlo que, sin duda, merecería la justa reprobación del poeta persa y gran cantor del vino Omar Kheyyam.

Y poco a poco nos vamos acercando a la población de Nueva, capital del Valle de San Jorge, y de la que dicen sus vecinos que no se llama Nueva, que se llama Nueva York.

José Ignacio Gracia Noriega. Cronista Oficial de Llanes
Entre el mar y las montañas, recorridos por la comarca oriental de Asturias
Económicos-Easa, Oviedo 1988, páginas 188-190